Concilios de Lyon


Los asombrosos 
Concilios de Lyon
Concilios de Lyon, dos concilios ecuménicos de la Iglesia cristiana en Occidente, celebrados en Lyon.
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I CONCILIO DE LYON (1245)
Decimotercer concilio ecuménico de la Iglesia, sus sesiones se desarrollaron entre el 28 de junio y el 17 de julio de 1245, durante el pontificado de Inocencio IV. El Papa convocó el concilio para derrocar a Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano, quien le había apartado de Roma. El concilio excomulgó y depuso a Federico y liberó a sus súbditos de sus juramentos de lealtad; los hechos del concilio, sin embargo, no tuvieron consecuencias políticas.
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II CONCILIO DE LYON (1274)
Decimocuarto concilio ecuménico, sus sesiones tuvieron lugar entre el 7 de mayo y el 17 de julio de 1274, durante el pontificado de Gregorio X. Asistieron a él aproximadamente 500 obispos, y fue convocado ante todo para buscar la unificación de las iglesias de Occidente y de Oriente. Pero, aunque sin duda se logró una reconciliación en esta oportunidad, sería de carácter transitorio. También se establecieron normas según las cuales los papas serían elegidos por un cónclave de cardenales. El Concilio contó entre sus miembros con san Buenaventura (el cual falleció dos días antes de su clausura); santo Tomás de Aquino murió cuando se dirigía hacia allí.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Concilios de Letrán


Los asombrosos 
Concilios de Letrán
Concilios de Letrán, denominación que reciben los cinco concilios ecuménicos celebrados por la Iglesia católica en un palacio próximo a la basílica de San Juan de Letrán, en Roma.
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I CONCILIO DE LETRÁN (1123)
Fue convocado durante el pontificado de Calixto II y su decisión más importante fue la plena confirmación del Concordato de Worms (1122), que puso fin a la Querella de las Investiduras entre las autoridades eclesiásticas y seculares. También adoptó cánones que prohibían la simonía y el matrimonio de los clérigos, y anuló las ordenanzas del antipapa Gregorio VIII (1118-1121).
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II CONCILIO DE LETRÁN (1139)
Tuvo lugar durante el pontificado de Inocencio II (1130-1143) y su convocatoria respondió al intento de resolver el cisma originado por el antipapado de Anacleto II (1130-1138), a cuyos seguidores excomulgó. Además, fueron renovados los cánones en contra del matrimonio de los clérigos y se prohibió la celebración de torneos peligrosos.
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III CONCILIO DE LETRÁN (1179)
Celebrado durante el pontificado de Alejandro III, estableció el procedimiento para la elección del nuevo papa (que exigía el voto favorable de dos terceras partes de los cardenales reunidos en cónclave).
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IV CONCILIO DE LETRÁN (1215)
Inocencio III
Durante su pontificado, el papa Inocencio III (1198-1216) desarrolló una actividad inusitada que le convirtió en uno de los más competentes de la edad media. Uno de sus últimos logros fue la convocatoria del IV Concilio de Letrán (1215). En la imagen aparece tal y como fue representado en un fresco del monasterio benedictino del Santo Speco (Italia).

Presidido por el papa Inocencio III, fue el más importante de los concilios lateranenses. En sus sesiones, celebradas entre el 11 y el 30 de noviembre de 1215, participaron dos patriarcas orientales, representantes de muchos príncipes seculares y más de 1.200 obispos y abades. En sus 70 decretos se adoptaron importantes resoluciones, entre las cuales destacaron: la condena de dos grupos religiosos, los cátaros y los valdenses; la confesión de fe que definió por vez primera el dogma teológico de la transubstanciación; una norma por la que se prohibía la fundación de nuevas órdenes monásticas; la obligación para los fieles (como mandamiento de la Iglesia) de confesar y comulgar al menos una vez al año; y la preparación de una nueva Cruzada.
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V CONCILIO DE LETRÁN (1512-1517)
Fue convocado por el papa Julio II en 1512 y continuó y concluyó durante el pontificado de León X. Prohibió la impresión de libros que no recibieran previa autorización eclesiástica y aprobó el concordato entre León X y el rey de Francia, Francisco I, quien abolió los privilegios de la Iglesia francesa.

Concilios de Constantinopla


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Concilios de Constantinopla
Concilios de Constantinopla, denominación que reciben los ocho concilios celebrados por la Iglesia cristiana en la ciudad de Constantinopla (actual Estambul). La Iglesia católica sólo reconoce cuatro de ellos como ecuménicos: los tres primeros y el sexto (al que, en consecuencia, denomina IV Concilio de Constantinopla).
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PRIMER CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (381)
Segundo concilio ecuménico de la Iglesia. Convocado por el emperador romano de Oriente Teodosio I el Grande, los 150 obispos que participaron en sus sesiones condenaron como herético el arrianismo, reafirmaron las resoluciones adoptadas en el primer concilio ecuménico (el I Concilio de Nicea, que tuvo lugar en el 325), definieron al Espíritu Santo como consubstancial y coeterno con el Padre y el Hijo en la Santísima Trinidad y ratificaron el segundo puesto que ocupaba el patriarca de Constantinopla en el orden jerárquico de la Iglesia, tras el papa.
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SEGUNDO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (553)
Quinto concilio ecuménico de la Iglesia. Fue convocado por el emperador bizantino Justiniano I, para examinar las obras de los teólogos griegos Teodoro de Mopsuesto, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Estas obras, conocidas como los Tres capítulos y que habían sido aprobadas por el cuarto concilio ecuménico, el Concilio de Calcedonia (451), fueron condenadas, así como anatemizados sus autores.
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TERCER CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (680)
Sexto concilio ecuménico. Fue convocado a petición del emperador bizantino Constantino IV (reinó entre 668-685), para condenar el monotelismo, doctrina que declaraba que Jesucristo sólo disponía de una voluntad, aunque tuviera dos naturalezas (la humana y la divina).
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CUARTO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (691)
Convocado por el emperador bizantino Justiniano II (reinó entre 685-695 y 705-711) con el fin de promulgar un código legislativo para la Iglesia. Dicho código se convirtió más tarde en parte de la ley canónica de la Iglesia ortodoxa, pero fue rechazado en gran medida por la Iglesia occidental, que no aprobó las actas conciliares finales. El Concilio del año 691 fue considerado por la Iglesia de Oriente como complementario a los anteriores concilios ecuménicos (el quinto y el sexto) y es, por lo tanto, conocido como Sínodo Quinisexto (del latín, ‘quinto-sexto’). Este Concilio se ha denominado en ocasiones Sínodo Trullano por su punto de encuentro en el trullum (cúpula) del palacio del emperador.
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QUINTO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (754)
Fue convocado por el emperador bizantino Constantino V para tratar el problema de la adoración de imágenes. El Concilio condenó el culto a las imágenes; esta postura, sin embargo, fue rechazada por el séptimo concilio ecuménico, celebrado en Nicea en el 787, y el Concilio del 754 no fue reconocido como ecuménico en Occidente. También es conocido por el nombre de Conciliábulo de Hiereia.
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SEXTO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (869-870)
No reconocido por la Iglesia ortodoxa, sí por la Iglesia católica (que lo denomina IV Concilio de Constantinopla y reconoce como octavo concilio ecuménico). Fue congregado por Basilio I el Macedonio, emperador de Bizancio, para confirmar la destitución de Focio como patriarca de Constantinopla. Focio, principal instigador del cisma del siglo IX entre las Iglesias de Oriente y Occidente, fue depuesto.
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SÉPTIMO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (879-880)
La séptima asamblea de Constantinopla fue reconocida en Oriente como octavo concilio ecuménico de la Iglesia. Fue convocada por Focio, quien había sido restituido como patriarca de Constantinopla en el 877. Este Concilio, que rechazó el anterior, no fue reconocido por la Iglesia de Occidente.
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OCTAVO CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (1341)
El último concilio que tuvo lugar en Constantinopla fue reconocido en Oriente como noveno concilio ecuménico de la Iglesia. Se celebró para resolver el problema del hesiquiasmo, escuela de espiritualidad de la Iglesia ortodoxa que experimentó una gran renovación entre los monjes que vivían en el monte Athos. El Concilio condenó al monje griego Barlaam como hereje por su oposición a la secta.

Consubstanciación


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Consubstanciación
Consubstanciación, doctrina utilizada para explicar la experiencia cristiana y la convicción de que Cristo se halla en verdad presente con su pueblo en la celebración de la eucaristía. La consubstanciación se desarrolló en la facción luterana de la reforma protestante durante el siglo XVI. La idea aparece en las propias obras de Martín Lutero; dicho término fue empleado por vez primera por su joven contemporáneo, Melanchthon.
La consubstanciación se basa en las mismas premisas filosóficas que la doctrina medieval de la transubstanciación, a la cual se oponía. Ambas doctrinas se asientan en las enseñanzas de Aristóteles con respecto a que la materia consiste en accidentes, los cuales pueden ser percibidos por los sentidos, y en la substancia, que la mente entiende y que constituye la realidad esencial. Ambas acuerdan que, en la eucaristía, los accidentes del pan y el vino permanecen inamovibles. Sin embargo, al contrario que la doctrina de la transubstanciación, la de la consubstanciación afirma que la substancia del pan y el vino también es inmutable, el cuerpo omnipresente de Cristo coexiste 'en, con y bajo' la substancia del pan y que la sangre de Cristo está presente en, con y bajo el vino, por el poder de la Palabra de Dios.

Eucaristía


Eucaristía
La última cena
La última cena (Museo del Prado, Madrid), obra de Juan de Juanes representa el pasaje del Nuevo Testamento en que Jesús instituyó la eucaristía. En el centro pintó a Cristo rodeado por sus discípulos, cuyos nombres aparecen escritos en los nimbos. Dando la espalda al espectador se encuentra Judas.

Eucaristía, el pan eucarístico de la sagrada comunión, rito central de la religión cristiana en el que el pan y el vino son consagrados por un ministro ordenado y tomados por éste y por los miembros de una congregación en obediencia al mandato de Cristo en la Última Cena, 'haced esto en memoria mía'. En las Iglesias ortodoxa y católica apostólica romana, está considerada un sacramento que simboliza y realiza la unión de Cristo con los fieles. Los anabaptistas y otros se refieren a la sagrada comunión como una 'institución' en vez de un sacramento, resaltando la obediencia a un mandato.
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LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
Según la tradición, el mandato que Jesús impuso a sus discípulos en la Última Cena de comer el pan y beber el vino 'en memoria mía' constituye la institución de la eucaristía. Esta prescripción específica acontece en dos relatos que se hacen de la Última Cena en el Nuevo Testamento (Lc. 2, 17-20 y 1 Cor. 1, 23-25. La antigua teología afirma que Jesús hizo este mandato en aquella ocasión para asegurarse de que los cristianos partirían el pan y beberían el vino en su memoria mientras perdurara la Iglesia. Una aproximación crítica a los textos evangélicos ha mostrado que esta conclusión no es tan verosímil. El mandato 'haced esto en memoria mía' no aparece en los relatos que Mateo y Marcos hicieron de la Última Cena. En consecuencia, algunos eruditos han supuesto que la indudable experiencia de la comunión con Cristo resucitado en las comidas siguientes a la Pascua provocó en algunas tradiciones posteriores la idea de que dicha comunión había sido prevista y ordenada por Jesús en la Última Cena. El tema puede no llegar nunca a resolverse de forma por completo satisfactoria. En cualquier caso, la práctica de comer en memoria del Señor y la creencia de la presencia de Cristo 'en la partición del pan' fueron universales e indiscutibles en la primitiva Iglesia. La Didaké, un antiguo documento cristiano, hace referencia en dos ocasiones a la eucaristía. Tanto este texto como el Nuevo Testamento indican la gran diversidad que existe en la práctica y en el entendimiento de la eucaristía, pero no hay ninguna evidencia de que en alguna congregación cristiana no se celebrara el sacramento.
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EVOLUCIÓN DE LA DOCTRINA
La evolución de la doctrina de la eucaristía se centra en dos ideas: presencia y sacrificio. En el Nuevo Testamento no se hace ningún intento para explicar la presencia de Cristo en la eucaristía. Los teólogos de los primeros tiempos de la Iglesia tendieron a aceptar las palabras de Jesús, 'Este es mi cuerpo' y 'Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre', como explicación suficiente de la transformación milagrosa del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, aunque algunas interpretaciones reflejan la influencia de la filosofía platónica en la Iglesia primitiva.
Durante la edad media los filósofos escolásticos, bajo la influencia de Aristóteles, desarrollaron una doctrina más elaborada de la eucaristía. Aristóteles enseñó que las cosas terrenales tienen accidentes (tamaño, forma, color y textura) perceptibles a los sentidos, y la sustancia (su realidad esencial) es conocida por la mente. Según la especulación aristotélica, la sustancia del pan eucarístico es transformada, por el poder de Dios, en el cuerpo de Cristo. Esta idea de la presencia de Cristo, llamada transubstanciación, fue desarrollada en el siglo XIII por el teólogo italiano santo Tomás de Aquino. Ha sido la enseñanza de la Iglesia católica apostólica romana desde la edad media, aunque el Concilio de Trento, que reafirmó la doctrina frente a los reformadores protestantes en el siglo XVI, no incluyó ninguna especulación filosófica en su declaración, afirmando tan sólo que un cambio real acontece en el pan y en el vino.
En el siglo XVI los reformadores protestantes ofrecieron varias interpretaciones alternativas de la celebración eucarística. Martin Lutero habló de la consubstanciación: que Cristo está presente 'en, con y bajo los elementos'. El reformador suizo Ulrico Zuinglio negó cualquier conexión real entre el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo; pensaba que en la celebración de la Última Cena, que recuerda a los fieles las palabras y la obra del Señor, Cristo está con ellos por el poder del Espíritu Santo; consideraba que el pan y el vino recuerdan la Última Cena, pero no se da ningún cambio metafísico en ellos. Juan Calvino afirmó que Cristo está presente tanto en un sentido simbólico como por su poder espiritual, que es impartido por su cuerpo (que está en el cielo) a las almas de los creyentes cuando participan de la eucaristía. Esta postura, que ha sido llamada 'presencia dinámica', está a medio camino entre las doctrinas de Lutero y Zuinglio. La doctrina anglicana afirma la presencia real de Cristo, mas sin especificar el modo.
Algunos teólogos modernos han intentado recuperar el sentido judaico antiguo de rememorar los actos de Dios (anamnesis). Al invocar la presencia de Dios y recordar en su presencia los hechos mediante los cuales los liberó, los fieles viven aquellos hechos como si fueran presentes. Así, de la misma forma que cada generación de israelitas participa año tras año en el éxodo, la marcha por el desierto y la travesía de Canaán, cada generación de cristianos, semana tras semana, participa en la Última Cena, el sufrimiento en la cruz y la resurrección de Cristo.
La doctrina eucarística también tiene que ver con el carácter sacrificial del sacramento (cómo se relaciona la eucaristía con la muerte de Cristo en la cruz). Las Iglesias ortodoxa, católica apostólica romana y anglicana han enseñado por tradición que la eucaristía es un medio a través del cual los creyentes pueden tomar parte en el sacrificio de Cristo y en la nueva alianza con Dios a la que dio origen. En la creencia popular, se interpreta a veces que esta idea significa que cada celebración de la eucaristía es un nuevo sacrifico, en vez de la participación en el sacrificio original de Cristo como enseña la doctrina oficial de la Iglesia. Los protestantes, en general, han dudado en darle una categoría de sacrificio a las celebraciones eucarísticas.
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EL SERVICIO DE LA EUCARISTÍA
Las denominaciones de este servicio son variadas: se llama eucaristía, el pan eucarístico o la sagrada comunión en la mayoría de las Iglesias protestantes; liturgia divina en la ortodoxia oriental, y la misa en la Iglesia católica apostólica romana y en algunas comunidades anglicanas. En cualquier caso, es la liturgia central cristiana y la más solemne.
Por regla general, el servicio consta de dos partes. La primera, 'el servicio de la Palabra' consiste en la lectura de las Sagradas Escrituras, un sermón y varias oraciones. Esta parte de la eucaristía, en apariencia adaptada del culto judío de la sinagoga, ha sido prefijada al servicio del pan y del vino por lo menos desde la mitad del siglo II. La segunda parte de la celebración consiste en un ofrecimiento de pan y vino (junto con los donativos monetarios de la congregación), la oración central eucarística (una oración de la consagración), la distribución de los elementos a los fieles y la bendición con que se despide a los fieles. Esta parte del servicio tiene sus raíces en las oraciones tradicionales que se decían en la mesa en las comidas judías.
La oración central de la eucaristía, la anáfora (del griego, 'oferta') consta de una oración de acción de gracias por la creación del mundo y su redención en Cristo, una referencia a la institución de la Última Cena, la oblación o anamnesis (la oferta de pan y vino en memoria agradecida a Cristo), la epiclesis o invocación del Espíritu Santo en el pan y el vino y en la congregación, y las oraciones de la intercesión.

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