América viene de Américo



El navegante y explorador italiano Américo Vespucio, o Amerigo Vespucci, dio nombre al Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón en 1492, tras la publicación de su obra Cosmographiae Introductio, en 1507. Hasta entonces, las tierras del nuevo continente eran conocidas como las Indias. El destino jugó a favor de Américo Vespucio, quien erróneamente fue considerado el autor intelectual del descubrimiento.
Fragmento de Amerigo Vespucci, un nombre para el Nuevo Mundo.
De Consuelo Varela Bueno
Capítulo V: El nombre de América
El destino, o una fatalidad, quiso que el nombre de Amerigo fuera con el que se conociera para siempre el Nuevo Continente descubierto por Cristóbal Colón.
La historia, rocambolesca, es la siguiente. En el corazón de la Lorena, y bajo la protección de su duque Renato II, existía de antiguo un monasterio llamado Saint-Dié, cuyos canónigos compartían el rezo y los cánticos sagrados con la afición de amanuenses; excelentes copistas y buenos cartógrafos, transcribían con entusiasmo cuantos papeles importantes caían en sus manos. Tenían, además, una pequeña imprenta de cuyos tórculos saldrían cada año ediciones de obras señeras. A aquella imprenta llegó un buen día un clérigo que había estudiado en la universidad de Friburgo y cuyo oficio era el de dibujante y cartógrafo, además de corrector de pruebas. Se llamaba Martin Waldseemüller.
En el año de 1507 estaban todos en Saint-Dié preparando una nueva edición, a ser posible más fiable que las anteriores, de la Geografía de Ptolomeo. En esto llegó a manos del duque un ejemplar de la carta de Amerigo a Soderini, conteniendo los relatos de sus cuatro viajes y un mapa en el que estaban dibujadas las regiones recién descubiertas por Amerigo, los portugueses y los españoles. Al punto entregó Renato al monasterio su ejemplar. El entusiasmo de los canónigos, que ya conocían otro escrito del florentino, el Mundus Novus, fue inmenso. Tanto que abandonaron la idea de imprimir el Ptolomeo para dedicarse por entero a la edición de este texto. El poeta Jean Basin de Saudaucourt se apresuró a traducir al latín el texto de la carta de Amerigo, que estaba en francés, y Matías Rigmann, que ya había publicado un poema inspirado en el Mundus Novus, se dedicó a preparar una introducción a la cosmografía que la carta de Amerigo exponía. Por su parte, Waldseemüller sería el encargado de confeccionar el mapa del Nuevo Mundo. El equipo estaba dispuesto a preparar un librito que iba a representar una nueva geografía y que iba a anunciar al mundo el conocimiento de un nuevo continente.
Nada tiene de extraño que un texto de Amerigo, o del «pseudo-Amerigo» apareciera en el centro de Francia y en francés. Por entonces diversas versiones de cartas manuscritas relatando los viajes del florentino circulaban con relativa facilidad. En 1507, la carta a Soderini, publicada en 1504, era ya conocida en todas partes y, dado lo caro de las primeras impresiones, es lógico que se hicieran copias a mano mucho más baratas que los príncipes las solicitaran. Así se explica que el ejemplar que pertenecía a Renato estuviera a él dirigido, aunque nunca se conocieron el duque y el nauta, al igual que otro ejemplar apareciera dedicado a Fernando el Católico.
Por fin, el 25 de abril de 1507 salía de las prensas de Saint-Dié el ansiado libro con el título de Cosmographiae Introductio. Acompañando al texto se incorporaban un planisferio y una especie de recortable, que, pegado sobre una esfera, daría la exacta idea del globo terrestre. Como señala G. Arciniegas, el modelo era ni más ni menos que el mismo que hizo Amerigo Vespucci cuando entregó al Popolano «una figura plana y un mapamundo de cuerpo esférico, preparado con mis manos». Tras un poema introductorio en el que hábilmente se anuncia la mercancía —«Como la fama, testigo locuaz, dice que las cosas nuevas agradan. Aquí tienes, lector, novedades que buscan agradar. En este librito de Amerigo veréis las regiones descubiertas y las costumbres de sus gentes»—, la Cosmographiae Introductio se compone de un prólogo, un epílogo y nueve breves capítulos.
En el último capítulo aparece el texto que hizo famoso al florentino: «Mas ahora que esas partes del mundo han sido extensamente examinadas y otra cuarta parte ha sido descubierta por Americus Vesputius (como se verá por lo que sigue), no veo razón para que no la llamemos América, es decir, la tierra de Americus, por Americus su descubridor, hombre de sagaz ingenio, así como Europa y Asia recibieron ya sus nombres de mujeres». Al margen de este pasaje se colocó una nota que simplemente decía América.
Lo que entra por los ojos son, sin duda, los dibujos, los mapas, y por ello la divulgación del nombre de América se debió, más que al texto impreso de la carta, al mapa que dibujó Waldseemüller. Enfrentados, puesto que son dos concepciones diferentes, aparecen los retratos de Ptolomeo y de Vespucci, bellísimamente dibujados, colocados al lado de sus mundos: a la derecha, junto a Amerigo, el Nuevo Mundo y a la izquierda, junto a Ptolomeo, el Viejo. Desde este momento resultará del todo punto imposible separar ambas imágenes: el Nuevo Mundo, pese a quien pese, será ya para siempre América.
Como ya esperaban en Saint-Dié, el libro tuvo un éxito enorme, tanto que hubo que hacer en el mismo Saint-Dié y en el mismo día dos ediciones, seguidas de muchas más.
La reacción no se hizo esperar. Muchos aceptaron de inmediato el nombre dado por Waldseemüller al Nuevo Continente; otros siguieron por un tiempo denominándole las Indias Occidentales.
En España, sin embargo, se levantaron feroces críticas. Conviene señalar que el primero que alzó su pluma contra tamaño disparate fue fray Bartolomé de las Casas. El dominico, admirador como ninguno de la gesta colombina e íntimamente unido a la familia, no soportaba la idea de ver suplantado el nombre de su héroe por el de quien, para él, era un impostor. Por ello lanzó sus diatribas comentando en su Historia General de las Indias, con todo lujo de detalles, cuantos errores aparecían en las cartas impresas de Amerigo, de quien afirma que «pretendió tácitamente aplicar a su viaje y a sí mismo el descubrimiento de la tierra firme, usurpando al Almirante lo que tan justamente se le debía».
No le faltaba razón al fraile. En efecto, Amerigo no fue ese hombre tan extraordinario como la posteridad nos lo ha mostrado. Nada sabemos de sus artes marineras fuera de lo que él mismo, en un alarde de inmodestia, nos cuenta. Sus comentarios geográficos son, en muy buena medida, meros plagios de las teorías en boga en aquel momento. Es verdad que sus Cartas poseen una cierta calidad estilística y que, en ocasiones, hasta se permite hacer comparaciones con textos clásicos, que parecen citados de segunda mano. Pero también es verdad que esas Cartas pudieron muy bien ser adobadas, tanto por aquellos que las vertieron al latín, como por un buen corrector de estilo —y en Florencia los había muy buenos—, no siendo extraño que éstos se permitieran adornar profusamente los textos que les llegaban para imprimir. Para colmo, no se ha conservado ni uno sólo de los informes que, en razón de su cargo, hubo de hacer Amerigo para la Casa de la Contratación y que nos hubieran dado luz sobre la validez de sus dictámenes. Ninguno de sus compañeros alabó su ciencia más allá de lo obligado. Desde el punto de vista social y económico, tampoco fue Vespucci un hombre sobresaliente. Como hemos visto, no sólo reside en una casa cuya renta está entre los límites más modestos para una morada de clase media baja, sino que su estilo de vida no casa en absoluto con su propio autobombo. Casado con una mujer analfabeta, que ni siquiera sabía dibujar su firma, él, que se había movido en los ambientes más cultos de su ciudad natal, se desenvuelve en Sevilla entre una medianía.
Sin embargo, fue Amerigo Vespucci un hombre que carecía de los méritos de un Cristóbal Colón, de los hermanos Pinzón o de Juan de la Cosa, quien tuvo la fortuna de dar su nombre al Nuevo Continente. Y aún cabe señalar una ironía más del destino. Cuando a fines del siglo pasado se hicieron unas excavaciones al pie del altar mayor de la catedral de Santo Domingo, apareció un sarcófago con un extraño letrero que anunciaba que los restos contenidos en la caja eran los del Primer Almirante, don Cristóbal Colón, Descubridor de la América. Como en España lo normal fue siempre hablar de las Indias (Occidentales), y no de América, fue éste un argumento más entre los que esgrimieron los miembros de la Academia de la Historia española (Colmeiro, Ballesteros) para tildar de apócrifa la inscripción dominicana. Sin entrar en la espinosa cuestión, hay que reconocer en honor a la verdad que en los últimos decenios del siglo XVII algunos españoles usaron esta denominación extranjera. La sombra de Amerigo, como se ve, persiguió a Colón incluso después de muerto.
Fuente: Varela Bueno, Consuelo. Amerigo Vespucci, un nombre para el Nuevo Mundo. Biblioteca Iberoamericana. Madrid: Ediciones Anaya, S.A., 1988.

martes, 22 de febrero de 2011

Adán y Eva



Adán y Eva
Según el Génesis, relato bíblico de la creación, Dios creó a Adán a partir del polvo de la tierra y le situó en el Jardín del Edén. Eva, la primera mujer, fue creada con una de las costillas de Adán. Tentado por Eva, Adán comió la fruta prohibida del árbol del bien y del mal, y ambos fueron expulsados del Paraíso por su desobediencia. En este grabado de Durero, Adán y Eva (1504), la serpiente tienta a Eva a compartir el fruto con Adán.
Adán y Eva, según la Biblia y el Corán, el primer hombre y la primera mujer, progenitores de la raza humana. Adán, en hebreo adam significa hombre, fue creado "con polvo del suelo" (Gen. 2,7); Eva, en hebreo javá, la que vive, la viviente, fue creada de una costilla de Adán y entregada a éste por Dios para que fuera su mujer. El relato aparece en dos versiones: Gén. 1,26-27 y Gén. 2,7-8; 18-24.
En tiempos antiguos, solía suponerse que todas las especies vivientes, incluida la humana, tenían su origen en un par de ancestros aborígenes creados directamente por Dios. En este aspecto, el relato bíblico de Adán y Eva difiere sólo en detalles de otros mitos similares del antiguo Oriente Próximo y de otras regiones. Mitos del mismo tipo aparecen también, por ejemplo, en fuentes mesopotámicas antiguas como el poema de Gilgamesh, que data del aproximadamente 2000 a.C.
En el islam, Adán es el vicario de Dios y Hawa su esposa, Eva. Según dice el Corán y amplían las leyendas islámicas, fue creado de barro, de arcilla moldeable. Está considerado como el primer Profeta mensajero (nabí rassul). Cuenta una tradición islámica que fue el constructor original del altar sagrado, La Caaba, en la Meca.
En ciertos aspectos, el relato bíblico de Adán y Eva es único. Los primeros capítulos del Génesis fueron sometidos a un considerable trabajo editorial, y lo que al principio era una narración lineal del comienzo de la especie humana en general se convirtió en un relato más sofisticado para explicar la situación de los hombres y las mujeres en sus relaciones entre sí y con el entorno. Esto queda en evidencia en la introducción del tema de la creación de la mujer separada de Gén. 2,18-24 que, entre otras cosas, defiende la complementariedad entre ambos sexos. También puede verse en la utilización que se hace de la historia para culpar a la humanidad por habitar un mundo muy lejos de la perfección, en el que la tierra se hace de rogar para ofrecer su fruto (Gén. 3,17-19) y en el que la posición social de la mujer es inferior a la del hombre (Gén. 3,16).
Estas distintas direcciones que se han dado al relato bíblico del origen de los seres humanos constituye el principal elemento para considerarlo un clásico religioso. Antes de que surgiera la crítica bíblica, cuando la Biblia era el único ejemplar de literatura antigua conocido por el mundo occidental, se consideraba un documento histórico que ofrecía información veraz acerca de un pasado, relativamente reciente, que había transmitido su tradición ininterrumpidamente de generación en generación. Se daba por supuesto que la narración era nada menos que un hecho histórico real. Tal es la posición que todavía hoy mantienen quienes se definen a sí mismos, o son definidos por otros, como fundamentalistas, término aplicado a quienes consideran que la influencia (o inspiración) divina en la producción de las narraciones bíblicas es una garantía de que todo su contenido debe ser aceptado como hecho literal.
Sin embargo, la mayoría de los especialistas bíblicos de la actualidad aceptan el relato de Adán y Eva por lo que al parecer es: una narración hebrea de los orígenes de la humanidad que tiene muchas conexiones con mitos de otros pueblos de la antigüedad, aunque también bastantes elementos que la distinguen de ellos. El reconocimiento de esta realidad no merma en modo alguno los valores religiosos del relato, sino que se limita a definirla.

El asombroso Abel



Muerte de Abel
Así imaginó el pintor y grabador italiano Antonio Balestra (1666-1740) el episodio bíblico (narrado en el libro del Génesis) en el que Caín asesinó a su hermano Abel.

Abel, en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, segundo hijo de Adán y Eva, y hermano de Caín. Abel era pastor y su hermano mayor, Caín, cultivaba la tierra. Ambos hicieron una ofrenda a Dios: Abel ofreció al primogénito de su rebaño y Caín los primeros frutos de su cosecha. Al ser rechazada la ofrenda de Caín, éste se puso celoso y mató a su hermano Abel (Gén. 4, 2-16). Según muchos teólogos, esta famosa historia de fratricidio serviría para ilustrar las primitivas creencias de las tribus nómadas que se filtraron con el tiempo en el pensamiento religioso, según las cuales el pastoreo, principal ocupación de muchos de ellos, complacía más a los dioses que la agricultura; de ahí que el sacrificio de Abel fuera aceptado, pero no el de Caín (Heb. 11,4;12,24).

El asombroso Héctor



Combate de Héctor y Aquiles
Esta ánfora, con figuras rojas, representa el combate entre Héctor y Aquiles, cada uno de ellos acompañado por su dios protector, Atenea y Apolo.

Héctor, en la mitología griega, hijo mayor del rey Príamo y la reina Hécuba de Troya, y esposo de Andrómaca. En la Iliada, de Homero, que narra la guerra de Troya, Héctor es el mejor guerrero troyano. Como comandante de las fuerzas de la ciudad, su contribución a la resistencia frente al ejército griego durante nueve años es decisiva, y casi al final obliga a los griegos a huir en sus barcos. Sin embargo, durante la batalla mata a Patroclo, el amigo amado de Aquiles, el héroe de los griegos. Aquiles, que se había retirado de la lucha por una disputa con el rey Agamenón, líder de las fuerzas griegas, vuelve al campo de batalla para vengar la muerte de su amigo. Desconsolado y frenético, persigue a Héctor tres veces alrededor de las murallas de Troya, lo mata y después ata el cadáver a su carro y lo arrastra por el exterior de las murallas hasta la pira funeraria de Patroclo. Al enterarse de que los griegos se niegan a celebrar los ritos funerales de su hijo, el triste Príamo acude a Aquiles con la ayuda del dios Hermes y le pide que le entregue el cuerpo de su hijo. Aquiles accede conmovido por el dolor del viejo rey y declara una tregua para que los troyanos celebren un funeral adecuado. La Iliada concluye con una descripción del funeral celebrado en honor de Héctor. En contraste con el feroz Aquiles, Héctor simboliza el guerrero caballeroso.

La asombrosa Helena de Troya



El rapto de Helena
Este cuadro, fechado en el siglo XVIII y atribuido a Giovanni Francesco Romanelli, ilustra el pasaje mitológico del rapto de Helena de Troya.


Helena de Troya, en la mitología griega, la mujer más bella de Grecia, hija del dios Zeus y de Leda, mujer del rey Tindáreo de Esparta. De niña fue raptada por el héroe Teseo, quien esperó el tiempo necesario para casarse con ella, pero sus hermanos, Cástor y Pólux, la rescataron. Más tarde, su fatal belleza fue la causa directa de la guerra de Troya.
La historia de los diez años de conflicto comenzó cuando las tres diosas Hera, Atenea y Afrodita le pidieron al príncipe troyano Paris que eligiera a la más hermosa de ellas. Después de que cada una de las diosas hizo lo posible por influir en su decisión, Paris otorgó la manzana de oro a Afrodita, quien le había prometido el amor de una mujer de insuperable belleza.
Poco después, Paris zarpó hacia Grecia, donde lo recibieron cálidamente Helena y su marido, Menelao, rey de Esparta. Lamentablemente Helena, la más bella de su sexo, fue el premio destinado a Paris. Aunque vivía feliz con Menelao, cayó bajo la influencia de Afrodita y permitió que Paris la persuadiera para fugarse con él, llevándosela fuera de Troya. Menelao, entonces, convocó a los capitanes griegos para que lo ayudaran a rescatar a su mujer y, con pocas excepciones, ellos respondieron a su convocatoria. Durante nueve años de conflicto sin solución, Helena se sentó en su telar en el palacio de Troya tejiendo un tapiz con su dolorosa historia. Entonces Paris y Menelao decidieron trabar un singular combate entre los ejércitos opuestos y Helena fue citada para asistir al duelo. Cuando ella se aproximaba a la torre, donde el anciano rey Príamo y sus capitanes estaban sentados, su belleza era aún tan incomparable y su pena tan grande que nadie pudo sentir por ella más que compasión. Cuando los griegos ya daban por hecha la victoria de Menelao, Afrodita ayudó a Paris a escapar del enfurecido contendiente envolviéndolo en una nube y poniéndolo a salvo en la cámara de Helena, donde ésta lo consoló.
Después de la caída de Troya, Menelao se reunió con su mujer y ambos salieron de Troya hacia su Grecia natal. Ellos, sin embargo, habían disgustado a los dioses y, por tanto, varias tormentas los arrastraron de una a otra costa del Mediterráneo, por lo que debieron detenerse en Chipre, Fenicia y Egipto. Al llegar finalmente a Esparta, Menelao y Helena retomaron su reinado y vivieron una situación de esplendor el resto de sus días. Tuvieron una hija, Hermíone.

La asombrosa Troya



Yacimiento de Troya
Esta vista aérea de la antigua ciudad de Troya, en Asia Menor, muestra los numerosos asentamientos sacados a la luz desde 1870, cuando dejó de formar parte de la mera leyenda. Ubicada sobre un montículo denominado Hissarlik y cercano al mar Egeo, las excavaciones del yacimiento continuaron a lo largo del siglo XX. Su primer asentamiento ha recibido una datación de hacia el 3000 a.C., en tanto que la acrópolis de la mucho más reciente ciudad grecorromana de Ilión, o Nueva Ilión, prolongaría su existencia desde el siglo I a.C. hasta aproximadamente el 500 d.C. El yacimiento troyano se halla en lo que en la actualidad es Turquía, concretamente en el extremo noroeste de la península de Anatolia.


Troya (antigua Ilión), ciudad famosa de la leyenda griega, en el extremo noroeste de Asia Menor, en la actual Turquía. El legendario fundador de la ciudad fue Ilus, hijo de Tros, de quien se deriva el nombre de Troya. El hijo y sucesor de Ilus fue Laomedón, que fue asesinado por el héroe Hércules, cuando éste capturó la ciudad. Durante el reinado del hijo de Laomedón, Príamo, tuvo lugar la conocida guerra de Troya, que provocó la captura y destrucción de la ciudad.
La ciudad de Troya que aparece en los poemas épicos de Homero se consideró durante largo tiempo que era sólo legendaria, pero en 1870 el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann inició las excavaciones que desenterraron las verdaderas murallas de piedra y las almenas de una antigua ciudad en el montículo denominado Hissarlik (‘lugar de fortalezas’), a unos 6,5 km del mar Egeo y equidistante de los Dardanelos. Las excavaciones de Schliemann fueron continuadas tras su muerte por su ayudante, Wilhelm Dörpfeld, cuyo trabajo en 1893 y 1894 complementó los descubrimientos de Schliemann. Entre 1932 y 1938, en el yacimiento, se realizaron nuevas excavaciones por parte de la Universidad de Cincinnati bajo la dirección del arqueólogo norteamericano Carl Blegen. En el montículo de Hissarlik, se determinaron los siguientes asentamientos: Troya I, primer asentamiento con una muralla construida con piedras pequeñas y pizarra, fechado hacia el 3000 a.C.; Troya II, fortaleza prehistórica, con fuertes terraplenes de defensa, un palacio y casas, que databa del siglo III a.C.; Troya III, IV y V, villas prehistóricas construidas sucesivamente sobre las ruinas de Troya II durante el periodo transcurrido entre el 2300 y el 2000 a.C.; Troya VI, una fortaleza, que abarcaba una zona más amplia que cualquier asentamiento precedente, con grandes murallas, torres, puertas y casas que databa del 1900 al 1300 a.C.; Troya VII a, reconstrucción de Troya VI, construida después de que la ciudad fuera destruida por un terremoto; Troya VII b y VIII, villas griegas, casas sencillas de piedra, fechada desde el 1100 a.C. hasta el siglo I a.C. aproximadamente, y Troya IX, la acrópolis de la ciudad grecorromana de Ilión, o Nueva Ilión, con un templo dedicado a Atenea, edificios públicos y un gran teatro, y que existió desde el siglo I a.C. hasta aproximadamente el 500 d.C.
Schliemann descubrió los primeros cinco asentamientos e identificó Troya II con la Troya homérica. Los descubrimientos de Dörpfeld, confirmados por Blegen, probaron que la Troya homérica debía identificarse con Troya VII a, que fue destruida por el fuego en una fecha similar a la de la guerra de Troya. En diciembre de 1998, el yacimiento arqueológico de Troya fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

El asombroso Baco



El dios Baco
Baco (o Dioniso, según la mitologia griega) era el dios del vino y de la vegetación. En su honor se celebraban festivales todos los años. La fotografía, que reproduce parte del mosaico de una villa romana, muestra en el centro la cabeza del dios.

Baco, en la mitología romana, dios del vino, identificado con Dioniso, el dios griego del vino, y con Liber, el dios romano del vino. Hijo de Zeus (Júpiter), se le suele caracterizar de dos maneras: una como dios de la vegetación, específicamente de los frutos de los árboles, que aparece representado a menudo en los vasos áticos con un cuerno con bebida y racimos de uvas. Como llegó a ser el dios popular griego del vino y el regocijo, se dice que en algunos de sus festivales se producían milagros en los que el vino era el ingrediente predominante. La segunda caracterización del dios apunta a los misterios de una divinidad que inspiraba cultos orgiásticos, de los que son ejemplo las ménades o bacantes. Este grupo de mujeres abandonaba el hogar y vagaba por el desierto entrando en un estado de éxtasis en su devoción al dios. Vestían pieles de cervatillo y se creía que poseían poderes ocultos.
El nombre Baco llegó a usarse en la antigua Grecia durante el siglo V a.C. Se refiere a los fuertes gritos con los que se adoraba al dios en las bacanales, frenéticas celebraciones en su honor. Estos hechos, supuestamente originados en las fiestas de la naturaleza primaveral, llegaron a ser ocasión de embriaguez y de actos licenciosos y disolutos, en los que los celebrantes danzaban y bebían. Las bacanales se hicieron cada vez más desenfrenadas. Por esa razón, el Senado romano las prohibió en el año 186 a.C. En el siglo I d.C., sin embargo, los misterios dionisíacos eran aún populares, como lo demuestran las representaciones alusivas encontradas en sarcófagos griegos.

El asombroso Paris



El juicio de Paris
El juicio de Paris (c. 1639), de Petrus Paulus Rubens, ilustra el mito griego según el cual Paris tuvo que decidir cuál de las tres diosas, Hera, Atenea o Afrodita, era la más hermosa. Eligió a Afrodita, ya que le había prometido a la bella Helena. El rapto de la esposa de Menelao desencadenó la guerra de Troya.

Paris (mitología), también llamado Alejandro, en la mitología griega, hijo de Príamo y de Hécuba, rey y reina de Troya. Una profecía había anticipado que Paris causaría la ruina de Troya y, por esa razón, Príamo lo abandonó en el monte Ida, donde unos pastores lo encontraron y lo criaron. Estaba cuidando a su oveja, cuando se suscitó una discusión entre las diosas Hera, Atenea y Afrodita acerca de quién era la más bella. Las tres diosas le solicitaron que hiciera de juez. Cada una de ellas intentó sobornarlo: Hera le prometió que lo haría soberano de Europa y Asia, Atenea que le ayudaría a lograr la victoria de Troya contra los griegos, y Afrodita que le concedería la mujer más hermosa del mundo, Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta. Paris eligió a Afrodita, aunque en realidad estaba enamorado de la ninfa Enone. Su decisión hizo que Hera y Atenea se volvieran enemigas acérrimas de su país. Este hecho, unido al rapto de Helena en ausencia de Menelao, desató la guerra de Troya.
Al décimo año del sitio de Troya, Paris y Menelao entablaron un combate singular cuerpo a cuerpo. Menelao habría logrado fácilmente la victoria si no hubiera intervenido Afrodita, que envolvió a Paris en una nube y lo llevó de vuelta a Troya pero, antes de la caída de la ciudad, fue herido mortalmente por el arquero Filoctetes y acudió entonces a Enone, para que lo curara con una droga mágica que tenía. Ella se negó pero, cuando Paris murió, decidió suicidarse transida de pena.

El asombroso El-lal



El-lal, héroe mítico de las tribus indias de Patagonia. Su historia está relacionada con otros mitos, como los de Zeus o Rómulo y Remo.
Su padre arrancó a El-lal del vientre de su madre para devorarlo, pero apareció Rata que se llevó al niño a su madriguera donde lo crió y le enseñó toda la ciencia. Cuando ya estuvo formado, salió del agujero convertido en un hombre poderoso y se hizo el señor del mundo gracias a dos instrumentos de su invención: el arco y la flecha. Con estas armas venció a los gigantes que poblaban la tierra y perseguían a los hombres; cuando terminó con esta tarea abandonó la tierra, no sin antes decirle a los hombres que aprendieran a cuidarse por sí mismos.

El asombroso Cíclope



El cíclope Polifemo
En la mitologia griega, Polifemo era un cíclope, gigante de un solo ojo. Enfurecido al encontrar a su amada, Galatea, en brazos del bello Acis, Polifemo le lanza una piedra que acaba con su vida. En esta pintura del italiano Annibale Carraci, comenzada en 1597, se muestra a los dos amantes huyendo de los cíclopes. El cuadro se conserva en el Palacio Farnese de Roma.

Cíclope, en la mitología griega, gigantes con un enorme ojo en medio de la frente. En la Teogonía de Hesíodo, los tres hijos —Arges, Brontes y Estéropes— de Urano y Gea, personificaciones del cielo y de la tierra, eran cíclopes. Fueron arrojados al mundo inferior por su hermano Cronos, uno de los titanes, después de que él destronara a Urano. Pero el hijo de Cronos, el dios Zeus, liberó a los cíclopes del submundo y ellos, agradecidos, le regalaron el rayo y el relámpago, con los que derrotó a Cronos y a los titanes y se convirtió así en señor del universo.
En la Odisea de Homero, los cíclopes eran pastores que vivían en Sicilia. Eran una raza salvaje, fuera de la ley y caníbal que no temía a dioses ni a hombres. El héroe griego Odiseo fue atrapado con sus hombres en la cueva del cíclope Polifemo, un hijo de Poseidón, dios del mar. Odiseo lo cegó para escapar de la cueva en la que el gigante los tenía cautivos y había devorado ya a varios de sus hombres.

El asombroso Chac



Estatua tolteca
El pueblo tolteca se desplazó hacia el área maya (concretamente a la zona de la península de Yucatán) en torno al siglo XI. Esta representación escultural tolteca de un sacerdote dedicado al culto del dios maya Chac se encuentra en el Museo Regional de Antropología de la ciudad de Mérida, capital del estado mexicano de Yucatán.

Chac, en la mitología maya, el dios de la lluvia. Se le representa con dos largos colmillos que le salen de la boca y dos ríos de lágrimas brotándole de los ojos. También se le relaciona con los cuatro puntos cardinales. Este dios es amigo del género humano y gobierna sobre el trueno, el relámpago, el viento y la lluvia. En uno de los templos de la ciudad de Tula se conservan unos frescos con la figura de Chac en verde sobre fondo negro. Está asociado a otros dioses: a Tláloc, de la mitología azteca, e incluso a Kasogonaga, de las tribus del Chaco.

El asombroso Caronte



Caronte, en la mitología griega, hijo de la Noche y de Erebo, que personificaba la oscuridad bajo la tierra a través de la cual las almas de los muertos iban hacia la morada del Hades, el dios de la muerte. Caronte era el viejo barquero que transportaba las almas de los muertos por la laguna Estigia hasta las puertas del mundo subterráneo. Admitía en su barca sólo a las almas de aquellos que habían recibido los ritos sepulcrales y cuyo paso había sido pagado con un óbolo colocado bajo la lengua del cadáver. Aquellos que no habían sido sepultados y a quienes Caronte no admitía en su barca eran condenados a esperar junto a la laguna Estigia durante 100 años.

La asombrosa Afrodita



Afrodita
La diosa Afrodita representa el amor y la belleza. Esta estatua se encuentra en el Museo Arqueológico de Roma (Italia).

Afrodita, en la mitología griega, diosa del amor y la belleza, equivalente a la Venus romana. En la Iliada de Homero aparece como la hija de Zeus y Dione, una de sus consortes, pero en leyendas posteriores se la describe brotando de la espuma del mar y su nombre puede traducirse como 'nacida de la espuma'. En la leyenda homérica, Afrodita es la mujer de Hefesto, el feo y cojo dios del fuego. Entre sus amantes figura Ares, dios de la guerra, que en la mitología posterior aparece como su marido. Ella era la rival de Perséfone, reina del mundo subterráneo, por el amor del hermoso joven griego Adonis.
Tal vez la leyenda más famosa sobre Afrodita está relacionada con la guerra de Troya. Eris, la diosa de la discordia, la única diosa no invitada a la boda del rey Peleo y de la nereida Tetis, arrojó resentida a la sala del banquete una manzana de oro destinada 'a la más hermosa'. Cuando Zeus se negó a elegir entre Hera, Atenea y Afrodita, las tres diosas que aspiraban a la manzana, ellas le pidieron a Paris, príncipe de Troya, que diese su fallo. Todas intentaron sobornarlo: Hera le ofreció ser un poderoso gobernante; Atenea, que alcanzaría una gran fama militar, y Afrodita, que obtendría a la mujer más hermosa del mundo. Paris seleccionó a Afrodita como la más bella, y como recompensa eligió a Helena de Troya, la mujer del rey griego Menelao. El rapto de Helena por Paris condujo a la guerra de Troya.
Probablemente de origen oriental, en las primitivas creencias religiosas griegas se identificaba a Afrodita con la fenicia Astarté y era conocida como Afrodita Urania, reina de los cielos, y como Afrodita Pandemos, diosa del pueblo.

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