El increíble, asombros virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)


Linfocito T infectado por VIH
El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es la causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). El VIH infecta los linfocitos T CD4, un tipo de células blancas de la sangre, debilitando el sistema inmunológico, lo que hace que el individuo afectado sea susceptible de padecer infecciones mortales. El virus accede a los linfocitos T atacando las proteínas CD4 de la superficie externa de la membrana celular.

Virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), miembro de la familia de virus conocida como Retroviridae (véase Retrovirus), clasificado en la subfamilia de los Lentivirinae (lentivirus). Estos virus comparten algunas propiedades comunes: periodo de incubación prolongado antes de la aparición de los síntomas de la enfermedad, infección de las células de la sangre y del sistema nervioso y supresión del sistema inmunitario. La característica única que distingue a los retrovirus y permite su clasificación es la necesidad de transformar su información genética, que está en forma de ARN, en ADN (proceso de transcripción inversa) mediante una enzima que poseen, conocida como transcriptasa inversa.
Se han identificado 2 tipos de virus de la inmunodeficiencia humana: el VIH 1 y el VIH 2. El primero, denominado inicialmente LAV (virus asociado a linfadenopatía), fue aislado en 1983 por un equipo del Instituto Pasteur liderado por Luc Montagnier y es la causa más frecuente de infección por VIH en el mundo. Tres años más tarde se aisló el VIH2 que se localiza fundamentalmente en la zona de África occidental. El VIH 2 es menos patogénico que el VIH1.
La infección humana por el virus VIH produce una compleja enfermedad con un amplio espectro de manifestaciones clínicas denominada síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), que puede tardar en desarrollarse más de diez años. El descubrimiento de la relación entre el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y la infección por VIH se atribuye al grupo dirigido por Luc Montagnier. Otros investigadores estuvieron implicados en el descubrimiento, como el equipo de Robert Gallo, del National Cancer Institute, o el equipo de Jay Levy de la UC de San Francisco.
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ESTRUCTURA
La cubierta externa del VIH es un envoltorio de lípidos que proceden de la membrana de la célula huésped. Sobresalen de esta cubierta las glicoproteínas transmembrana virales gp41 y las glicoproteínas de cubierta gp120, que permiten la unión del VIH a las células diana. En el interior de la cubierta, la proteína del núcleo viral p17 constituye la matriz del virión, y la proteína del core p24 forma un nucleoide interno de forma cilíndrica. Este nucleoide tiene en su interior dos cadenas del genoma viral ARN (el material genético del virus VIH), y la enzima transcriptasa inversa. El ácido ribonucleico contiene los genes estructurales GAG, POL y ENV, comunes a todos los retrovirus, y varios genes estructurales.
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CICLO VITAL DEL VIH
Ciclo vital del virus de la inmunodeficiencia humana
El virus de la inmuodeficiencia humana (VIH), que causa el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), está programado genéticamente para hacer una única cosa: apropiarse de la maquinaria reproductiva de una célula humana y engañarla para que construya numerosas copias del virus antes de que la célula muera.

El VIH infecta a las células que tengan en su superficie la molécula CD4 (una proteína que pertenece a algunas células del sistema inmunológico y que el VIH utiliza como receptor). La gp120 viral reconoce y se une específicamente al CD4, y de este modo el virus se une a la membrana celular. Tras esta unión, el nucleoide viral se introduce en la célula y, mediante el proceso de transcripción inversa, el ARN viral se transforma en ADN de doble cadena. Este ADN viral es transportado al núcleo de la célula, donde se inserta o se integra al ADN de los cromosomas de la célula. Cuando se producen los estímulos necesarios, se desencadena el proceso de formación de nuevos viriones. El ADN viral integrado en los cromosomas de la célula huésped se sirve de los mecanismos de replicación de ésta para su transcripción a ARN mensajero (ARNm) y a nuevas cadenas de ARN genómico viral. Se produce entonces la traducción del ARNm viral a proteínas virales estructurales y enzimáticas, y el ensamblaje de viriones nuevos dentro de la célula. Las partículas de VIH así creadas se liberan de la célula tomando en su salida parte de la membrana de la célula para utilizarla como cubierta. La replicación del VIH puede producir la muerte de los linfocitos T CD4 (uno de los distintos tipos de glóbulos blancos). La destrucción de los linfocitos T CD4 paraliza la vía celular del sistema inmunológico, y este es el mecanismo por el que la infección por VIH puede producir el SIDA.


jueves, 18 de noviembre de 2010

La increíble y terrible malaria


Protozoos de la malaria
La imagen del microscopio representa unos protozoos del género Plasmodium, que invaden los eritrocitos de la sangre y causan la malaria en el hombre. Los protozoos se transmiten por la picadura de ciertos mosquitos, sobre todo en las regiones tropicales y subtropicales. La enfermedad se caracteriza por un cuadro de escalofríos, fiebre y sudor y, en ocasiones, produce la muerte.

Malaria o Paludismo, enfermedad humana y también de las aves y monos, causada por la infección de un protozoo del género Plasmodium, caracterizada por escalofríos y fiebre intermitente. La transmisión de los microorganismos responsables de la malaria humana se produce por la picadura de los mosquitos del género Anopheles. La enfermedad estuvo ampliamente extendida pero, durante la segunda mitad del siglo XX, fue erradicada en casi toda Europa y grandes áreas de América Central y del Sur. Sin embargo, en la actualidad continúa siendo un problema de salud muy importante en las regiones tropicales y subtropicales, especialmente en el continente africano. Cada año se registran más de 300 millones de casos de paludismo, ocasionando más de 1 millón de muertes anuales, el 90% de las cuales se producen en África, especialmente entre niños menores de 5 años.
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MALARIA EN LOS SERES HUMANOS
La malaria humana presenta cuatro formas, cada una de las cuales está producida por una especie de parásito diferente. En todas, los síntomas suelen ser escalofríos, fiebre y sudoración. En los casos no tratados estas crisis recidivan periódicamente. La forma más leve de malaria es la malaria terciana benigna, causada por el Plasmodium vivax, en la que la fiebre brota cada dos días después de la crisis inicial (que aparece dentro de las dos semanas después de la infección). La fiebre de la selva o, malaria terciana maligna, o malaria estivo-otoñal, producida por el P. falciparum, es responsable de la mayoría de los casos mortales de malaria. En esta forma de la enfermedad los microorganismos obstruyen los vasos sanguíneos del cerebro produciendo coma, delirio, y finalmente la muerte. La malaria cuartana, causada por el P. malariae, tiene un periodo de incubación más largo que la malaria terciana o fiebre de la selva. La primera crisis tiene lugar entre los 18 y los 40 días después de la infección. La crisis aparece cada tres días. La cuarta forma de la enfermedad, que es la más rara, causada por P. ovale, es similar a la malaria terciana benigna.
Durante el periodo de incubación los protozoos crecen dentro de las células hepáticas. Unos pocos días antes de la primera crisis, los microorganismos invaden los hematíes, que son destruidos durante el proceso de desarrollo del protozoo, originando las crisis febriles típicas de la enfermedad.
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HISTORIA
Quina
La corteza de estos árboles, propios de Sudamérica, contiene quinina, un fármaco utilizado para tratar la malaria. En el siglo XIX, tras la casi completa desaparición de sus hábitats naturales, proliferó el cultivo de este árbol en la India y en el Sureste asiático.

Desde 1638 el tratamiento de la malaria se ha basado en un extracto de la corteza del árbol de la quina llamado quinina. La quinina, que tiene cierta toxicidad, detiene el crecimiento de los protozoos en la circulación sanguínea. En 1930, químicos alemanes sintetizaron el Atabrine (clorhidrato de quinacrina) más eficaz que la quinina y menos tóxico. La investigación reveló que otro fármaco, la cloroquina, del que se dispone desde finales de la II Guerra Mundial, era capaz de prevenir y curar totalmente la fiebre de la selva, y que era mucho más eficaz que el Atabrine o la quinina frente a otras formas de malaria. También era mucho menos tóxico que cualquiera de los anteriores y más eficaz en dosis menores.
Cepas de P. falciparum, el organismo responsable de la fiebre de la selva, han demostrado recientemente resistencia a la cloroquina y a otros fármacos antipalúdicos sintéticos. Estas cepas se encuentran en especial en Vietnam, y también en la península Malaya, África y América del Sur. La quinina sigue siendo el agente utilizado contra las cepas de P. falciparum resistentes a los fármacos sintéticos. Además de la existencia de cepas de parásitos resistentes a los fármacos, el hecho de que algunos mosquitos vectores (Anopheles) se han hecho resistentes a los insecticidas como el DDT, ha producido un rebrote de la malaria en ciertos países tropicales. Como resultado, la malaria ha aumentado entre los americanos y europeos occidentales que viajan a Asia y América Central y entre los refugiados procedentes de estas zonas.
Los científicos, entre ellos el colombiano Manuel Patarroyo, llevan varios años tratando de desarrollar una vacuna contra la malaria de distribución general. Recientemente, en octubre de 2002, se finalizó la secuenciación de los genomas del más peligroso de los parásitos causantes del paludismo, Plasmodium falciparum, y de una de las especies de mosquito que lo transmiten, Anopheles gambiae. Esta nueva información permitirá a los investigadores desarrollar nuevas estrategias terapéuticas para luchar contra la enfermedad y para controlar a los insectos transmisores de la misma.


El asombroso e increíble sistema inmunológico


Linfocito
Microfotografía electrónica de barrido de un linfocito T normal. Los linfocitos son leucocitos especializados cuya función es detectar y destruir organismos invasores, como bacterias y virus. Algunos linfocitos T destruyen directamente a estos organismos invasores, mientras que otros actúan indirectamente, organizando la respuesta del sistema inmunitario.

Inmunología, estudio del sistema inmunológico del organismo. Inicialmente era una rama de la medicina que estudiaba la defensa o resistencia frente a las infecciones, pero su campo de estudio se ha ampliado en el curso de las últimas cuatro décadas y ahora cubre todos los fenómenos y mecanismos que discriminan entre lo propio —es decir, los mecanismos, moléculas, células y tejidos del cuerpo y todo lo que pertenece a ellos— y lo ajeno, todo lo que procede de fuera del cuerpo, lo que le es extraño. En este último apartado se incluyen los microorganismos infecciosos (protozoos, hongos, bacterias, micoplasmas y virus), los parásitos, las toxinas y venenos de tamaño suficiente y composición apropiada, los tumores y las células neoplásicas, los trasplantes y las células o moléculas transfundidas de animales no idénticos genéticamente.
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LA RESPUESTA INMUNITARIA

Macrófago engullendo una bacteria
Un macrófago, en amarillo, engulle y digiere una bacteria. Los macrófagos son grandes fagocitos, células que recorren el cuerpo y consumen partículas extrañas como polvo, amianto y bacterias. Ayudan a proteger el organismo contra las infecciones.

Casi todos los animales son capaces de organizar una respuesta defensiva contra sustancias ajenas; esto es lo que se llama respuesta inmunitaria. El estudio del desarrollo natural de los mecanismos que intervienen en la respuesta inmunitaria es el objeto principal de la inmunología y la investigación inmunológica. Las respuestas inmunitarias se clasifican en innatas (las que ocurren sin exposición previa a la sustancia, el organismo o el tejido ajenos) y adquiridas (las que requieren exposición previa al material ajeno).
2.1
Inmunidad innata
Los animales tienen barreras y sustancias naturales que ayudan a evitar las infecciones por microorganismos y parásitos. La piel y las secreciones mucosas actúan como barreras y las enzimas proteolíticas (enzimas digestivas que escinden las proteínas) presentes en los líquidos orgánicos destruyen algunos organismos invasores. Además de esto, hay células con funciones inmunes innatas que responden rápidamente a los organismos invasores y los destruyen. Estas células son básicamente de dos tipos: monocitos (especialmente macrófagos) y leucocitos polimorfonucleados. Ambas son capaces de ingerir microorganismos por fagocitosis y destruirlos. También sintetizan y segregan muchas sustancias, entre ellas citoquinas y enzimas, que protegen frente a las infecciones y estimulan el desarrollo de la respuesta inmunitaria.
Los leucocitos polimorfonucleados circulan con la sangre, pero se pueden dirigir rápidamente a los tejidos como respuesta a estímulos provocados por organismos y sustancias extraños. Los monocitos circulantes también migran de la sangre a los tejidos, mientras que los macrófagos suelen estar presentes en todos los tejidos del cuerpo.
Los animales primitivos, al igual que las especies superiores, pueden generar respuestas inmunes innatas; los primeros trabajos del inmunólogo ruso Mechnikov demostraron que las larvas de estrella de mar pueden responder a materiales extraños mediante mecanismos mediados por macrófagos.
La respuesta inflamatoria que con frecuencia acompaña a la respuesta inmune es también importante en la defensa contra las infecciones o en la protección frente a materiales indeseables; inducen esta inflamación células del sistema inmune y de otros sistemas.
El sistema de complemento constituye asimismo una protección importante frente a algunos microorganismos y puede formar parte de la inmunidad innata.
La inmunidad innata es relativamente inespecífica, aunque casi siempre discrimina con claridad entre lo propio y lo ajeno. Reacciona rápidamente y constituye una primera línea de defensa contra la invasión no deseada y la infección.
2.2
Inmunidad adquirida
Respuesta inmunitaria adquirida
La respuesta defensiva llevada a cabo por el sistema inmunológico o inmunitario frente a las sustancias extrañas recibe el nombre de respuesta inmunitaria. Las respuestas inmunitarias se clasifican en innatas (las que ocurren sin exposición previa a la sustancia ajena) y adquiridas o específicas (las que requieren exposición previa al material ajeno). Los linfocitos B y T son células especializadas que participan en la respuesta inmunitaria adquirida. Tanto los linfocitos T como los B tienen la capacidad de recordar, desde el punto de vista bioquímico, una exposición previa a un antígeno específico, de manera que si la exposición es repetida puede producirse una destrucción más eficaz del antígeno.

La capacidad para responder específicamente frente a lo ajeno se adquiere por interacción con los antígenos (sustancias extrañas potencialmente peligrosas para el organismo) presentes en tales organismos. Los animales invertebrados tienen poca o ninguna capacidad para responder de manera genuinamente específica; la inmunidad adquirida alcanza su máximo desarrollo en aves y mamíferos. Los anfibios y peces presentan cierta capacidad inmunitaria adquirida y los vertebrados primitivos, como la lamprea, son capaces de responder a ciertos antígenos, aunque la respuesta suele ser débil y relativamente simple.
La inmunidad adquirida se basa en la actividad de dos sistemas: humoral y de mediación celular. La inmunidad humoral está mediada por proteínas solubles llamadas inmunoglobulinas o anticuerpos. Los mamíferos producen cinco clases diferentes de moléculas de inmunoglobulina llamadas G, M, A, D y E. Partes de la estructura de estas moléculas proteicas globulares relativamente grandes consisten en secuencias cortas situadas muy cerca de la superficie de la molécula que interaccionan específicamente con el antígeno. Otras partes de las moléculas de anticuerpo actúan como intermediarias en funciones inmunológicas como la interacción de activación del complemento con macrófagos y otras células.
Todas las clases de inmunoglobulinas están presentes en la sangre, pero la inmunoglobulina G (IgG) es la clase dominante y además es una importante proteína sérica (el suero de los seres humanos normales contiene entre 8 y 16 mg/ml de IgG). Los anticuerpos IgM se inducen en la sangre en las primeras fases de la respuesta inmunitaria y los IgA se segregan en los fluidos gástricos y pulmonares, en el sudor y en la saliva. La IgE media las respuestas anafiláctica (liberadora de histamina) y alérgica y puede ser importante en la protección frente a los parásitos. La función de la IgD circulante no se conoce bien. Las inmunoglobulinas las producen y segregan los linfocitos B.
Los anticuerpos se enlazan específicamente con organismos y sustancias ajenos. Esto determina con frecuencia la inactivación de propiedades indeseables. Los complejos antígeno-anticuerpo se eliminan del cuerpo mediante diversos procesos y los microorganismos recubiertos de anticuerpos son particularmente sensibles a la fagocitosis por parte de los macrófagos y otras células. Después de interaccionar con un antígeno, los anticuerpos activan una gama de mecanismos inmunobiológicos que protegen frente a las infecciones y otros efectos indeseables.
La inmunidad de mediación celular se canaliza a través de los linfocitos T. Se producen células T específicas de los antígenos que interaccionan con éstos para mediar una serie de funciones inmunobiológicas. Un ejemplo de este dispositivo es la producción de células citotóxicas que destruyen específicamente microorganismos o células indeseables. Una clase de linfocitos T, llamados linfocitos killers o células asesinas o supresoras, destruyen también células y microorganismos ajenos. La respuesta inmunitaria adquirida complementa a la innata y configura así un sistema específico y muy eficaz.
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CONTROL DEL DESARROLLO DE LA INMUNIDAD ADQUIRIDA
El sistema inmune adquirido está sujeto a un control riguroso. Los linfocitos B que segregan anticuerpos están fuertemente influenciados por las células T que pueden ayudar a la respuesta o suprimirla. Estas células T segregan citoquinas y otras moléculas potentes y biológicamente activas que realzan o inhiben la activación, maduración y capacidad para segregar inmunoglobulinas apropiadas de las células B. Estas células B (y células de otros tipos) también segregan citoquinas que modulan la inmunidad. En particular, las interleuquinas 1, 2, 4, 6, 10, 12, 13, 14, 15 y 16, el interferón g y el factor de crecimiento β transformador influyen en el desarrollo y la modulación de la respuesta inmunitaria adquirida. IL-12 es un potente estimulador de las células killer.
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DIVERSIDAD INMUNOLÓGICA
El sistema inmune adquirido es capaz de producir anticuerpos y células T que identifican un número muy grande de moléculas distintas con una especificidad notable. Se ha estimado que los mamíferos pueden producir cerca de un millón de anticuerpos distintos y el mecanismo capaz de lograr esta generación de diversidad ha sido objeto prioritario de la investigación inmunológica. Se sabe también que pueden producirse anticuerpos contra sustancias sintéticas que no se encuentran en la naturaleza. Las primeras teorías que han tratado de explicar esta diversidad consideraron que la base de la especificidad era un proceso de ‘enseñanza’ que incorporaba un ‘ajuste inducido’ de anticuerpos con antígenos.
Esta teoría se ha abandonado en buena parte, pues no se ha imaginado ni descubierto ninguna base biológica convincente que la apoye. Ahora se sabe que las inmunoglobulinas se producen mediante reorganización y unión de varios genes y que durante el desarrollo de la inmunidad adquirida se produce mutación somática de material genético. Esto afecta sobre todo a las porciones muy variables de la proteína inmunoglobulina que conforma el punto de identificación del antígeno.
Estos procesos desempeñan una importante función en la generación de diversidad y especificidad del sistema inmune. El desarrollo de inmunidad humoral supone la interacción de antígenos con moléculas IgM o IgD presentes en la superficie de las células B. Esto inicia la activación de las células B que, si disponen de ayuda suficiente de las células T y otros sistemas, determina la maduración de la respuesta y la secreción de los anticuerpos adecuados. Esta idea la propuso el inmunólogo alemán Paul Ehrlich varias décadas antes de que la experimentación la demostrase. Las células T interaccionan con antígenos por medio de receptores de las células T que presentan similitudes estructurales con las inmunoglobulinas.
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DISCRIMINACIÓN ENTRE PROPIO Y AJENO
La discriminación entre propio y ajeno es fundamental para la inmunología. Los clones de células que tienen capacidad para reconocer antígenos propios se eliminan precozmente (por lo general, antes del nacimiento) en el desarrollo del animal. Esta ‘eliminación clónica’, que probablemente se produce mediante procesos que suponen la muerte celular programada (apoptosis), todavía no se conocen bien, pero sí se sabe que producen tolerancia a los autoantígenos. Las células tumorales pueden ser destruidas por mecanismos inmunitarios si expresan antígenos que no están presentes en células normales (los llamados ‘antígenos asociados a tumores’). La magnitud de la respuesta inmunitaria contra un antígeno suele verse muy influenciada por la diferencia entre su estructura y la de los antígenos del hospedante y por la medida en que se encuentre ‘ayuda’ (mediada en buena parte por células T) contra el antígeno.
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PRESENTACIÓN DEL ANTÍGENO Y ANTÍGENOS DEL COMPLEJO MAYOR DE HISTOCOMPATIBILIDAD
Casi todas las células animales (salvo los eritrocitos de mamíferos) expresan en su superficie moléculas activamente identificadas como ajenas por otros individuos genéticamente no idénticos. Estos principales antígenos de histocompatibilidad presentan una similitud estructural considerable con las inmunoglobulinas y las proteínas receptoras de las células T. Desempeñan una función importante, aunque no exclusiva, en el rechazo de los trasplantes y en algunas reacciones a la transfusión. También intervienen de manera fundamental en la ‘presentación’ de los antígenos procesados a los linfocitos T, especialmente importante en el desarrollo de respuestas inmunitarias. Las células presentadoras de antígenos, como los macrófagos, las células dendríticas y los linfocitos B, procesan los antígenos por degradación (mediada por enzimas) y presentan los péptidos resultantes, enlazados a los surcos de las moléculas del complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), para responder a las células T (véase Grupos de histocompatibilidad). El tipo de las moléculas CMH y su capacidad para presentar antígenos influye sustancialmente en la potencia y la naturaleza de la respuesta inmunitaria evocada.
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INMUNIDAD Y ENFERMEDAD
Linfocito T infectado por VIH
El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es la causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). El VIH infecta los linfocitos T CD4, un tipo de células blancas de la sangre, debilitando el sistema inmunológico, lo que hace que el individuo afectado sea susceptible de padecer infecciones mortales. El virus accede a los linfocitos T atacando las proteínas CD4 de la superficie externa de la membrana celular.

Los procesos inmunológicos son normalmente beneficiosos. Pero el desarrollo de formas de inmunidad inadecuadas puede causar enfermedades o, al menos, efectos clínicos adversos. La degradación de la tolerancia a lo propio puede causar enfermedades autoinmunitarias, como la artritis reumatoide, la cirrosis biliar primaria, el lupus eritematoso sistémico, la tiroiditis de Hashimoto, la miastenia gravis o la diabetes insulinodependiente. La producción de anticuerpos contra los espermatozoides puede causar esterilidad en la mujer. La reactividad inmunitaria excesiva (hipersensibilidad) puede causar trastornos como anafilaxis, alergia o asma.
La respuesta inmunitaria insuficiente es característica de un grupo de enfermedades conocidas como inmunodeficiencias. Estas patologías afectan a la inmunidad innata o adquirida y a las respuestas humorales o celulares. También varían en cuanto a su gravedad. La agammaglobulinemia congénita de Bruton deteriora gravemente la capacidad de producción de inmunoglobulinas. La inmunodeficiencia variable común es la enfermedad de este tipo más frecuente y consiste en un defecto de la función de las células B que les impide segregar anticuerpos. Los síndromes de DiGeorge y Nezelof son defectos del desarrollo de las células T. La combinación de varias inmunodeficiencias provoca la incapacidad total de organizar respuestas inmunitarias humorales y celulares. La base de estas afecciones suele ser genética, pero en varios casos el origen es incierto.
Otras inmunodeficiencias se deben a la acción de virus. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) es consecuencia de la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que destruye las células T CD4-positivas y provoca una inmunosupresión grave. Los trastornos por inmunosupresión impiden responder a las infecciones y, en algunos casos, al crecimiento espontáneo de tumores. El resultado último es con frecuencia una enfermedad grave o la muerte.
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INMUNOQUÍMICA
La inmunoquímica es una rama de la inmunología que estudia el uso de técnicas bioquímicas y biofísicas para estudiar y utilizar anticuerpos. Los métodos inmunoquímicos, en particular los que utilizan anticuerpos monoclonales, se utilizan de manera generalizada en muchas ramas de la biología y la medicina.
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INVESTIGACIÓN
Frank Burnet
El virólogo australiano Frank Burnet fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1960. Burnet descubrió el proceso por el cual el sistema inmunológico diferencia su propio tejido de los organismos invasores.

La investigación en inmunología ha influido decisivamente en el conocimiento de muchos aspectos importantes de la biología y la medicina. Esta influencia se ha reconocido con la concesión del Premio Nobel a varios inmunólogos. Ya en 1901, von Behring recibió el Nobel por su trabajo sobre inmunoterapia, al que siguió en 1908 el concedido a Paul Ehrlich e Iliá Mechnikov. Otros laureados con el Nobel han sido Karl Landsteiner por el descubrimiento de los grupos sanguíneos; sir Frank Macfarlane Burnet y Peter Medawar por sus trabajos sobre la tolerancia a los trasplantes; Rodney Porter y Edelman por el descubrimiento de la estructura bioquímica de los anticuerpos; Rosalyn Yalow por el desarrollo de la técnica del radioinmunoensayo; Georges J. F. Köhler y César Milstein por el desarrollo de la técnica de los anticuerpos monoclonales; Niels Jerne por sus investigaciones sobre la función del sistema inmune; y Tonegawa Susumu por el descubrimiento de las bases genéticas de la diversidad de anticuerpos.
La investigación actual es variada, pero se interesa por el estudio de la función de las citoquinas y sus receptores en la modulación de la respuesta inmunitaria y por la clasificación de las diversas funciones de los distintos tipos de leucocitos. La identificación de subtipos de linfocitos T (por ejemplo, las poblaciones de células T helper llamadas TH1 y TH2) que dirigen las respuestas humoral y celular y hacen que madure de distintas formas segregando diferentes citoquinas y otras sustancias está contribuyendo a conocer mejor el control del sistema inmune. El perfeccionamiento de los métodos de producción de anticuerpos monoclonales, incluyendo el uso de la tecnología de ADN recombinante, ha aumentado el potencial de los métodos inmunoquímicos. Se espera que la intensa actividad en el campo del diseño y la producción de vacunas, comprendido el desarrollo de vacunas de ADN, culmine en la elaboración de vacunas mejores y más inocuas para la prevención de un amplio espectro de enfermedades infecciosas y de otro tipo.


La increíble y mortal Hipertensión


Placa ateromatosa
La aterosclerosis, o estrechamiento de las arterias debido a la formación de una placa sobre la superficie interna de su pared, es un trastorno muy frecuente y letal en la mayoría de los países desarrollados. La placa está formada sobre todo por depósitos de grasa y colesterol aunque también contiene plaquetas, células musculares muertas y otros tejidos. Debido a que las plaquetas suelen reducir el flujo de sangre en las arterias principales, su presencia representa un riesgo grave para la salud que conduce a cardiopatías, apoplejía y al deterioro de la función renal e intestinal. La mala circulación, que también es consecuencia de la formación de placas, empeora la movilidad de las extremidades. Los fragmentos de las placas se pueden romper y viajar a lo largo del torrente sanguíneo obstruyendo los vasos pequeños. Por desgracia las placas crecen y se hacen más numerosas con la edad, en especial en las personas con niveles elevados de colesterol en sangre y en la dieta.

Hipertensión, tensión arterial alta. Frecuentemente se trata de una hipertensión esencial, primaria o idiopática, cuando la etiología es desconocida. La hipertensión secundaria es aquella debida a alguna causa fácilmente identificable. Los individuos con tensión arterial alta tienen más riesgo de sufrir una apoplejía o un ataque al corazón. El tratamiento de la hipertensión reduce este riesgo.
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CAUSAS
Se cree que tanto los factores ambientales como los genéticos contribuyen a la hipertensión esencial. La tensión arterial tiende a elevarse con la edad. Es también más frecuente que aparezca si la persona es obesa, tiene una dieta rica en sal y pobre en potasio, bebe elevadas cantidades de alcohol, no tiene actividad física y sufre estrés psicológico. Aunque está claro que la tendencia a la hipertensión puede ser heredada, se desconocen en gran medida los factores genéticos responsables de la misma.
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DIAGNÓSTICO
Medida de la tensión arterial
La tensión arterial se mide con un instrumento denominado esfigmomanómetro. Este instrumento se compone de un manguito inflable, que se ajusta alrededor del brazo del paciente, comprimiendo la arteria para detener el flujo sanguíneo. Se coloca un estetoscopio en el brazo para escuchar el momento en que se reanuda el flujo a medida que el manguito se desinfla gradualmente. La lectura de la tensión arterial se realiza en dos momentos: cuando se interrumpe la circulación y cuando se reestablece suavemente.

El diagnóstico de la hipertensión casi nunca es directo. El diagnóstico se realiza en base a las cifras de tensión arterial tomadas con un esfigmomanómetro, preferiblemente de mercurio. Se mide tanto la presión arterial sistólica o máxima, como la presión arterial diastólica o mínima. Es importante seguir una serie de consejos previos a la toma de la tensión arterial, ya que de lo contrario se puede estar realizando una sobrevaloración de la medición. Hay que evitar realizar ejercicio antes de la medición; es mejor que la toma de la tensión sea matutina y en ayunas; hay que descansar antes un mínimo de 10 minutos; no se debe tomar café ni fumar al menos media hora antes de la toma de la tensión arterial; y en el momento de la medición se debe estar relajado, con el brazo situado a la misma altura que el corazón y sin cruzar las piernas.
Dentro de la población general hay individuos con tensión arterial baja, algunos con tensión arterial normal y otros que son diagnosticados como hipertensos, pero el punto que determina que una persona sea hipertensa no es fácil de definir. En general se puede decir que la hipertensión arterial consiste en un aumento desproporcionado de las cifras de la tensión arterial en relación con la edad del individuo. La mayoría de las guías sugieren que si una persona tiene una tensión diastólica superior a 90-100 mm Hg y una tensión sistólica superior a 140-160 mm Hg debería recibir tratamiento para disminuir la tensión arterial. Por lo general, la tensión arterial se mide varias veces antes de realizar el diagnóstico. Al mismo tiempo se analizan muestras de sangre y de orina, y se realiza un electrocardiograma para estudiar si existe una repercusión a nivel cardiaco.
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TRATAMIENTO
El objetivo del tratamiento es reducir la tensión arterial para que el riesgo de apoplejía y de infartos de miocardio disminuya. El tratamiento lo prescribe por regla general el médico de familia. Puesto que la pérdida de peso disminuye la tensión arterial es beneficioso para el paciente llevar una dieta pobre en sal, alcohol y grasas totales, y rica en contenido de potasio, calcio, grasas poliinsaturadas, magnesio y fibra. El aumento de la actividad física puede también reducir la tensión arterial. Aunque el fumar no afecta a la tensión arterial, aumenta el riesgo de apoplejía o de infarto de miocardio.
Cuando las medidas no farmacológicas no han conseguido bajar las cifras de tensión arterial puede ser necesario comenzar con un tratamiento farmacológico que incluye los diuréticos, que facilitan la excreción renal de agua y sal reduciendo el trabajo que el corazón debe realizar para bombear la sangre; los betabloqueantes, que reducen el tono cardiaco y favorecen la vasodilatación arterial; los antagonistas de los canales del calcio, que facilitan la vasodilatación arterial y coronaria; y otros como los inhibidores de la enzima de conversión de la angiotensina (IECA), los estimuladores de los receptores alfa centrales y los bloqueantes alfaadrenérgicos. En ocasiones se administran estos fármacos combinados.
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HIPERTENSIÓN SECUNDARIA
Un 90% de los casos de hipertensión arterial son hipertensiones esenciales. El 10% restante son hipertensiones secundarias. Las hipertensiones secundarias pueden deberse a una enfermedad renal, al uso de la píldora anticonceptiva o a trastornos endocrinos (hormonales). Si se diagnostica una causa secundaria, su tratamiento reduciría la hipertensión.
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HIPERTENSIÓN DURANTE EL EMBARAZO
La hipertensión severa en el embarazo se conoce como preeclampsia; ésta puede desencadenar en la eclampsia, que puede ser fatal. El tratamiento consiste en reducir la tensión arterial con fármacos y, en casos graves, en parto prematuro para aliviar los síntomas.

La increíble y mortal hepatitis


Hígado
La hepatitis es una inflamación aguda del hígado. El hígado tiene muchas funciones, entre ellas la secreción de bilis, una solución indispensable para la emulsión y absorción de las grasas. El hígado también elimina el exceso de glucosa de la circulación sanguínea, almacenándola hasta que el organismo la vuelve a necesitar. Convierte el exceso de aminoácidos en sustancias aprovechables y filtra drogas y venenos del torrente circulatorio, a los que neutraliza y secreta con la bilis. La hepatitis afecta a la capacidad del hígado para realizar estas funciones vitales.

Hepatitis, inflamación aguda del hígado. Puede ser producida por una infección, habitualmente viral, por sustancias tóxicas o por fármacos. La sustancia tóxica que más daña el hígado es el alcohol: la ingestión excesiva aguda produce una hepatitis aguda, y la ingestión excesiva crónica produce en un primer momento un hígado graso, más adelante una hepatitis crónica y, por último, una cirrosis alcohólica. Los fármacos de eliminación o de metabolismo hepático pueden dañar los mecanismos bioquímicos de los hepatocitos —células hepáticas— originando una hepatitis aguda farmacológica y más adelante una hepatitis crónica similar a la de los tóxicos.
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HEPATITIS VIRALES
Los virus que infectan el hígado son de varios tipos. Algunos de ellos inducen (no en todos los pacientes) inmunidad para toda la vida, pero sólo para ese tipo de virus.
2.1
Hepatitis A
Se transmite por vía digestiva (manos, alimentos, agua o excreciones contaminadas). Sus brotes se suelen producir en comedores públicos, en especial durante la infancia. En algunos países (por ejemplo, en América Central) es endémica: la padece toda la población (que por tanto está inmunizada a partir de la infección aguda) y el visitante corre grave riesgo de contraer la enfermedad. Los individuos con hepatitis A pueden contagiar la enfermedad a otras personas hasta dos semanas antes de que aparezcan los síntomas. Además de las manifestaciones generales propias de una hepatitis, como náuseas, fatiga e ictericia, la hepatitis A puede cursar también con diarrea. No existe un tratamiento efectivo frente a la hepatitis A. La mayoría de los enfermos se recuperan de la enfermedad sin secuelas, aunque algunos pocos casos pueden requerir un transplante hepático.
2.2
Hepatitis B
Se transmite por contacto sexual y por vía placentaria (de la madre al feto). También se transmite por sangre contaminada con el virus de la hepatitis (véase Hepadnavirus) o productos que han estado en contacto con ella: transfusiones con sangre no analizada (en la mayoría de los países es obligatorio comprobar la ausencia del virus en la sangre), jeringas y agujas no estériles (debe usarse material desechable), navajas de afeitar o rasurar, cepillos de dientes, y material odontológico o quirúrgico no estéril. El virus se halla en casi todos los fluidos corporales de las personas infectadas: saliva, lágrimas, semen, leche, líquido sinovial, etc. Todos estos líquidos podrían llegar a ser infecciosos aunque mucho menos que el suero sanguíneo; así, la saliva podría ser una vía de transmisión del virus de la hepatitis B, aunque de escasa eficacia.
Es la causa de más de 250.000 muertes al año en todo el mundo, en especial en África, el Sureste asiático, Alaska, China y el Amazonas. Si la contaminación por el virus es reciente, se debe administrar gammaglobulina con anticuerpos específicos: el riesgo de contraer la enfermedad disminuye de forma drástica. Un 1% de los infectados desarrollan una necrosis hepática aguda y masiva que produce la muerte sin remedio. Un 20% de los infectados desarrolla una hepatitis crónica clínica que provoca una cirrosis. En otro 20%, la infección hepática es silente, pero también se acaba desarrollando cirrosis. Un porcentaje de los pacientes con cirrosis o hepatopatía crónica terminan padeciendo cáncer de hígado. El resto de los pacientes desarrollan anticuerpos protectores frente al virus y se curan de la enfermedad. En 1965 el médico estadounidense Baruch Blumberg identificó en la sangre infectada un componente proteico de la cubierta del virus que fue denominado antígeno Australia (Au) y que se corresponde con los denominados antígenos de superficie o HbsAg. Hoy en día se analiza esta proteína en todas las bolsas de sangre para transfusión. Blumberg obtuvo el Premio Nobel en 1976.
En 1977 el médico italiano Mario Rizzetto identificó el virus de la hepatitis delta. Es un virus que no puede replicarse por sí mismo, pues requiere la presencia de una infección por virus del tipo B para poder transmitirse. Produce la hepatitis D (por tanto, siempre asociada a la B), que también puede hacerse crónica y terminar en cirrosis. La hepatitis D se transmite por las mismas vías que la hepatitis B, es decir, mediante relaciones sexuales o por contacto con sangre contaminada.
2.3
Hepatitis C
El virus de la hepatitis C fue identificado en la década de 1980. Su vía de transmisión es igual que la de la hepatitis B y hasta que fueron descubiertos sus anticuerpos no fue posible detectar el virus en la sangre, por lo que su principal mecanismo de contagio fue a través de transfusiones de sangre. Hoy en día todas las bolsas de sangre se comprueban para rechazar las que están infectadas por hepatitis C. Algunos casos de hepatitis C se resuelven espontáneamente, pero el 80-85% de los casos progresan a una hepatitis crónica, que en muchos casos no cursa con síntomas por lo que la infección pasa inadvertida y sólo es detectada en un análisis de rutina.
2.4
Otras hepatitis
El virus de la hepatitis E se encuentra en las heces y se transmite por vía digestiva, a través del agua o alimentos contaminados, como la hepatitis A, pero, a diferencia de ésta, no causa epidemias. El virus de la hepatitis G también ha sido identificado y en la actualidad se están realizando investigaciones sobre esta hepatitis.
3
CLÍNICA
Los síntomas de todas las hepatitis víricas son similares: comienzan con fiebre, debilidad, postración, anorexia, trastornos digestivos y mialgias. El hemiabdomen superior es doloroso a la palpación. En el curso de la enfermedad aparece ictericia, alcanzando su máxima intensidad a las dos semanas. La convalecencia puede durar hasta 6 meses.
4
DIAGNÓSTICO
Cuando existe un cuadro clínico compatible con hepatitis (aumento de tamaño del hígado, ictericia y fatiga) se realiza un análisis de sangre para valorar la función hepática del paciente. Si se confirma una disfunción en este sentido, existen una variedad de pruebas para confirmar el diagnóstico que incluyen pruebas serológicas para diferenciar los distintos tipo de hepatitis, ecografía digestiva e incluso una biopsia hepática para recoger una muestra de tejido y determinar el daño existente.
5
TRATAMIENTO
Existe una vacuna para prevenir la infección por el virus de la hepatitis A, que es recomendable en aquellas personas que viajan a un país de bajo nivel higiénico sanitario. En 1982 se obtuvo una vacuna efectiva para prevenir la hepatitis B, pero su uso estuvo limitado por el alto coste. En 1986 se desarrolló una vacuna fabricada mediante ingeniería genética; por el momento se está inmunizando a todo el personal sanitario, a los enfermos sometidos a múltiples tratamientos con hemoderivados (hemofílicos), y en algunos países a los recién nacidos. Para tratar a los pacientes con hepatitis C crónica es útil el interferón alfa, una sustancia antiviral natural producida por el organismo humano que se obtiene actualmente mediante ingeniería genética. El interferón también es útil en algunas hepatitis B. No existe tratamiento para las hepatitis agudas.


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