Adán y Eva
Según el Génesis, relato bíblico de la creación, Dios creó a Adán a partir del polvo de la tierra y le situó en el Jardín del Edén. Eva, la primera mujer, fue creada con una de las costillas de Adán. Tentado por Eva, Adán comió la fruta prohibida del árbol del bien y del mal, y ambos fueron expulsados del Paraíso por su desobediencia. En este grabado de Durero, Adán y Eva (1504), la serpiente tienta a Eva a compartir el fruto con Adán.
Adán y Eva, según la Biblia y el Corán, el primer hombre y la primera mujer, progenitores de la raza humana. Adán, en hebreo adam significa hombre, fue creado "con polvo del suelo" (Gen. 2,7); Eva, en hebreo javá, la que vive, la viviente, fue creada de una costilla de Adán y entregada a éste por Dios para que fuera su mujer. El relato aparece en dos versiones: Gén. 1,26-27 y Gén. 2,7-8; 18-24.
En tiempos antiguos, solía suponerse que todas las especies vivientes, incluida la humana, tenían su origen en un par de ancestros aborígenes creados directamente por Dios. En este aspecto, el relato bíblico de Adán y Eva difiere sólo en detalles de otros mitos similares del antiguo Oriente Próximo y de otras regiones. Mitos del mismo tipo aparecen también, por ejemplo, en fuentes mesopotámicas antiguas como el poema de Gilgamesh, que data del aproximadamente 2000 a.C.
En el islam, Adán es el vicario de Dios y Hawa su esposa, Eva. Según dice el Corán y amplían las leyendas islámicas, fue creado de barro, de arcilla moldeable. Está considerado como el primer Profeta mensajero (nabí rassul). Cuenta una tradición islámica que fue el constructor original del altar sagrado, La Caaba, en la Meca.
En ciertos aspectos, el relato bíblico de Adán y Eva es único. Los primeros capítulos del Génesis fueron sometidos a un considerable trabajo editorial, y lo que al principio era una narración lineal del comienzo de la especie humana en general se convirtió en un relato más sofisticado para explicar la situación de los hombres y las mujeres en sus relaciones entre sí y con el entorno. Esto queda en evidencia en la introducción del tema de la creación de la mujer separada de Gén. 2,18-24 que, entre otras cosas, defiende la complementariedad entre ambos sexos. También puede verse en la utilización que se hace de la historia para culpar a la humanidad por habitar un mundo muy lejos de la perfección, en el que la tierra se hace de rogar para ofrecer su fruto (Gén. 3,17-19) y en el que la posición social de la mujer es inferior a la del hombre (Gén. 3,16).
Estas distintas direcciones que se han dado al relato bíblico del origen de los seres humanos constituye el principal elemento para considerarlo un clásico religioso. Antes de que surgiera la crítica bíblica, cuando la Biblia era el único ejemplar de literatura antigua conocido por el mundo occidental, se consideraba un documento histórico que ofrecía información veraz acerca de un pasado, relativamente reciente, que había transmitido su tradición ininterrumpidamente de generación en generación. Se daba por supuesto que la narración era nada menos que un hecho histórico real. Tal es la posición que todavía hoy mantienen quienes se definen a sí mismos, o son definidos por otros, como fundamentalistas, término aplicado a quienes consideran que la influencia (o inspiración) divina en la producción de las narraciones bíblicas es una garantía de que todo su contenido debe ser aceptado como hecho literal.
Sin embargo, la mayoría de los especialistas bíblicos de la actualidad aceptan el relato de Adán y Eva por lo que al parecer es: una narración hebrea de los orígenes de la humanidad que tiene muchas conexiones con mitos de otros pueblos de la antigüedad, aunque también bastantes elementos que la distinguen de ellos. El reconocimiento de esta realidad no merma en modo alguno los valores religiosos del relato, sino que se limita a definirla.
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