LA EPOPEYA DEL OESTE


LA EPOPEYA DEL OESTE
Dos hombres trazaron la ruta del Pacífico

EL ANCHO MISSOURI. La expedición, al mando de Leuiis (izda.) y Clark (dcba.), pasó el invierno de 1804-5 en este poblado mandan, en las riberas del helado Missouri. Aun diezmados por la viruela, llevada por los tramperos blancos, los indios se mostraron amistosos.

CARRETAS... ¡adelante! Con este conocido grito, orquestado por una nutrida descarga de latigazos, comenzaron innumerables aventuras por la ruta de Oregón. Era el tiempo en que familias enteras rompían con todo su pasado y partían en busca de una nueva vida en el desconocido Oeste. Pero hubo un viaje que fue sin duda el más famoso de todos: la primera expedición que salió en busca de un camino por tierra hasta el Pacífico. Todo comenzó el 14 de mayo de 1804, con un simbólico disparo de revólver en la ribera del río Missouri. La aventura duró dos años y cuatro meses y en ella se recorrieron 13.000 kilómetros. Su fruto fue la anexión de nuevos e inmensos territorios a los incipientes Estados Unidos de América.  
El presidente Thomas Jefferson había solicitado del Congreso 2500 dólares para organizar una expedición que siguiera el río Missouri hasta su nacimiento, atravesara las imponentes Montañas Rocosas y descendiera por el río Columbia hasta el Pacífico. Al frente de la misma, Jefferson colocó a su secretario particular, el capitán Meriwether Lewis, veterano del territorio del noroeste, naturalista y experto navegante, y al teniente William C1ark. Habían de reunir numerosos datos geográficos y tomar nota de los recursos minerales, de las costumbres y lenguas de los indios, de la vida animal y vegetal, y del clima.
Durante el invierno de 1803-4 se congregaron con los suyos en el río Mississippi, cerca de San Luis. Eran 43 hombres, la mayoría avezado s a la dura vida de las zonas fronterizas. Seis toneladas pesaban municiones y víveres, que fueron cargados en tres embarcaciones.
Según consta en los diarios de Lewis y Clark, la expedición se puso en movimiento al disparo de un revólver.
Se navegó a través de unos territorios ricos, bien provistos de caza, sobre todo búfalos y alces. Lewis opinaba que «dos buenos cazadores bastaban para aprovisionar a todo un regimiento».
Al cabo de cinco meses de un viaje sin complicaciones llegaron al territorio indio de los mandans, actualmente en el centro de Dakota del Norte. Los mandans los acogieron sin reservas, y los exploradores invernaron entre ellos.
En abril de 1805 emprendieron de nuevo el camino y remontaron el Missouri hasta Three Forks, cerca de la actual Butte, en Montana.
Ante ellos se hallaban las Montañas Rocosas. Por fortuna, un trampero del Canadá francés llamado Toussaint Charbonneau y su esposa india, Sacagawea, se habían unido a los exploradores y actuaban de guías. Sacagawea llevaba consigo un niño, pero su naturaleza era asombrosamente fuerte y pertenecía además a la tribu cuyo territorio estaba atravesando.
Gracias a ella, los indios se mostraron propicios y les cedieron cabalgaduras para cruzar la imponente cordillera. Pero el camino era tan tortuoso y difícil que los caballos sólo servían para transportar los escasos víveres.
Estos pronto empezaron a faltar y el frío se hizo tan agudo que los expedicionarios estaban a punto constantemente de congelarse y desfallecer.
En los diarios se dice: «Acampamos cerca de un banco de nieve de tres pies (unos 90 cm) de profundidad. Derretimos parte de ella y cenamos el potro que sacrificamos ayer. Hoy sólo hemos cazado dos faisanes; y los caballos, a los que recurriremos como último recurso, han empezado a fallamos: dos de ellos estaban tan agotados que no tuvimos más remedio que abandonarlos a su
suerte.
“El camino de hoy ha sido como el de ayer: junto a montes escarpados, obstruido continuamente por maderos caídos, bajo un bosque espeso con pinos de ocho especies diferentes. La nieve cae de las ramas sobre nosotros y nos cala hasta los huesos, con tal sensación de frío que nos preocupa que los pies se nos congelen, apenas protegidos por delgados mocasines.”
Los aventureros apretaban los dientes y sostenían el paso. Al cabo del tiempo, su valor halló recompensa. De nuevo alcanzaron abiertas llanuras y al fin acamparon junto a unas aguas que se dirigían al oeste. Era el río
Columbia, por el que realizaron la última etapa de su viaje en sencillas canoas construidas por ellos mismos.
Sin embargo, el Pacífico los recibió con una tromba de agua, en un riguroso invierno en que apenas dejó de llover.
En la primavera de 1806 iniciaron el viaje de regreso, y esta vez se dividieron en dos grupos con objeto de ampliar sus exploraciones. Se reunieron en la confluencia de los ríos Yellowstone y Missouri, y descendieron sin contratiempos río abajo hasta San Luis. El 23 de septiembre del mismo año
fueron recibidos por una entusiasta y
enfervorizada multitud.
Una sentida ilusión no pudo hacerse realidad: hallar un camino fluvial hasta el océano, por el norte de los Estados Unidos.
Aquellos hombres habían descubierto feroces osos pardos y serpientes de cascabel; habían sobrevivido al hambre y a toda clase de privaciones; Lewis tenía una pierna herida por una bala errante...
Pero sólo habían perdido a uno de sus hombres. Habían demostrado que los peligros del Oeste no podrían detener a los capaces y decididos. Seguirían muchos años en que las carretas roturarían miles de caminos donde acechaba la muerte, la calamidad o el desastre. Estaba inaugurada la epopeya del
Oeste.

lunes, 20 de junio de 2011

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