El V Concilio de Letrán


El V Concilio de Letrán
El papa Julio II inauguró a principios de mayo de 1512 el V Concilio de Letrán para recuperar el 'esplendor antiguo'.
Fragmento de Historia de los papas.
De Ludwig Pastor.
Después de haber celebrado tres días procesiones de rogativas, la tarde del 2 de Mayo de 1512 se dirigió el Papa en procesión solemne, rodeado de su guardia suiza y con fuerte escolta militar, al palacio de Letrán, donde pernoctó; y como se temía que el partido francés promoviera turbaciones, todos los alrededores del citado palacio estaban guarnecidos de tropas. Al siguiente día, fiesta de la Invención de la Santa Cruz, se celebró la apertura del Concilio en la antigua y venerable basílica que lleva el honorífico título de «madre y cabeza de todas las iglesias», hallándose presentes, además del Papa, 16 cardenales (otros dos se habían excusado por enfermedad), y cerca de 100 prelados, los más italianos, entre ellos 70 obispos, 12 patriarcas y 3 generales de órdenes religiosas; asimismo los embajadores de España, Venecia y Florencia, el Senador de Roma y los Conservadores, y finalmente, un buen número de personas de la nobleza romana. La guardia de honor había sido encargada á los Caballeros de Rodas, los cuales ofrecían un hermoso espectáculo con sus magníficos trajes resplandecientes de oro y seda, y con la cruz blanca sobre el pecho. Una inmensa muchedumbre de gente llenaba la espaciosa iglesia; el cardenal Riario celebró la misa del Espíritu Santo, y después el General de los Agustinos, Egidio de Viterbo, pronunció en clásico latín una oración generalmente admirada, en la cual se extendió libremente sobre los grandes daños de la Iglesia y los extraordinarios provechos de los sínodos. Desde su ideal punto de vista, interpretó el orador la derrota de Ravenna como una indicación de la Providencia, para que la Iglesia, vencida con las armas que les son ajenas, se volviera á aquellas que son propias suyas; es á saber: la piedad, la oración, el escudo de la fe y la espada de la luz. Con estas armas había la Iglesia conquistado el Africa, la Europa y el Asia; pero con ajenos arreos y armamentos que no eran los suyos, había vuelto á perder mucha parte de ellas. La voz de Dios había excitado al Papa á celebrar el Concilio, reformar la Iglesia, darle paz á ella y á los pueblos y además, evitar los golpes y las heridas. «Y tú, dijo el Señor a Pedro (Luc. 22, 32), en algún tiempo convertido, confirma a tus hermanos.» ¡Oíd, augustos Patronos, defensa y amparo de la ciudad de Roma! ¡Oíd en qué exceso de males ha sido precipitada la Iglesia fundada con vuestra sangre! ¿No veis de qué manera absorbe la tierra más sangre que lluvia, y ya no nos queda que sufrir sino la muerte? ¡Acudid en nuestro auxilio y erigid de nuevo la Iglesia! El pueblo, hombres y mujeres, personas de todas edades, el universo mundo, ruega y suplica; ruegan los Padres, el Sínodo y el mismo Papa, que le conservéis á él, la Iglesia, la ciudad de Roma, estos templos, estos altares, estos vuestros sagrados cuerpos; que arméis este Sínodo lateranense, con el auxilio del Espíritu Santo, para salud de toda la Cristiandad; que hagáis que los príncipes cristianos se reconcilien y vuelvan sus armas contra Mahoma, el enemigo declarado de Cristo; que la caridad de la Iglesia, no sólo no se extinga con estas olas, estas tormentas y cataclismos, sino por los méritos de la augusta Cruz y la dirección del Espíritu Santo, á los cuales juntamente celebramos en esta solemnidad, se vea limpia de todas las manchas que la afean y restituída á su primera pureza y esplendor antiguo».
Fuente: Pastor, Ludwig. Historia de los papas. Barcelona: Gustavo Gili, 1910.

lunes, 19 de septiembre de 2011

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