La erupción del Vesubio


A LA SOMBRA DEL VESUBIO
Pompeya, ciudad embalsamada en lava y ceniza

PRESAS DE LA MUERTE. Por todo Pompeya, hombres, mujeres y niños fueron atrapados por cenizas ardientes cuando trataban de huir, y yacen para siempre inmóviles desde el momento de su último suspiro...

 UN hombre yacía sobre la vía pública, y en su mano aferraba unas monedas de oro. Es posible que fuera un ladrón. Es posible que hubiera tardado muchos años en ahorrar ese dinero. Nunca se sab. Cualquiera que fuera su derecho sobre el oro, su destino fue sujetarlo en la palma de la mano durante más de 1,500 años, enterrado bajo lava y ceniza hasta que se descubrió su cuerpo en el siglo XVIII.

Era un ciudadano de Pompeya, residencia de verano de los romanos pudientes, próxima a la bahía de Nápoles, que fue destruida de modo apocalíptico en un día horroroso: el 24 de agosto del año 79 de nuestra era. El volcán Vesubio entró repentinamente en erupción y, al tiempo que destruyó la ciudad, la conservó para siempre.

Los comerciantes cerraban las puertas de sus establecimientos para marcharse a comer. Unas muchachas hablaban de sus cosas junto a la fuente de una esquina. La mujer de un panadero acababa de introducir 81 barras en el horno. En una taberna, alguien pagaba el vino que iba a tomar. Y entonces, de modo totalmente repentino, se produjo el primer corrimiento de tierras.


La muchacha que atendía a los clientes no esperó a tomar el dinero que le tendían. Los panecillos se quedaron en el horno y hoy se pueden contemplar, convertidos en sólida ceniza, en un museo de Nápoles.

Fueron muchos los que escaparon en aquel momento, ya que el terremoto sólo representaba los primeros estiramientos de los músculos del volcán. Pero otras personas se hallaban ligadas a la ciudad por lazos demasiado fuertes.


Fuga desesperada

Un grupo de personas fue descubierto asistiendo reverentemente al funeral de un amigo. Otros fueron sepultados mientras ocultaban sus objetos de valor. Otros se escondieron en sus casas y trataron de protegerse por todos los medios contra el implacable poder del volcán. Otros cargaron en carros sus pertenencias e interceptaron las vías que cruzaban las estrechas puertas de la ciudad.
Cuando el Vesubio se aplacó 28 horas más tarde, Pompeya se hallaba sepultada bajo seis metros de lava y ceniza y habían perecido 2,000 de sus 20,000 habitantes .
La ciudad y su tragedia fueron olvidadas durante muchos siglos, hasta que en el año 1748, un ingeniero del rey de Nápoles, llamado Alcubierre, inspeccionó un túnel que había sido labrado bajo las ruinas 150 años antes para tomar agua del cercano río Sarna.
Casualmente practicó su primer pozo en el barrio comercial de Pompeya y desenterró un brillante mural. También descubrió el cadáver del pompeyano que sujetaba las monedas de oro. Alcubierre continuó enérgicamente sus excavaciones aunque no sin peligro.
En 1763, Joseph Winckelmann, hijo de un modesto zapatero alemán, se sintió fascinado por los secretos de Pompeya y llegó a ser un experto en la historia de la ciudad.
Pero los orgullosos funcionarios que controlaban el lugar le impedían visitarlo. Winckelmann insistió una y otra vez, estudiando los hallazgos y sobornando a un capataz para entrar en las excavaciones. Con su experiencia, adquirida tras grandes esfuerzos, dedujo de un cúmulo heterogéneo de reliquias la historia de seis siglos de vida en la antigua ciudad marítima de verano de los acaudalados de Roma.
Pero Winckelmann fue asesinado por un ladrón en Trieste en 1767, antes de poner fin a sus trabajos.
Transcurrió otro siglo hasta que el arqulogo Giuseppe Fiorelli introdujo la actual metodología científica de excavar lentamente, casa por casa y calle por calle, para no perder nada de cuanto ofrezca interés.
Sorprendentemente, todavía quedan dos quintas partes de Pompeya por desenterrar. Lo que la lava aún oculta pudiera ser mucho más admirable que las maravillas halladas hasta ahora.

domingo, 10 de julio de 2011

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