Las asombrosas mujeres Amazonas



Amazonas (mitología), en la mitología griega, una raza de mujeres guerreras que excluían a los hombres de su sociedad. Las amazonas tenían ocasionalmente relaciones sexuales con hombres de los estados vecinos, y mataban o enviaban a vivir con sus padres a los hijos varones que parían. Las niñas eran entrenadas como arqueras para la guerra, y la costumbre de quemarse el seno derecho fue practicada para facilitar la tensión del arco — de ahí el nombre de amazonas, derivado de la palabra griega que significa sin pecho. En la iconografía artística, sin embargo, donde se las representa a menudo, aparecen como bellas mujeres sin signos de mutilación. El arte antiguo, tal como el de los frisos de templos, vasos y sarcófagos, suele presentarlas en escenas de batalla. De acuerdo con la leyenda, estuvieron casi constantemente en guerra con Grecia y combatieron también a otras naciones. Según una versión, estuvieron aliadas con los troyanos, y durante el sitio de Troya su reina fue asesinada por el guerrero griego Aquiles. Algunos estudiosos que atribuyen un fundamento histórico a las leyendas identifican el país de las amazonas con Escitia o Asia Menor a orillas del mar Negro.

viernes, 25 de febrero de 2011

Antepasados del hombre americano



Reproducimos aquí el artículo “¿Llegaron de Mongolia los primeros americanos?”, publicado en la revista Mundo Científico y cuya autora, la periodista Ann Gibbons, expone las nuevas hipótesis sobre la colonización del continente americano. Los estudios genéticos que se han venido realizando a diferentes grupos indígenas ponen en entredicho la “teoría de las migraciones múltiples” y plantean que los antepasados del hombre americano proceden de una única ola migratoria que pisó el continente hace unos 20.000 años.
¿Llegaron de Mongolia los primeros americanos?
De Ann Gibbons.
Hace seis años, el estudiante postdoctoral Andrew Merriwether se inició en la genética de las poblaciones en el Laboratorio de Douglas Wallace de la Universidad Emory de Atlanta. Doctorando en la Universidad de Pittsburgh, continuaba sus investigaciones pensando que confirmarían la hipótesis de su profesor según la cual los primeros americanos procederían de tres oleadas de pueblos genéticamente diferentes. Sin embargo, en varios artículos publicados en 1996, Merriwether contradice a este último, sugiriendo el escenario de una sola migración. «Lo lamento ya que es gracias a Wallace que me he dedicado a esta investigación, dice Merriwether, actualmente en la Universidad de Michigan. Es una situación un tanto incómoda». Un desacuerdo más por lo tanto, en uno de los temas más controvertidos de la prehistoria humana: ¿quiénes fueron los primeros habitantes del continente americano?
En la mitad de los años 80, la hipótesis avanzada por un lingüista de Stanford, Joseph Greenberg, desencadenó una verdadera batalla intelectual. Según la ambiciosa síntesis de datos lingüísticos, genéticos y dentales que propuso, los primeros americanos habrían llegado de Asia en (al menos) tres oleadas distintas, cada una de las cuales originó un grupo de lenguas diferente. Varios lingüistas discutieron esta categorización de la mayor parte de los idiomas indios en un solo grupo «amerindio»; pero la teoría concordaba con los análisis dentales y genéticos procedentes de varios laboratorios, entre ellos el de Wallace.
Los trabajos de Merriwether y los de un equipo europeo socavan los fundamentos teóricos de esta teoría. Nuevas muestras de DNA y un análisis molecular más fino muestran que pueblos indígenas muy diversos —Esquimales de Alaska, Kraho y Yanomamos de Brasil— tienen más genes comunes que lo que se creía. El estudio hace pensar que estas etnias descenderían de una misma población cepa que, desde Asia, habría llegado a América del Norte en una migración (o quizá dos) como sostiene Ryk Ward, un genetista de Oxford. Algunos ya intentan identificar cuál podría ser la población de Siberia o de Mongolia que estaría más emparentada con estos antepasados.
Pero, no hay que sorprenderse, no todos aceptan esta nueva versión. Según Greenberg, el análisis de los datos de DNA tiene elementos de acrobacia; prefiere ignorarlos hasta que los genetistas no lleguen a un consenso. Otros ponen en guardia contra la importancia excesiva que se daría a un solo tipo de datos genéticos. Wallace, por su parte, campa con su hipótesis de las tres migraciones. Recibe los nuevos trabajos con serenidad, señalando que «la investigación consiste precisamente en comprobar nuevas hipótesis»... Si estas últimas se confirman, el escenario de las tres migraciones distintas, o más, será difícilmente defendible. Y se vería cuestionada la idea misma de una correlación entre datos lingüísticos y genéticos (véase la siguiente sección). «Esto tendería a confirmar nuestro punto de vista según el cual no hay una correlación entre las firmas genéticas de las migraciones y las lenguas» comenta Ryk Ward.
La hipótesis de Greenberg, aunque controvertida, tiene de seductor su capacidad de sintetizar un gran número de datos independientes: las lenguas amerindias (las de los indios de América), esquimal-aleutianas y na-denés (habladas en las costas del noroeste de Canadá y Estados Unidos); las formas de los molares; y los grupos de poblaciones genéticamente distintos. «En todos los casos se llega a la cifra de tres», señala Christy Turner, bioarqueólogo de la Universidad de Arizona, uno de los autores de esta hipótesis.
Las fechas también parecen corroborar los datos arqueológicos disponibles. Basándose en el grado de diferencia entre las lenguas, Greenberg ha calculado que la más antigua se hablaba en Alaska hace unos 12.000 años. Y los emplazamientos de los pueblos clovis, considerados los más antiguos vestigios del continente se remontarían a 11.500 años. Los datos genéticos parecían ir en el mismo sentido.
Cuanto más elevado es el número de genes comunes de dos poblaciones, más estrecha se considera que es la relación entre estas poblaciones. Para detectar las semejanzas entre poblaciones indígenas, Wallace, el genetista Antonio Torroni (actualmente en la Universidad de Roma) y un estudiante, Theodore Schurr, recogieron varios centenares de muestras de sangre de veinticuatro tribus entre Alaska y Argentina. Su análisis se ha referido al DNA mitocondrial (DNAmt), como se hace a menudo en antropología física; este DNA experimenta en efecto mutaciones más rápidas que el del núcleo celular y permite distinguir poblaciones cuya diferenciación es reciente. Además, el DNAmt únicamente lo transmiten las mujeres y escapa de la mezcla genética que emborrona la pista evolutiva de la mayoría de los genes del núcleo.
El equipo de Wallace utilizó enzimas para cortar el DNA en secuencias específicas y luego investigó las diferencias de longitud de estos segmentos, y huellas de polimorfismos de los fragmentos de restricción (PLFR) susceptibles de indicar mutaciones. Los resultados obtenidos son sorprendentes: muestran que las poblaciones americanas indígenas sólo presentan cuatro variantes de DNAmt —llamadas haplogrupos A, B, C y D— caracterizada cada una por un grupo diferente de mutaciones. Estas variantes se han encontrado en algunas poblaciones de Extremo Oriente y de Siberia pero no en los europeos ni en los africanos. Por lo tanto, las correspondientes mutaciones provienen de Asia. Sin embargo, no todas las poblaciones indígenas parecen llevar las cuatro variantes. La distribución es la siguiente, según las tres familias de lenguas: amerindios, cuatro haplogrupos; na-denés, haplogrupo A; esquimal-aleutianas, haplogrupos A y D.
Estos resultados abogan en favor de una migración en tres oledas distintas procedentes de Asia, de acuerdo con la hipótesis de Greenberg.
Desde este momento pareció establecerse un consenso y los genetistas se dedicaron a rastrear más ampliamente estudiando el DNA de grupos más importantes, tanto en el continente americano como en Asia. En algunos casos, son las secuencias de DNA las que se tienen en cuenta. Pero al examinar las muestras de mil trescientos indios americanos y de otros indígenas, Merriwether constató que los genes de algunos grupos, por ejemplo los yanomamos de Brasil, no corresponden a ninguna de las cuatro líneas identificadas por el equipo de Wallace. No solamente encontró a estas últimas en los tres principales grupos lingüísticos sino que descubrió otras variantes genéticas. Sus trabajos se ven confirmados por un equipo de investigadores sudamericanos dirigido por Nestor A. Bianchi, del Instituto Multidisciplinar de Biología Celular de Argentina, que llegan al mismo resultado analizando el DNAmt de veinticinco grupos de población.
Según Merriwether, la presencia de los cuatro marcadores en cada uno de los tres grupos lingüísticos hace poco verosímil la hipótesis de migraciones con varios miles de años de separación. Como explica Connie Kolman, una especialista en antropología molecular de la Smithsonian Institution, «Si se representa la población foco en forma de un recipiente lleno de bolas de colores, hay muy pocas posibilidades de que se obtenga la misma serie de especímenes de colores raros metiendo la mano al azar tres o cuatro veces seguidas». Por esta razón Merriwether y Robert Ferrell, genetista de la Universidad de Pittsburg, y Francisco Rothhammer, de la Universidad de Chile, han elaborado la hipótesis de una migración única. Una migración en la que las primeras mujeres que llegaron al continente americano habrían sido portadoras de los cuatro haplogrupos.
Esta primera oleada de colonos se habría diseminado. Unos continuando hacia el sur, otros estableciéndose en el noroeste donde sus efectivos se habrían diezmado, quizá debido a la última glaciación (que terminó hace unos 11.500 años). En consecuencia, se habría reducido la diversidad genética de las poblaciones del norte, antepasadas de los na-denés y de los esquimal-aleutianos. Y al recuperarse su crecimiento, los haplogrupos B, C y D habrían estado menos bien representados entre ellas que en las poblaciones del sur.
Más recientemente, cuatro investigadores europeos, Peter Forster y Hans-Jurgen Bandelt de la Universidad de Hamburgo, Rosalind Harding del Instituto de Medicina Molecular de Oxford y Antonio Torroni de Roma, han formulado otro escenario que también cuestiona la teoría de las tres migraciones. Este equipo ha reconsiderado el problema agrupando varios estudios y volviendo a analizar las secuencias de DNAmt de quinientos setenta y cuatro sujetos indígenas de América y de Siberia. Más que buscar los marcadores susceptibles de acompañar a mutaciones, ha trabajado con las secuencias de DNA, un método más lento pero más seguro para detectar las variaciones. Las secuencias de DNAmt se han tratado por ordenador para determinar las semejanzas entre tribus americanas y poblaciones asiáticas y siberianas.
Paradójicamente, los resultados han mostrado que las cuatro variantes originales están presentes en casi todas las poblaciones amerindias, confirmando así el aspecto de la hipótesis de Greenberg que más incomoda a los lingüistas, a saber que los antepasados de todos los amerindios habrían llegado a América en una sola migración. El método, muy eficaz, utilizado por este grupo de investigadores ha permitido detectar nueve secuencias cepa de DNAmt en las poblaciones indígenas de América, algunas de las cuales sólo están representadas en el grupo de las lenguas na-denés, en los esquimales y en las poblaciones de las regiones costeras de Siberia. ¿Conclusión? Estos grupos procederían de una población ancestral común y no de varias distintas como supone Wallace.
Basándose en estos datos, el equipo europeo ha avanzado por lo tanto la hipótesis de que los antepasados de los amerindios habrían llegado a América en la primera migración, procedentes del nordeste de Siberia. Entonces eran portadores de todas las variantes genéticas detectadas, algunas de las cuales habrían desaparecido luego en las poblaciones del norte de Asia y del continente americano, quizá por razones climáticas. Los grupos sobrevivientes, portadores de estas variantes habrían tenido una nueva expansión, probablemente en la región del estrecho de Bering, de donde procederían los na-denés y los esquimales. Este escenario supone por lo tanto una o dos migraciones en América del Norte, según que se imagine a los supervivientes acantonados en América del Norte o en Siberia. «Nosotros creemos que se trata de un movimiento de reexpansión. Saber si hay que calificarlo de migración distinta es cuestión de gustos» precisa Peter Forster.
¿Cuándo se produjeron estas migraciones? Los investigadores europeos también se han dedicado a este problema, aún más controvertido, sirviéndose del grado de diferenciación genética de las poblaciones como de un reloj molecular.
Las poblaciones de lenguas amerindias son las que presentan la mayor diversidad; el equipo ha llegado a la conclusión de que habrían sido las primeras en llegar, entre 20.000 y 25.000 años. Una fecha anterior a la atribuida a los clovis pero que concuerda con las estimaciones avanzadas por el equipo de Wallace y las atribuidas a varios sitios arqueológicos recientemente descubiertos en América del Sur.
Por su parte, el movimiento de reexpansión habría tenido lugar hace unos 11.300 años, es decir en la época de la cultura clovis. Si todas las poblaciones indígenas del continente proceden realmente de una única etnia originaria de Asia, falta determinar cuál. Los partidarios del escenario de las migraciones múltiples sitúan a la población cepa en Siberia. Sus contradictores europeos también: ¿no tienen las poblaciones siberianas algunas variantes cepa en común con las poblaciones de lengua na-dené y esquimal?; ¿no viven cerca del puente continental que habría permitido el paso hacia América? Merriwether y Kolman son escépticos: el haplogrupo B está ausente en todos los grupos siberianos modernos estudiados hasta ahora. En artículos separados, Merriwether de una parte y Kolman y Eldredge Bermingham de otra, avanzan la hipótesis según la cual los mongoles podrían constituir la población cepa ya que son portadores de los cuatro haplogrupos. No obstante, algunos genetistas no creen haber resuelto el problema del poblamiento americano. «Me inquieta la importancia excesiva que se le da al DNA mitocondrial», confía Luigi Luca Cavalli-Sforza de la Universidad de Stanford por ejemplo.
Los datos que se basan en el DMAmt sólo reflejan los desplazamientos de las mujeres señala, pero éstas se integran en la familia de su cónyuge en algunas sociedades de cazadores recolectores; al desplazarse más que los hombres, su DNAmt probablemente no permite poner de manifiesto las migraciones de poblaciones enteras. Por esta razón, Cavalli-Sforza y su colega genetista Peter Underhill, como otros equipos, prefieren estudiar los marcadores detectables en el cromosoma Y transmitido por los hombres. De momento, los resultados obtenidos no permiten excluir la hipótesis de varias migraciones.
Algunos investigadores subrayan que es necesario disponer de un mayor número de datos, sobre diversas líneas genéticas, para reconstruir el escenario de la colonización. Un objetivo que quizá no esté tan lejano como se podría pensar. Uno de los autores de la hipótesis Greenberg, el genetista Stephen Zegura de la Universidad de Arizona, se toma muy en serio las nuevas investigaciones: «Después de diez años de trabajos, ¿no habrá llegado el momento de proponer una nueva síntesis? A esta pregunta, los genetistas, al menos todos los de la nueva ola, responden «sí».
LA CORRELACION LENGUAS/GENES: HIPOTESIS E HIPOTECA...
En 1986, un lingüista, un arqueólogo y un genetista correlacionaron datos lingüísticos y genéticos de los pueblos indígenas del continente americano. Esta colaboración interdisciplinaria es el origen de la hipótesis llamada de Greenberg, por el nombre del lingüista de la Universidad de Stanford, Joseph Greenberg, según la cual las tres migraciones procedentes de Asia serían el origen de tres grupos de poblaciones distintos por sus lenguas y por sus genes:
— los indios norte (lenguas amerindias),
— los esquimales y los aleutianos (lenguas esquimal-aleutianas),
— las tribus del noroeste como los Haida y los Tlingit (lenguas na-denés).
Muchos lingüistas no dudan en afirmar que esta taxonomía tiene algo de forzada. Los especialistas en lingüística histórica incluso afirman que no han aceptado nunca la distribución de las lenguas indígenas americanas en tres grandes grupos. Con el paso de los años, explica Sarah G. Thomason, de la Universidad de Pittsburgh, se han revelado varias insuficiencias en los datos de Greenberg que se supone que demuestran las semejanzas entre las lenguas amerindias. Sería imposible construir el árbol genealógico de estos idiomas a partir de una lengua cepa que date de hace 12.000 años, ya que los vestigios de escritura existentes no se remontan más allá de 5.000 años. Incluso si los modelos lingüísticos son pertinentes, no es evidente que se pueda hacer la menor deducción a la vista de las relaciones genéticas entre los pueblos que hablan estas lenguas. «La mayoría de los lingüistas no cree en la existencia de una correlación entre genes y lenguas, sostiene Thomason. Yo no creo que las lenguas nos puedan enseñar nada sobre la primera colonización de América» prosigue Connie Kolman, antropóloga de la Smithsonian Institution. ¿Existen en este continente correlaciones entre familias lingüísticas bien definidas y secuencias genéticas? La pregunta también divide a los genetistas, por ejemplo, Luigi Cavalli-Sforza, de la Universidad de Stanford, está convencido de la existencia de estas correlaciones que estudia basándose en un amplio abanico de datos sobre el DNA, los cromosomas y los grupos sanguíneos. Otros se muestran más reservados. Ryk Ward, el especialista de genética de la evolución de la Universidad de Oxford, comprueba actualmente la idea analizando el DNA de individuos pertenecientes al grupo de las lenguas na-denés y al de las lenguas amerindias, considerados netamente distintos. Los datos obtenidos indican que estos dos grupos presentan, desde un punto de vista genético, «notables semejanzas. Si se confirma este resultado, la hipótesis interdisciplinaria de Greenberg puede tener algunos problemas».
Fuente: Gibbons, Ann. ¿Llegaron de Mongolia los primeros americanos? Mundo Científico. Abril, 1997. Barcelona. RBA Revistas.


Alianza de Dios con Abraham



En este fragmento del Génesis se describe la alianza o pacto que Yahvé estableció con Abraham, a quien prometió la posesión de los territorios de Palestina, así como el liderazgo sobre su pueblo, que habitaría y heredaría esta tierra prometida bajo su protección. A cambio, Abraham debía prometerle fidelidad absoluta y no adorar a ningún otro dios.
Fragmento del Génesis.
15, 1-21.
1Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahveh a Abram en visión, en estos términos:
«No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande.»
2Dijo Abram: «Mi Señor, Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos…?» 3Dijo Abram: «He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar.» 4Mas he aquí que la palabra de Yahveh le dijo: «No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas.» 5Y sacándole afuera, le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia.» 6Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia.
7Y le dijo: «Yo soy Yahveh que te saqué de Ur de los caldeos, para darte esta tierra en propiedad.» 8Él dijo: «Mi Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?» 9Díjole: «Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, una tórtola y un pichón.» 10Tomó él todas estas cosas, y partiéndolas por medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió. 11Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abram las espantó.
12Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abram un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto. 13Yahveh dijo a Abram: «Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años. 14Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda. 15Tú en tanto vendrás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad. 16Y a la cuarta generación volverán ellos acá; porque hasta entonces no se habrá colmado la maldad de los amorreos.»
17Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos. 18Aquel día firmó Yahveh una alianza con Abram, diciendo:
«A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Éufrates: 19los quenitas, quenizitas, cadmonitas, 20hititas, perizitas, refaítas, 21amorreos, cananeos, guirgasitas y jebuseos.»
Fuente: Biblia de Jerusalén. Equipo de traductores de la edición española de la Biblia de Jerusalén. Bilbao. Editorial Desclée de Brower, SA, 1994.

El asombroso Ajolote



Branquias externas del ajolote
El ajolote o axolote es la fase larvaria acuática de una salamandra marrón. Es de interés para los científicos porque no todos sufren metamorfosis y llegan a convertirse en salamandras adultas. Más interesantes son los que no pueden realizar esta metamorfosis y alcanzan la madurez sexual durante la fase larvaria. En cautividad, el cambio puede inducirse añadiendo yodo o extracto de tiroides al agua en la que viven.

Ajolote o Axolote, nombre común de un anfibio que vive en México y el oeste de Estados Unidos. Es peculiar en el sentido de que puede alcanzar la madurez y reproducirse en la fase de renacuajo, o larvaria, de la metamorfosis de los anfibios. El ajolote mexicano que vive en los lagos Chalco y Xochimilco, en los alrededores de ciudad de México, conserva las branquias, tiene patas sin desarrollar y cola con aletas, y se limita a aumentar de longitud hasta unos 25 a 30 cm. Esta adaptación, llamada neotenia, parece deberse a la presión ambiental; a medida que la tierra adyacente se vuelve demasiado seca y yerma para sustentar a los anfibios, los lagos en los que nacen los ajolotes ofrecen unas aguas frescas y bien aireadas, refugio y abundancia de insectos y pequeños animales, de los que se alimentan.
En México viven unas quince especies de ajolotes, de las cuales la más pequeña alcanza los 6 cm de largo. La mayoría de las especies llega con normalidad a la forma adulta, a excepción del citado ajolote mexicano y del ajolote de Dumeril, que vive en el lago de Pátzcuaro, en el estado de Michoacán. Cuando el primero de ellos es obligado a evolucionar, por medios artificiales, se transforma en un adulto negruzco que presenta unas notables manchas amarillas. Se conoce a los individuos jóvenes como 'ajolotes con aletas', mientras que a los adultos se les llama 'ajolotes sordos'.
Clasificación científica: los ajolotes pertenecen a la familia Ambistómidos. El nombre científico del ajolote mexicano es Ambystoma mexicanum, el del ajolote de Dumeril, Ambystoma dumerilli.

La asombrosa Áglae



Áglae, en la mitología grecorromana, una de las tres Gracias (o Cárites). Junto con sus hermanas Eufrósine ('placer y alegría') y Talía ('la que lleva flores'), Áglae ('resplandor') pertenecía a una tríada de deidades femeninas que eran veneradas como espíritus de la vegetación en la antigua Grecia y fueron adoptadas después en la mitología romana. Eran hijas de Zeus y de la ninfa del mar Eurínome, hija del Océano, y vivían en el monte Olimpo con los demás inmortales. Su tarea era servir a Afrodita, diosa del amor sexual. Las Gracias están relacionadas con otras hijas de Zeus, las nueve Musas (deidades de las artes y de la inspiración) y con las tres Estaciones (u Horas, Horae). Pueden también ser relacionadas con el motivo de la “triple diosa” que se repite en muchas tradiciones mitológicas diferentes. Según dicen, la más joven de las Gracias, Áglae, era la más hermosa.

La asombrosa Adoración del fuego




Adoración del fuego, devoción religiosa del fuego como un elemento divino o sagrado. Al igual que la adoración del sol, de la que no siempre se puede distinguir, la veneración del fuego es una de las primeras manifestaciones de carácter religioso. La llama puede ser en sí misma objeto de adoración o puede ser considerada como la expresión material de una divinidad o espíritu del fuego.
En casi todas las mitologías se hace referencia a cómo llegó el fuego a la humanidad. Así, se dice que el titán griego Prometeo robó la preciosa llama del monte Olimpo, residencia de los dioses o que encendió una antorcha con los rayos inflamados que emitía el carro del dios del sol Febo. Una leyenda de las islas Cook, en el Pacífico Sur, cuenta el descenso del héroe Maui al mundo terrenal cuando aprendió el arte de hacer fuego frotando dos trozos de madera. Los primeros habitantes de las islas Carolinas creían que los mortales recibieron el fuego de los dioses a través del pájaro Mwi, que lo trajo a la tierra en su pico y lo escondió entre los árboles; la gente consiguió entonces el fuego frotando dos trozos de madera. Las tribus indígenas de América, al igual que las tribus de África occidental rendían homenaje a ancestrales espíritus del fuego; así, los aztecas de México daban las gracias en su culto al rey del fuego Xiuhtecuhtli, que se parecía a su dios del sol; los incas del Perú adoraban también a un dios del sol. Varios pueblos semitas aplacaban la ira de su dios del fuego Moloc con el sacrificio de su primer hijo y los egipcios y otros pueblos del Viejo Mundo hacían oblaciones rituales a sus respectivos dioses del fuego. La adoración del fuego ocupó una posición central en los ritos religiosos de los primeros pueblos indoeuropeos. Entre los prehindúes, el sacrificio al fuego era uno de los primeros actos de la devoción de la mañana y los himnos entonados en honor del dios del fuego Agni eran más numerosos que los que dedicaban a cualquier otra divinidad. Los cultos griegos a Hestia, diosa del hogar, y a Hefaistos, dios del fuego (al igual que sus correspondientes latinos Vesta y Vulcano) eran características integrantes de la religión de la época clásica. La adoración del sol también fue práctica general entre los antiguos pueblos eslavos, y los celtas oraban a Bridget, diosa del fuego, el hogar y la fertilidad.
La adoración del fuego, sin embargo, tuvo su mayor desarrollo en la antigua Persia, donde desde los primeros tiempos el cuidado ceremonioso de la llama fue la característica principal del zoroastrismo. Se creía que el fuego era la manifestación terrenal del Divino, la luz divina. La palabra utilizada para designar al sacerdote en la religión zoroastrista es athravan, 'que pertenece al fuego'. La conquista de Persia por los musulmanes supuso la extinción de la llama sagrada en los templos persas, y cuando los parsis huyeron hacia la India, el fuego sagrado que se llevaron con ellos era tanto un signo de su nacionalidad como el emblema de su fe.
En estrecha relación con la adoración del fuego está la ceremonia religiosa de caminar sobre el fuego. Practicada por muchos pueblos en todas las épocas, todavía se lleva a cabo en Tahití, Trinidad, islas Mauricio y Fiji, la India y Japón. La ceremonia consiste en que un sacerdote y otros celebrantes andan descalzos sobre grandes piedras que han sido calentadas sobre un lecho de leños ardientes. Se han dado varias explicaciones, ninguna de ellas totalmente satisfactoria, del porqué los que andan sobre el fuego no sufren quemaduras ni dolor. Algunos estudiosos han afirmado que un éxtasis religioso en los celebrantes produce una insensibilidad temporal al dolor. Se dice que en la antigüedad, sobre todo en la India, el rito consistía en pasar entre las llamas en vez de andar sobre ellas. Hay quien cree que los participantes podían ser capaces de avanzar entre las llamas sin ser alcanzados por ellas.

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