Brujería



La bruja, personaje muy popular
El personaje de la bruja continúa siendo muy popular. En algunas celebraciones y fiestas de disfraces es muy común encontrarse con ellas.

Brujería, conjunto de prácticas que realizan personas que se autodenominan brujos y brujas, a las que se supone dotadas de poderes sobrenaturales que ponen en práctica mediante ritos mágicos, en general para causar un perjuicio. Se conoce también como magia negra o hechicería.
La brujería se extiende por todo el mundo, pero ha desempeñado funciones muy distintas según la época y el lugar. La antropología moderna distingue entre la hechicería (que hace referencia a la brujería más simple practicada en las sociedades más antiguas), la brujería diabólica (los supuestos cultos al Diablo de las brujas y su persecución en Europa y Estados Unidos) y la moderna brujería (el movimiento neopagano).
La brujería constituía la reliquia de determinados aspectos de ritos arcaicos populares, y en especial los cultos a la fertilidad, que existían por toda Europa antes de la llegada del cristianismo. Según esto, los antiguos ritos convivieron con el cristianismo durante la época medieval, aunque poco a poco fueron perdiendo adeptos e importancia. A medida que el cristianismo fue adquiriendo mayor relevancia, las autoridades eclesiásticas y los cristianos ortodoxos empezaron a considerar a los dioses adorados en este tipo de ritos como demonios y a los que los practicaban como brujos.
LA BRUJERÍA EN LA ANTIGÜEDAD
En la antigüedad, la creencia en las prácticas mágicas en las que intervenían espíritus y demonios era casi universal. Los escritos egipcios hablan de conjuradores y adivinos que obtenían sus poderes de los demonios y los dioses extranjeros. En el relato egipcio del enfrentamiento entre Moisés y el faraón para que los israelitas pudieran salir de Egipto, Moisés aparece como practicante de la brujería y sus seguidores como siervos de un dios extranjero. En el relato bíblico del mismo episodio, los sacerdotes egipcios que compiten con Moisés aparecen como hechiceros malignos. El mandato bíblico: “No permitirás la vida de los hechiceros” (Éxodo 22,18), fue una de las principales justificaciones para perseguir a los brujos en tiempos posteriores. En el Código de Hammurabi se encuentra una prohibición aún más antigua sobre la brujería, pero a pesar de todo ésta continuó floreciendo y tanto los caldeos y los egipcios, como otros pueblos occidentales, se hicieron famosos por sus conocimientos sobre el tema.
La hechicería y la magia también se desarrollaron en la antigua Grecia (baste recordar a figuras como las hechiceras Medea y Circe) y su práctica pasó a Roma y fue asimilada por la población. En el siglo II, Lucio Apuleyo escribió sobre los poderes y ritos de las hechiceras y en su Apología afirmó que la región helénica de Tesalia era morada de brujas que podían dominar la naturaleza. Sin embargo, otros escritores como Petronio y Horacio se habían burlado de estas creencias, que consideraban propias de gente inculta y vulgar.
Con el establecimiento del cristianismo en el Imperio romano y la conversión del emperador Constantino I el Grande, las herejías llegaron a ser castigadas con leyes civiles. Durante el siglo IV se desarrolló el Código Teodosiano, en el que se condenaba explícitamente el culto idolátrico (véase Idolatría) y los ritos mágicos. Una de estas leyes condenaba con la pena capital a quienes celebraran sacrificios nocturnos en honor del Diablo y sus acólitos, lo que dio comienzo a la persecución de las brujas.
La Iglesia cristiana, sin embargo, fue indulgente con ciertos ritos que estaban muy arraigados en la población, sobre todo con los supuestos hechizos o pócimas que acompañaban a las oraciones y que servían para curar un catarro o despertar una pasión amorosa. La Iglesia consideraba que no eran más que hierbas medicinales y afrodisiacos, y las personas convictas por estas prácticas sólo eran condenadas a hacer penitencia. Los sacerdotes luchaban por erradicar la fe pagana y el elemento mágico o milagrero que se atribuía a un remedio medicinal. Pero, para consolidar su poder, la Iglesia no podía, ni tolerar los ritos antiguos, ni plantear un conflicto global con los numerosos devotos de estas creencias, pues al parecer eran muchos los cristianos que también creían en el poder de estos hechizos.
LA OPOSICIÓN DE LA IGLESIA
La actitud de la Iglesia empezó a endurecerse conforme se fue fortaleciendo para poder luchar abiertamente contra los ritos arcaicos, ya en decadencia. Por otra parte, la creciente inquietud y tensiones sociales que gestaron la Europa moderna encontraron su expresión en la brujería, la herejía y la secularización. Como estas tendencias amenazaban con socavar la autoridad eclesiástica, los prelados de la Iglesia las consideraron herejías e intentaron acabar con ellas.
La fiebre de la caza de brujas obsesionó a Europa desde el año 1050 hasta finales del siglo XVII, apaciguándose ocasionalmente para resurgir después con furia. En el siglo XIII apareció el tribunal de la Inquisición, que se encargó de perseguir a los herejes. Los hijos eran obligados a denunciar a sus padres, los maridos a sus mujeres y los familiares y vecinos se denunciaban entre sí. Se pagaba a los testigos para que declararan y a los sospechosos se les infligían torturas inhumanas para forzar su confesión. A los cazadores de brujas se les pagaba una recompensa por cada fallo condenatorio después de reunir las acusaciones y poner a prueba a los sospechosos. Se suponía que todos los brujos y brujas tenían marcas hechas por el Diablo en alguna parte de sus cuerpos, que eran insensibles al dolor. Los inquisidores no dudaban en traicionar sus promesas de perdón a aquellos que reconocían su culpa. Cientos de miles de personas fueron condenadas a la muerte por practicar la brujería.
La bula papal más influyente contra la brujería fue la Summis Desiderantes, promulgada por Inocencio VIII en 1484, que para ejecutarla nombró inquisidores regionales, y el Malleus maleficarum (el célebre Martillo de las brujas), escrito dos años después por los dominicos alemanes Heinrich Kraemer y Johann Sprenger. La persecución se dio en toda Europa, principalmente en el norte de Francia, suroeste de Alemania, países de Escandinavia e Inglaterra.
Los colonos ingleses llevaron a Norteamérica las prácticas de la brujería. Es famoso el proceso de Salem (Massachusetts), que tuvo lugar en 1692 y en el cual, después de numerosos interrogatorios y torturas, se condenó a más de 20 personas.

AQUELARRES Y SHABATS
Aquelarre
En esta reunión festiva y secreta de los adoradores de Satán, el diablo aparece disfrazado de macho cabrío. Las brujas y brujos le informan de los males causados desde la última reunión, en un ambiente tétrico y escalofriante. En la imagen, la pintura negra El Aquelarre (1797-1798) de Francisco de Goya, obra que se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid (España).


Las brujas y brujos de la Europa medieval y hasta el siglo XVII organizaban actos de brujería denominados aquelarres, reuniones en las que participaban brujas en su mayoría y en las que intervenía el Demonio como líder del acto. Considerado como vicario del Diablo, muchos de sus fieles más ingenuos le trataban como si fuera el mismísimo Diablo. Tradicionalmente se le representaba vestido de negro o con disfraz de macho cabrío, ciervo u otros animales con cornamentas. El grupo se reunía una o dos veces por semana en lo que generalmente constituía una reunión local. En estos actos las brujas llevaban a cabo supuestamente ritos de culto al Demonio, informaban de sus actividades y preparaban las próximas intervenciones a realizar en la comunidad.
Otras reuniones regionales, denominadas shabats —al parecer, acto provocativo hacia el shabat judío-cristiano—, congregaban probablemente a centenares, a veces miles de alegres asistentes, incluyendo los brujos y sus neófitos. El lugar de reunión más famoso de la Europa antigua y medieval fue Brocken, el pico más alto de los montes Harz en Alemania, donde transcurre la impresionante escena del shabat descrita en el Fausto de Goethe. Los dos más importantes se celebraban en la noche del 30 de abril (noche de Walpurgis) y del 31 de octubre (Halloween, víspera del Día de Todos los Santos). También se celebraban en las noches del 31 de julio (Fiesta de la Cosecha) y 1 de febrero (víspera de la Candelaria).
El shabat comenzaba con la iniciación de los neófitos y la ceremonia incluía prestar juramento de obediencia al Diablo, firmando con él pactos de sangre y profanando crucifijos y otros objetos sagrados; asignar un espíritu ayudante bajo la forma de gato, ratón, comadreja, sapo u otro animal pequeño, que actuara de sirviente del brujo, y realizar diversos actos obscenos de obediencia al Diablo y su vicario. A la ceremonia de iniciación le seguía un acto de culto general que, con frecuencia, incluía una misa negra, parodia de la misa católica que rendía culto a Satán (véase Satanismo), y que finalizaba en danzas que degeneraban en una orgía sexual.
LA BRUJERÍA HOY
Por lo general, las prácticas de brujería han desaparecido, aunque de forma esporádica surgen casos aislados en comunidades menos cultas o en regiones de escaso desarrollo social. En algunas sociedades, los brujos, algunos considerados chamanes o curanderos (véase Curandería), han desempeñado una función incuestionable dentro de su propia comunidad. Al asumir que reciben su poder de espíritus que son venerados o temidos por los miembros de su pueblo, se cree que tienen acceso a un mundo oculto y reservado sólo para ellos, siendo contemplados con respeto e incluso temor.
Los médicos brujos, al contrario que los brujos y brujas malignas de la época medieval, luchan contra las fuerzas del mal: poseen supuestamente poder para curar las enfermedades, convocar la lluvia y asegurar el éxito de la caza o de la guerra; también, practican exorcismos para expulsar a los demonios que puedan poseer a miembros de la comunidad o aplacan a los que podrían volverse hostiles; asimismo, extirpan el mal, denuncian a los malhechores e intentan llevar a cabo su destrucción.
En la India, algunas tribus o miembros de las castas más bajas acuden con frecuencia a brujos y hechiceros. Incluso los hindúes de las castas más altas recurren a ellos en tiempos de sequía o hambruna. En Birmania, Indonesia y otras zonas de Asia los brujos constituyen una parte importante de la vida cotidiana. La brujería también está extendida por todo el continente africano.
En Latinoamérica, el vudú de Haití, Cuba o Brasil, y los brujos, hechiceros y echadores de mal de ojo, todavía presentes en algunas comunidades, practican ritos mágicos y de brujería, al igual que algunos habitantes de las islas Salomón y Vanuatu (antigua Nuevas Hébridas) que hoy continúan rindiendo culto al Diablo.
En los últimos años ha aumentado el interés general por diversos tipos de ocultismo. Se han publicado numerosos libros sobre brujería y astrología, y surgen personajes que se cree poseen poderes sobrenaturales. La aparición de formas modernas de brujería puede atribuirse a la influencia de varios escritores de culto y antropólogos de principios del siglo XX, además del creciente interés por formas alternativas de expresión religiosa. Similares en las ceremonias y en la organización a los cultos diabólicos, estas modernas organizaciones no rinden culto al Diablo ni realizan prácticas malignas. Algunos expertos consideran que las diferencias en métodos y filosofía vuelven muy complejo su estudio al ser difícil su generalización.

martes, 5 de octubre de 2010

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