Los benéficos Antieméticos


Si piensa viajar en barco, o el autobús le causa nauseas, lea este artículo.

Antiemético, fármaco utilizado para controlar las náuseas y los vómitos. Estos reflejos están controlados por el centro emético (del vómito) del cerebro, que puede estimularse mediante señales nerviosas procedentes del intestino, de los centros corticales superiores del cerebro o del vestíbulo del oído interno. No obstante, esa estimulación suele estar provocada por la activación directa de una zona específica de la parte inferior del cerebro mediante sustancias del interior del cuerpo o la ingestión de ciertas drogas o toxinas. La mayoría de los ataques de náuseas y vómitos están motivados por alimentos en malas condiciones o por un exceso de comida o alcohol, sin embargo la causa subyacente de las náuseas repetidas o crónicas debe ser investigada. Los antieméticos se utilizan sobre todo para tratar las náuseas y los vómitos provocados por tratamientos contra el cáncer, como la quimioterapia, y otras enfermedades graves.
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TIPOS DE ANTIEMÉTICOS
Existen tres tipos principales de antieméticos: fenotiazinas (dopaminérgicos), anticolinérgicos y antihistamínicos. Las fenotiazinas actúan a través de la zona específica de la parte baja del cerebro y los anticolinérgicos a través del centro emético del cerebro. Los anticolinérgicos tienen el efecto añadido de reducir el espasmo de la pared del intestino.
Los principales anticolinérgicos son los alcaloides de belladona, como la atropina y la hiosciamina, que se han utilizado, desde finales de la década de 1900, para combatir el mareo. Los fármacos anticolinérgicos modernos siguen incluyendo ambas sustancias. Los antihistamínicos, que fueron descubiertos en 1947, incluyen la buclicina, la ciclizina, la meclozina, la cinarizina y la prometazina. Son algo menos efectivos que los colinérgicos, aunque se toleran mejor. Los grupos antihistamínicos y anticolinérgicos se usan sobre todo en el tratamiento de trastornos vestibulares del oído, como el mareo y la enfermedad de Ménière. Aunque pueden aliviar las náuseas y los vómitos asociados a otras enfermedades subyacentes o a la quimioterapia empleada contra el cáncer, ni los anticolinérgicos ni los antihistamínicos suelen prescribirse, pues tienen efectos secundarios, como somnolencia, estreñimiento, visión borrosa, palpitaciones y dificultades en la micción.
Por esa razón, para reducir las náuseas y los vómitos causados por la quimioterapia, suelen prescribirse fenotiazinas, unos fármacos utilizados para tratar algunas enfermedades mentales. Los efectos antieméticos de la clorpromazina fueron descubiertos en 1953. No obstante, la proclorperazina y la perfenazina, que tienen un efecto sedante menos pronunciado que la clorpromazina, y otras drogas antipsicóticas como el haloperidol y el droperidol también se usan en ocasiones. La metoclopramida tiene una acción periférica adicional sobre el intestino y la domperidona es particularmente efectiva en el tratamiento de las náuseas y los vómitos asociados a la quimioterapia. Los efectos secundarios incluyen síntomas similares a los de la enfermedad de Parkinson, como marcha dificultosa, somnolencia y erupciones cutáneas.
Entre los antieméticos más recientes se encuentran la nabilona, un cannabinoide sintético (sustancia basada en el Cannabis) y una serie de fármacos que actúan contra la producción de serotonina, que al parecer causa depresión. Entre esos últimos se encuentran el granisetrón, el ondansetrón y el tropisetrón. Se prescriben sobre todo a pacientes que han sido sometidos a quimioterapia, y se han mostrado muy efectivos para controlar las náuseas y los vómitos, permitiendo una mayor tolerancia a ese tratamiento contra el cáncer. Véase también Emético.

jueves, 31 de marzo de 2011

Los maravillosos y benéficos Antibióticos



Penicillium notatum
Colonias de Penicillium notatum en las que se observa el anillo de inhibición bacteriana. Alexander Fleming descubrió en 1928 que alrededor de este moho había una región circular donde las bacterias no podían crecer. Este fenómeno le llevó al descubrimiento de la penicilina, un antibiótico muy efectivo contra un gran número de bacterias patógenas sobre las que actúa inhibiendo su crecimiento.

Antibiótico (del griego, anti, ‘contra’; bios, ‘vida’), cualquier compuesto químico utilizado para eliminar o inhibir el crecimiento de organismos infecciosos. Una propiedad común a todos los antibióticos es la toxicidad selectiva: la toxicidad es superior para los organismos invasores que para los animales o los seres humanos que los hospedan. La penicilina es el antibiótico más conocido, y ha sido empleado para tratar múltiples enfermedades infecciosas, como la sífilis, la gonorrea, el tétanos o la escarlatina. La estreptomicina es otro antibiótico que se usa en el tratamiento de la tuberculosis. En un principio, el término antibiótico sólo se utilizaba para referirse a los compuestos orgánicos producidos por bacterias u hongos que resultaban tóxicos para otros microorganismos. En la actualidad también se emplea para denominar compuestos sintéticos o semisintéticos. Los antibacterianos son la principal categoría de antibióticos, pero se incluye también en este tipo de fármacos a los antipalúdicos, antivirales y antiprotozoos.
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HISTORIA
El mecanismo de acción de los antibióticos no ha sido conocido de forma científica hasta el siglo XX; sin embargo, la utilización de compuestos orgánicos en el tratamiento de la infección se conoce desde la antigüedad. Los extractos de ciertas plantas medicinales se han usado durante siglos, y también existe evidencia de la aplicación de extractos de hongos que crecen en ciertos quesos para el tratamiento tópico de las infecciones. La primera observación de lo que hoy en día se denominaría efecto antibiótico fue realizada en el siglo XIX por el químico francés Louis Pasteur, al descubrir que algunas bacterias saprofíticas podían destruir gérmenes del carbunco (enfermedad también conocida como ántrax). Hacia 1900, el bacteriólogo alemán Rudolf von Emmerich aisló una sustancia, capaz de destruir los gérmenes del cólera y la difteria en un tubo de ensayo. Sin embargo, no eran eficaces en el tratamiento de las enfermedades.
En la primera década del siglo XX, el físico y químico alemán Paul Ehrlich ensayó la síntesis de compuestos orgánicos capaces de atacar de manera selectiva a los microorganismos infecciosos sin lesionar al organismo huésped. Sus experiencias permitieron el desarrollo, en 1909, del salvarsán, un compuesto químico de arsénico con acción selectiva frente a las espiroquetas, las bacterias responsables de la sífilis. El salvarsán fue el único tratamiento eficaz contra la sífilis hasta la purificación de la penicilina en la década de 1940. En la década de 1920, el bacteriólogo británico Alexander Fleming, que más tarde descubriría la penicilina, encontró una sustancia llamada lisozima en ciertas secreciones corporales como las lágrimas o el sudor, y en ciertas plantas y sustancias animales. La lisozima presentaba una intensa actividad antimicrobiana, principalmente frente a bacterias no patógenas.
La penicilina, el arquetipo de los antibióticos, es un derivado del hongo Penicillium notatum. Fleming descubrió de forma accidental la penicilina en 1928; esta sustancia demostró su eficacia frente a cultivos de laboratorio de algunas bacterias patógenas como las de la gonorrea, o las de la meningitis o la septicemia. Este descubrimiento permitió el desarrollo de posteriores compuestos antibacterianos producidos por organismos vivos. Howard Florey y Ernst Chain, en 1940, fueron los primeros en utilizar la penicilina en seres humanos.
La tirotricina fue aislada de ciertas bacterias del suelo por el bacteriólogo americano René Dubos en 1939; fue el primer antibiótico utilizado en enfermedades humanas. Se emplea para el tratamiento de ciertas infecciones externas, ya que es demasiado tóxico para su utilización general. Los antibióticos producidos por un grupo diferente de bacterias del suelo denominadas actinomicetos han resultado más eficaces. La estreptomicina pertenece a este grupo; fue descubierta en 1944 por el biólogo americano Selman Waksman y colaboradores; es efectiva en el tratamiento de muchas enfermedades infecciosas, incluidas algunas contra las que la penicilina no es eficaz, como la tuberculosis.
Desde la generalización del empleo de los antibióticos en la década de 1950, ha cambiado de forma radical el panorama de las enfermedades. Enfermedades infecciosas que habían sido la primera causa de muerte, como la tuberculosis, la neumonía o la septicemia, son mucho menos graves en la actualidad. También han supuesto un avance espectacular en el campo de la cirugía, permitiendo la realización de operaciones complejas y prolongadas sin un riesgo excesivo de infección. Se emplean igualmente en el tratamiento y prevención de infecciones por protozoos u hongos, especialmente la malaria (una de las principales causas de muerte en los países en desarrollo). Sin embargo, los avances han sido pocos en el campo del tratamiento de las infecciones virales. Existen fármacos para el tratamiento del herpes zóster o de la varicela. Se está realizando una intensa labor investigadora para encontrar un tratamiento eficaz contra la infección del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
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CLASIFICACIÓN
Existen multitud de clasificaciones de los antibióticos. La más habitual los agrupa en función de su mecanismo de acción frente a los organismos infecciosos. Algunos lesionan la pared de la célula; otros alteran la membrana celular, la mayor parte de ellos inhiben la síntesis de ácidos nucleicos o proteínas, los polímeros constituyentes de la célula bacteriana. Otra clasificación agrupa a los antibióticos en función de las bacterias contra las que son eficaces: estafilococos, estreptococos y Escherichia coli, por ejemplo. También se pueden clasificar en función de su estructura química, diferenciando así las penicilinas, cefalosporinas, aminoglucósidos, tetraciclinas, macrólidos, sulfamidas u otros.
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MECANISMO DE ACCIÓN
Los antibióticos pueden lesionar de forma selectiva la membrana celular en algunas especies de hongos o bacterias; también pueden bloquear la síntesis de proteínas bacterianas. La anfotericina, un fármaco antifúngico, altera la estructura química de la membrana celular de algunos hongos, permitiendo la entrada de algunas toxinas e impidiendo la entrada de ciertos nutrientes vitales para el hongo.
La mayoría de los antibióticos inhibe la síntesis de diferentes compuestos celulares. Algunos de los fármacos más empleados interfieren con la síntesis de peptidoglicanos, el principal componente de la pared celular. Entre éstos se encuentran los antibióticos betalactámicos que, dependiendo de su estructura química, se clasifican en penicilinas, cefalosporinas o carbapénem. Todos los antibióticos betalactámicos comparten una estructura química similar en forma de anillo. Este anillo impide la unión de los péptidos a las cadenas laterales en el proceso de formación de la pared celular. Estos compuestos inhiben la síntesis de peptidoglicanos pero no interfieren con la síntesis de componentes intracelulares. De este modo, continúan formándose materiales dentro de la célula que aumentan la presión sobre la membrana hasta el punto en que ésta cede, el contenido celular se libera al exterior, y la bacteria muere. Estos antibióticos no lesionan las células humanas ya que éstas no poseen pared celular.
Muchos antibióticos actúan inhibiendo la síntesis de moléculas bacterianas intracelulares como el ADN, el ARN, los ribosomas o las proteínas. Las sulfonamidas son antibióticos sintéticos que interfieren la síntesis de proteínas. La síntesis de ácidos nucleicos puede ser detenida por los antibióticos que inhiben las enzimas que realizan el ensamblaje de los polímeros —por ejemplo, la ADN polimerasa o ARN polimerasa. Entre éstos, se encuentran la actinomicina, la rifamicina y la rifampicina (estos dos últimos empleados en el tratamiento de la tuberculosis). Las quinolonas son antibióticos que inhiben la síntesis de una enzima que realiza el proceso de enrollado y desenrollado de los cromosomas: este proceso es fundamental para la replicación y transcripción del ADN en ARN. Algunos fármacos antibacterianos actúan sobre el ARN mensajero, alterando su mensaje genético. Así, al realizarse el proceso de traducción del ARN defectuoso, las proteínas producidas no son funcionales. Las tetraciclinas compiten con alguno de los componentes del ARN impidiendo la síntesis proteica; los aminoglucósidos producen una alteración del proceso de lectura del mensaje genético, produciéndose proteínas defectuosas; el cloranfenicol impide la unión de aminoácidos en la formación de las proteínas; la puromicina interrumpe la formación de la cadena proteica, liberándose una proteína incompleta.
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RANGO DE EFICACIA
Algunas especies de bacteria tienen una pared celular gruesa compuesta de peptidoglicanos. Otras especies bacterianas tienen una pared celular mucho más delgada y una membrana externa. Cuando las bacterias se someten a la tinción de Gram, estas diferencias estructurales se traducen en una tinción diferencial con el producto denominado violeta de genciana y otros líquidos de tinción. Así, las bacterias Gram positivas, aparecen de color púrpura, y las bacterias Gram negativas son incoloras o rojizas, dependiendo del proceso empleado para su tinción. Esta es la base de la clasificación que diferencia las bacterias Gram positivas (con gruesa pared de peptidoglicanos) y Gram negativas (con fina pared de peptidoglicanos y membrana externa); las propiedades de tinción se correlacionan con otras propiedades bacterianas. Los fármacos antibacterianos pueden ser subdivididos en agentes de amplio espectro y agentes de espectro restringido. Las penicilinas de espectro restringido actúan frente a multitud de bacterias Gram positivas. Los aminoglucósidos, también de espectro restringido, actúan frente a bacterias Gram negativas. Las tretraciclinas y el cloranfenicol son antibióticos de amplio espectro, eficaces frente a bacterias Gram positivas y Gram negativas.
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TIPOS DE ANTIBIÓTICOS
Los antibióticos se pueden dividir en bactericidas (capaces de eliminar las bacterias), o bacteriostáticos (bloquean el crecimiento y multiplicación celular). Los fármacos bacteriostáticos resultan eficaces debido a que las bacterias inhibidas en su crecimiento morirán con el tiempo o serán atacadas por los mecanismos de defensa del huésped. Las tetraciclinas y las sulfonamidas son antibióticos bacteriostáticos. Los antibióticos que lesionan la membrana celular producen una liberación de los metabolitos celulares al exterior, y por tanto su muerte. Tales compuestos, como las penicilinas o cefalosporinas, son por tanto bactericidas.
6.1
Penicilinas
Las penicilinas son el grupo más antiguo y seguro de antibióticos. Son antibióticos bactericidas que inhiben la formación de la pared celular. Se pueden distinguir varios grupos de penicilinas: las naturales (penicilinas G y V) de espectro reducido, las resistentes a microorganismos productores de penicilinasas, las antipseudomonas, las aminopenicilinas (amoxicilina y ampicilina) y las asociaciones de penicilinas con inhibidores de las betalactamasas.
Los efectos colaterales de las penicilinas son poco frecuentes. Cuando aparecen, consisten en hipersensibilidad inmediata o retardada, erupciones cutáneas, fiebre y shock anafiláctico (reacciones anormales al fármaco). La ampicilina puede producir más efectos colaterales que las penicilinas; consisten en náuseas, vómitos y diarrea. La amoxicilina tiene menos reacciones adversas.
6.2
Cefalosporinas
Las cefalosporinas tienen, como las penicilinas, un anillo betalactámico que interfiere con la síntesis de la pared celular bacteriana y son también antibióticos bactericidas. Se pueden dividir en cefalosporinas de primera, de segunda, de tercera y de cuarta generación variando tanto el espectro de actividad como la vía de administración según cada uno de los grupos. Son más eficaces que la penicilina frente a los bacilos Gram negativos, e igual de eficaces frente a los cocos Gram positivos. Las cefalosporinas se emplean en el tratamiento de la mayoría de las meningitis, y como profilaxis en cirugía ortopédica, abdominal y pélvica. A pesar de ser en general más costosas que las penicilinas, se emplean con frecuencia debido a su amplio margen de seguridad. También se recomienda su utilización en la profilaxis debido a su eficacia frente a las bacterias Gram negativas. Las reacciones de hipersensibilidad a las cefalosporinas son raras: incluyen erupciones cutáneas y, con menos frecuencia, shock anafiláctico.
6.3
Aminoglucósidos
La estreptomicina es el más antiguo de los aminoglucósidos y, después de la penicilina, el antibiótico que ha sido más empleado. Los aminoglucósidos son antibióticos de espectro restringido que inhiben la síntesis de proteínas bacterianas en bacilos Gram negativos y estafilococos. En ocasiones se utilizan en combinación con la penicilina. Todos los miembros de esta familia —en especial la neomicina— tienen mayor toxicidad que la mayor parte del resto de los antibióticos. Los efectos adversos asociados con la utilización prolongada de aminoglucósidos son infrecuentes e incluyen lesión de la región vestibular del oído interno, pérdida auditiva y lesiones en el riñón. Por este motivo su uso está prácticamente restringido al ámbito hospitalario.
6.4
Tetraciclinas
Las tetraciclinas son antibióticos bacteriostáticos que inhiben la síntesis de proteínas bacterianas. Son antibióticos de amplio espectro eficaces frente a cepas de estreptococos, bacilos Gram negativos, las bacterias del género Rickettsia (las bacterias que producen el tifus) y espiroquetas (las bacterias que producen la sífilis). Se emplean también en el tratamiento del acné, la enfermedad inflamatoria pélvica, las infecciones del tracto urinario, las bronquitis y la enfermedad de Lyme. Debido a su amplio espectro, las tetraciclinas pueden, en ocasiones, alterar el equilibrio de la flora bacteriana interna que normalmente es controlada por el sistema inmunológico del organismo; esto puede producir infecciones secundarias en el tracto gastrointestinal o la vagina, por ejemplo. Las tetraciclinas se emplean cada vez menos debido a la aparición de gran número de cepas bacterianas resistentes. Su uso está contraindicado en niños menores de ocho años y mujeres embarazadas por su acumulación en las zonas de crecimiento del hueso y en los dientes, produciendo una pigmentación característica.
6.5
Macrólidos
Los macrólidos son bacteriostáticos. Se unen a los ribosomas bacterianos para inhibir la síntesis de proteínas. La eritromicina es un macrólido con un amplio margen de seguridad y mínimos efectos adversos. La eritromicina es eficaz frente a cocos Gram positivos, y muchas veces se emplea como alternativa a la penicilina frente a infecciones por estreptococos o neumococos. Los macrólidos también se emplean en el tratamiento de la difteria y de las bacteriemias. Los efectos secundarios incluyen náuseas, vómitos y diarrea; pueden producir, de forma excepcional, alteraciones auditivas transitorias.
6.6
Sulfonamidas
Las sulfonamidas son antibióticos bacteriostáticos sintéticos de amplio espectro, eficaces contra la mayoría de las bacterias Gram positivas y muchas bacterias Gram negativas. Sin embargo, la aparición de resistencias entre las bacterias Gram negativas a las sulfonamidas, hacen que estos antibióticos se empleen hoy en día en situaciones muy concretas, como el tratamiento de las infecciones del tracto urinario, contra ciertas cepas de meningococo, o como profilaxis de la fiebre reumática. Los efectos colaterales incluyen alteraciones del tracto gastrointestinal e hipersensibilidad.
6.7
Quinolonas
Se pueden distinguir dos grupos: las quinolonas de primera generación (ácido nalidíxico) y las de segunda generación (fluorquinolonas).
El ácido nalidíxico es activo frente a enterobacterias y microorganismos enteropatógenos. Se utiliza en el tratamiento de infecciones del tracto urinario no complicadas.
Las fluorquinolonas son activas frente a la mayoría de los microorganismos Gram negativos y Gram positivos aerobios. Ejemplos de este grupo son la ciprofloxacina, la norfloxacina y la ofloxacina.
6.8
Lincosamidas
La clindamicina está relacionada con los macrólidos en cuanto a su mecanismo de acción y presentación de resistencias cruzadas. Se usa frecuentemente en infecciones producidas por microorganismos anaerobios.
6.9
Otros antimicrobianos
El metronidazol es un antimicrobiano bactericida con actividad exclusiva frente a bacterias anaerobias y protozoos flagelados.
La nitrofurantoína es útil en el tratamiento de infecciones urinarias no complicadas. Tiene numerosos efectos secundarios, lo que limita su uso.
La fosfomicina se usa para el tratamiento de infecciones urinarias de las vías bajas.
El cloranfenicol es un antibiótico de amplio espectro de actividad, pero con facilidad para producir efectos tóxicos.
La rifampicina se utiliza en el tratamiento de la tuberculosis y la brucelosis. También hay que considerarlo el fármaco de elección en la quimioprofilaxis de infecciones meningocócicas y de aquellas causadas por el Haemophilus influenzae tipo b.
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PRODUCCIÓN
El proceso de elaboración de un nuevo antibiótico es largo y costoso. Primero debe identificarse el organismo productor del antibiótico, y el antibiótico debe probarse frente a una amplia variedad de especies bacterianas. A continuación el microorganismo debe cultivarse a gran escala para permitir la purificación y el análisis químico del antibiótico y para diferenciarlo de otros antibióticos. Este es un proceso complejo debido a que existen miles de compuestos con actividad antibiótica y tales compuestos son redescubiertos de manera cíclica. Cuando el antibiótico ha demostrado su eficacia en el tratamiento de infecciones en animales, se puede iniciar su preparación a gran escala.
En el proceso de comercialización se requiere un método de purificación económico y productivo. Se realiza una intensa labor investigadora para aumentar la productividad seleccionando cepas mejoradas del microorganismo o cambiando el medio de cultivo. Se cultiva entonces el microorganismo en grandes tinajas de acero con sistemas de ventilación forzada. El producto fermentado de forma natural puede ser modificado químicamente para producir antibióticos semisintéticos. Tras el proceso de purificación, los efectos del antibiótico en los órganos y tejidos del huésped (su farmacología), así como los posibles efectos tóxicos (toxicología), deben ser analizados en gran número de animales de diferentes especies. Además se deben determinar las formas de administración más efectivas. Los antibióticos pueden ser tópicos (aplicados en la superficie de la piel, ojo, u oído en forma de cremas o pomadas), orales (se administran por la boca y se disuelven en la boca o se ingieren, para su absorción posterior en el intestino y su paso a la corriente sanguínea), o también pueden administrarse de forma parenteral (por inyección intramuscular, intravenosa o subcutánea); se utiliza esta vía de administración cuando se requiere una absorción rápida.
En distintos países, una vez completados estos pasos previos, el productor solicita un ensayo clínico a la agencia de control de medicamentos. Si se aprueba la solicitud, el antibiótico se prueba en voluntarios para determinar la toxicidad, tolerancia, absorción y excreción (fase 1). Si las pruebas sucesivas en un pequeño número de pacientes se realizan con éxito (fase 2), el fármaco puede emplearse en un grupo más amplio de varios cientos de personas (fase 3). Más tarde, se solicita a la agencia de control de medicamentos la inclusión como fármaco nuevo; debe obtenerse una autorización comercial para la utilización generalizada del medicamento en la práctica médica. El proceso que va desde el descubrimiento del antibiótico en el laboratorio hasta su ensayo clínico se suele prolongar a lo largo de varios años.
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RIESGOS Y LIMITACIONES
La utilización de antibióticos debe realizarse con receta médica debido a la aparición de resistencias bacterianas frente a ciertos antibióticos. Uno de los principales mecanismos de defensa es la inactivación del antibiótico. Éste es el mecanismo de defensa más frecuente frente a las penicilinas y el cloranfenicol. Otras formas de resistencia consisten en mutaciones que cambian la enzima bacteriana contra la que se dirige el antibiótico, de manera que éste no pueda ya inhibirla. Éste es el mecanismo más habitual frente a los compuestos que inhiben la síntesis de proteínas, como las tetraciclinas.
Todas las formas de resistencia se transmiten a través de los genes de la bacteria a su progenie. Además, los genes que producen resistencia también pueden transmitirse de unas bacterias a otras a través de plásmidos, que son fragmentos cromosómicos que contienen sólo una pequeña cantidad de genes (entre éstos, el gen de la resistencia). Así, algunas bacterias se unen a otras de la misma especie de forma transitoria, transmitiéndose los plásmidos. Si una bacteria recibe dos plásmidos portadores de genes de resistencia a diferentes antibióticos, estos genes se pueden unir en un único plásmido. La resistencia combinada puede así ser transmitida a una nueva bacteria, en la que puede unirse a otra forma de resistencia. Se generan así plásmidos que son portadores de resistencia a diferentes clases de antibióticos. Existen además plásmidos que pueden ser transmitidos entre especies diferentes de bacterias, permitiendo la transferencia de resistencias a múltiples antibióticos entre especies bacterianas muy dispares.
La utilización de antibióticos de forma profiláctica (antes de que aparezca la infección, para intentar prevenirla) ha agravado el problema de las resistencias. Su uso inadecuado e indiscriminado para el tratamiento de catarros u otras infecciones virales comunes, contra las que estos fármacos no tienen ningún efecto, elimina las bacterias sensibles a los antibióticos y permite el desarrollo de bacterias resistentes. La utilización de antibióticos en el ganado y las aves de corral ha supuesto la aparición de resistencias generalizadas y la contaminación de aves y productos ganaderos por bacterias resistentes a los antibióticos, como las del género Salmonella.
En la década de 1970, la tuberculosis estaba prácticamente erradicada en los países desarrollados, aunque seguía siendo una enfermedad prevalente en los países en desarrollo. En la actualidad, su incidencia está en aumento debido en parte a la resistencia del bacilo de la tuberculosis a los antibióticos. Algunas bacterias, y en particular algunas cepas de estafilococo, son resistentes a casi todos los antibióticos, de forma que las infecciones que producen no responden a ningún tratamiento. Cuando una cepa de estas características aparece en una planta de un hospital, a veces es necesario cerrarla durante una temporada. Algo similar ocurre con el plasmodio, el organismo responsable del paludismo o malaria: la resistencia de éste a los antibióticos, así como la resistencia del mosquito portador a los insecticidas que antes eran eficaces para su control, es cada vez más frecuente. En consecuencia, la incidencia del paludismo está aumentando de nuevo en algunas zonas de África, de Oriente Próximo, del Sureste asiático y de Latinoamérica.

Las increíbles Anomalías congénitas



Hemoglobina S
La mutación del gen responsable de la producción de hemoglobina en la sangre origina una enfermedad llamada anemia de células falciformes (drepanocítica). En esta enfermedad, la estructura de la proteína sanguínea transportadora de oxígeno está muy alterada. Debido a esta mutación la estructura de los hematíes se modifica adquiriendo una aspecto alargado en forma de semiluna.

Anomalías congénitas o Enfermedades congénitas, enfermedad estructural o funcional presente en el momento del nacimiento. El desarrollo embrionario y fetal puede ser alterado por diversos factores externos como: radiaciones, calor, sustancias químicas, infecciones y enfermedades maternas. Estos agentes externos se llaman teratógenos (del griego teratos, ‘monstruo’, y genes, ‘nacimiento’). Las anomalías congénitas también pueden ser causadas por una alteración genética del feto, o por la acción conjunta de un agente teratógeno y una alteración genética.
Más del 20% de los fetos malformados terminan en aborto espontáneo; el resto nacen con una enfermedad congénita. Hasta un 5% de los recién nacidos presenta algún tipo de anomalía congénita, y éstas son causa del 20% de las muertes en el periodo posnatal. Un 10% de las enfermedades congénitas son hereditarias por alteración de un solo gen; otro 5% son causadas por alteraciones en los cromosomas.
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CAUSAS GENÉTICAS
Algunas anomalías genéticas presentan síntomas evidentes ya en el momento del nacimiento. Pueden ser causadas por mutaciones de un gen, de varios genes (herencia poligénica), o por alteraciones cromosómicas complejas. Muchas enfermedades se heredan de modo recesivo: ninguno de los padres padece la enfermedad pero ambos son portadores del gen causante de ella. Cuando ambos padres presentan un gen dominante A y un gen recesivo a, sus descendientes pueden heredar una de las cuatro posibles combinaciones: AA, Aa, aA, o aa. Si el gen recesivo a transmite la enfermedad, existe un 25% de probabilidades de que cada hijo esté enfermo. En otras anomalías congénitas la presencia de un solo gen recesivo produce la enfermedad.
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AGENTES EXTERNOS
En torno a un 10% de las anomalías congénitas están causadas por factores externos. Se demostraron los efectos de la radiación por la gran incidencia de malformaciones en los hijos de las japonesas embarazadas expuestas a las bombas atómicas de 1945, así como en las gestantes sometidas a radioterapia (véase Enfermedad por radiación). El riesgo para el feto es menor en las radiografías utilizadas para la elaboración de diagnósticos; no obstante, los radiólogos recomiendan realizar sólo las necesarias durante el embarazo. Someter a una gestante a temperaturas elevadas (como la de un baño muy caliente) también puede producir anomalías congénitas.
Se creía que la placenta (órgano de unión del feto a la madre) era una barrera protectora frente a sustancias químicas presentes en la sangre materna. Este concepto condujo a finales de la década de 1950 al nacimiento de muchos niños con focomelia (miembros ausentes de forma total o parcial) debido a la utilización del sedante talidomida. Otros teratógenos conocidos son el alcohol, los anticonvulsivos, los quimioterapéuticos antineoplásicos, la cocaína, el ácido retinoico (tratamiento para el acné), y los antibióticos tetracilinas y aminoglucósidos (estreptomicina, gentamicina, tobramicina). En 1955 se descubrió en Japón una ‘epidemia’ de parálisis cerebral debida a que las embarazadas consumían pescado contaminado con el producto industrial metilmercurio.
Diferentes infecciones padecidas por una gestante pueden lesionar al feto. La más típica, la rubéola, puede producir retraso mental, ceguera y/o sordera en el recién nacido. La vacunación de niñas y adolescentes evita que se produzca la infección durante los embarazos futuros de esas mujeres. Otras infecciones que pueden dañar al feto si se producen durante la gestación son el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), la varicela, la toxoplasmosis y la infección por citomegalovirus.
Las mujeres con diabetes mellitus tipo I (insulino-dependiente), mal controlada durante la gestación, pueden tener hijos con cardiopatías congénitas y otros problemas. La fenilcetonuria (enfermedad del metabolismo) puede producir polimalformaciones y retraso mental en el niño, si no se controla durante el embarazo.
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CAUSAS POLIGÉNICAS Y MULTIFACTORIALES
Hoy en día no se conoce la causa de las dos terceras partes de las anomalías genéticas. Se piensa que algunas malformaciones cardiacas y de la columna vertebral son poligénicas, es decir, producidas por la presencia simultánea de varios genes anómalos. Otras anomalías congénitas parecen ser multifactoriales, esto es, producidas por genes anormales que interactúan con agentes ambientales perjudiciales. Algunas malformaciones se producen con más frecuencia en padres de edades avanzadas; por ejemplo, el riesgo de que nazca un niño con síndrome de Down se incrementa con la edad de la madre.
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DIAGNÓSTICO Y DETECCIÓN
Se han desarrollado diferentes pruebas diagnósticas para detectar los genes defectivos y las anomalías fetales. Para algunas enfermedades hereditarias como la enfermedad de Tay-Sachs y la anemia de células falciformes se dispone de pruebas para detectar los genes defectuosos en los padres sanos.
Muchas enfermedades congénitas se pueden diagnosticar mediante amniocentesis. Se toma una muestra del líquido amniótico que rodea al feto para analizarlo y se cultivan las células fetales descamadas para estudiarlas. Otro método para obtener células fetales consiste en la realización de la biopsia de vellosidades coriónicas. En las células fetales cultivadas se puede estudiar una función concreta o analizar su ADN para detectar una anomalía congénita. También se puede obtener una muestra de sangre fetal del cordón umbilical.
Existen algunas pruebas diagnósticas menos agresivas que las anteriores. La más utilizada es la ecografía (basada en los ultrasonidos), útil para diagnosticar malformaciones, la edad fetal, los embarazos múltiples y el sexo fetal. Los niveles elevados de alfa-fetoproteína en sangre materna pueden indicar la presencia de una espina bífida; los niveles bajos pueden indicar síndrome de Down. En este caso también pueden aparecer niveles anormales en sangre materna de estriol no conjugado y de gonadotrofina coriónica humana.
Muchas malformaciones congénitas estructurales pueden ser corregidas mediante cirugía. Entre ellas se incluyen el paladar hendido y el labio leporino, los defectos de desarrollo de partes del tubo digestivo, las malformaciones cardiacas, el pie zambo y la escoliosis congénita. El tratamiento de algunas enfermedades hereditarias utilizando la ingeniería genética es un avance reciente que se encuentra en fase de ensayo clínico.

Los asombrosos Animales transgénicos



El empleo de animales transgénicos (es decir, animales que portan genes de otras especies en su genoma) para producir fármacos de naturaleza proteica resulta mucho menos costoso que la utilización de sistemas de producción especializados mediante biorreactores. Además, gracias a estos animales se evita el riesgo de contaminación con agentes infecciosos. En este fragmento se recoge el empleo de Genie, una cerda experimental que produce en su leche la proteína C humana.
Fragmento de Producción de fármacos a través de animales transgénicos.
De William H. Velander, Henryk Lubon y William N. Drohan.
Al año de haber nacido, Genie, nuestra cerdita experimental, amamantaba ya a siete hermosos lechones, suministrándoles con su leche los muchos nutrientes que necesitan para vivir y engordar. A diferencia de otras cerdas, la leche de Genie contiene también una sustancia que algunas personas gravemente enfermas requieren con apremio: la proteína C humana. Tradicionalmente, esas proteínas sanguíneas se han venido obteniendo mediante métodos que implican el procesamiento de grandes cantidades de sangre humana procedente de donaciones o el cultivo de ingentes cantidades de células en enormes biorreactores de acero inoxidable. Pero Genie produce proteína C en abundancia y sin necesidad de ayuda. Es la primera cerda del mundo que fabrica una proteína humana en su leche.
Genie corona un proyecto de investigación concebido diez años atrás. En colaboración con especialistas en la obtención de esas proteínas de la sangre, adscritos a la Cruz Roja Americana, consideramos la posibilidad de cambiar la composición de la leche de un animal para incluir macromoléculas de perentoria necesidad. En teoría, una aproximación de ese tipo podría generar la cantidad que se precisara de cualquiera de las proteínas de la sangre utilizadas con fines terapéuticos, cuya producción suele quedarse muy corta.
La demanda de ese tipo de medicamentos es amplia y diversa. Pensemos en los hemofílicos, necesitados de agentes coagulantes, en especial de Factor VIII y Factor IX, dos proteínas sanguíneas. Ciertas personas con una deficiencia congénita precisan proteína C extra (que controla la coagulación) para suplementar sus escasas reservas; también pueden beneficiarse de ella los pacientes que han sufrido ciertas intervenciones quirúrgicas de sustitución. Otro ejemplo de la importancia de las proteínas de la sangre con fines terapéuticos lo encontramos en las personas que sufren cardiopatías o accidentes cerebrovasculares. Estos casos suelen requerir la aplicación inmediata de un tratamiento con activador tisular del plasminógeno, una proteína capaz de disolver los coágulos. Determinados sujetos que padecen ciertos tipos de enfisemas respiran mejor con infusiones de 1-antitripsina, otra proteína.
Todas esas proteínas están presentes en la sangre de los donantes, pero sólo en pequeñas cantidades. Suelen ser tan difíciles de producir, que su costo impide o limita peligrosamente su uso como medicamento. Por citar uno: el tratamiento con Factor VIII purificado (cuyo empleo está limitado a los episodios hemorrágicos del hemofílico) cuesta varios millones de pesetas al año. El costo anual de una reposición continua de esa proteína de la sangre, una opción deseable, pero raramente posible, superaría los 13 millones de pesetas.
Esas sumas al alcance de muy pocos constituyen un reflejo de los múltiples problemas derivados de la extracción de las proteínas de la sangre de donantes o del establecimiento de sistemas de producción especializados mediante cultivos celulares, una empresa que requiere inversiones del orden de los 3.500 millones de pesetas para suministrar, a la postre, cantidades modestas de un solo tipo de proteína. Para el desarrollo de Genie y otros animales “transgénicos” (es decir, criaturas que portan genes de otras especies) se precisa sólo una pequeña parte de ese montante. Además, los procedimientos se simplifican muchísimo y se pueden fabricar grandes cantidades de proteínas sanguíneas humanas. La sustitución de los biorreactores al uso por ganado transgénico proporciona, por tanto, pingües beneficios económicos.
La producción de proteínas de la sangre a través de animales transgénicos supone también un avance con respecto a otras dificultades que entrañan los procedimientos actuales. Nos referimos, por ejemplo, a su purificación a partir de la sangre de los donantes. La razón es muy sencilla: elimina el riesgo de contaminación con agentes infecciosos. Aunque se ha conseguido ya un alto nivel de seguridad a propósito de las proteínas de la sangre procedentes de plasma sanguíneo, gracias a los controles rigurosos a los que son sometidos los donantes y los tratamientos antivíricos que se utilizan, siempre acecha la amenaza de posibles patógenos. Recuérdese el miedo a propagar el VIH (agente causante del sida) o el virus de la hepatitis C, que está provocando que los investigadores busquen sustitutos a los medicamentos derivados de la sangre humana. De la misma manera, los recientes acontecimientos relacionados con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (una patología degenerativa del sistema nervioso) han hecho que algunos productos derivados de la sangre se hayan retirado del mercado en Estados Unidos y Europa. La fabricación de proteínas sanguíneas humanas a partir de ganado transgénico libre de esas enfermedades evita tales problemas.
Los numerosos beneficios que podría acarrear la utilización de animales transgénicos como biorreactores nos dio abundantes razones para proseguir en nuestro sueño de establos limpios, ocupados por ganado sano y portador de genes humanos de interés. No se nos ocultaban, en un comienzo, los problemas técnicos que habríamos de afrontar hasta obtener animales transgénicos y recoger cantidades adecuadas de proteínas a partir de su leche. Afortunadamente, y gracias al abundante trabajo pionero ya realizado, pudimos progresar sin pausa.
Ya en 1980, el equipo de Jon W. Gordon había determinado que un embrión fecundado de ratón podía incorporar material genético (ADN) foráneo en sus cromosomas, los depósitos celulares de material genético. Poco tiempo después, el grupo de Thomas E. Wagner demostró que un gen (un segmento de ADN que cifra una proteína) de conejo funcionaba correctamente en un ratón. Utilizando una pipeta de cristal finísimo, de dimensiones microscópicas, pusieron éstos a punto un sistema para inyectar un fragmento específico de ADN de conejo en un embrión unicelular de ratón. Asombrosamente, ese ADN se integraba con alguna frecuencia en los cromosomas del ratón, quizá porque las células lo suponían un pequeño trozo de ADN roto que debía repararse.
Implantaron a continuación los embriones inyectados en una ratona “de alquiler”. Observaron entonces que algunos de los ratones que nacían llevaban el gen de conejo en todos sus tejidos. Esos ratones transgénicos pasaban el gen foráneo a sus descendientes de una manera normal, siguiendo las leyes mendelianas de la herencia. El gen añadido funcionaba con normalidad en su nuevo hospedador, y los ratones fabricaban hemoglobina de conejo en su sangre.
Fuente: Velander, William H., Lubon, Henryk y Drohan, William N. Producción de fármacos a través de animales transgénicos. Investigación y Ciencia. Barcelona: Prensa Científica, marzo, 1997.

¿Qué es la Adenopatía?



Adenopatía, aumento de volumen de un ganglio linfático. Cuando el ganglio recibe una sobrecarga de agentes extraños (bacterias, virus, hongos, cuerpos extraños microscópicos o células tumorales), todos sus mecanismos de defensa inmune se multiplican, proliferando los diferentes tipos celulares (hiperplasia) y aumentando el volumen de algunas células (hipertrofia); todo ello produce una multiplicación de los nódulos linfáticos de la corteza del ganglio, un aumento de volumen, un aumento de la vascularización, y, en casos extremos, se llega a producir un infarto ganglionar por obstrucción celular e inflamatoria de los vasos sanguíneos.
Las adenopatías pueden ser agudas o crónicas, dolorosas o indoloras, aisladas o múltiples (siguiendo cadenas ganglionares). Su presencia suele ser signo de afectación infecciosa (aguda o crónica) o neoplásica (el tumor libera células malignas que viajan por los vasos sanguíneos o linfáticos y son atrapadas por los sistemas de inmunidad celular del ganglio). Las enfermedades neoplásicas primarias de los ganglios se llaman linfomas.

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