Muy delgada es la línea
que separa al hombre de la barbarie. Se
necesita muy poco para que el ser humano se convierta en un depredador, en un
perro que come perro, en una bestia que no dudará en sacrificar a sus semejantes
de manera brutal. A pesar de la
presunción de ser el rey de la creación, a pesar de los millones de años de
evolución, a pesar de las leyes de la sociedad que intenta menguar o maniatar
la maldad escondida de su interior, el ser humano se bestializa con facilidad y da
rienda suelta a sus peores instintos.
No importan los
prodigiosos avances tecnológicos, las maravillosas computadoras y sus
descubrimientos, en alguna parte escondida del cerebro y el alma humana, se
encuentra agazapado el lado más tenebroso de la creación. La misma Biblia muestra la proclividad del
hombre por el mal. Caín mata a su hermano Abel por envidia, Sodoma y Gomorra,
ciudades destruidas por cohabitar con el pecado, el mismo pueblo de Moisés,
siempre dispuesto a dejarse vencer y tentar por sus miedos y pecados.
A través de la historia
y la literatura, hay suficientes evidencias que estigmatizan al ser humano como
un ente perverso, siempre preso de sus
vicios y pecados, sucumbiendo a la lujuria, la ambición y el poder, motores
temibles del mal que trastornan la voluntad humana.
En México, el mal,
siempre ha estado presente, pero nunca como en los ´últimos tiempos, la
sociedad se ha podrido, desde su interior, los gobiernos corrompidos desde
sus cabezas; el crimen y la impunidad reina en el territorio mexicano. Los pobres y
miserables lo alimentan con su carne buscando escapar de la miseria.
A la llegada de los
conquistadores españoles a América, el Vaticano envió sus propios
conquistadores, hordas monstruosas sedientas de sangre, tenían la misión de destruir a los dioses
locales y ayudar en la conquista espiritual, muchos de ellos se quedaron,
diezmando la población nativa de setenta millones a tres millones y medio
de aborígenes. Posiblemente el mayor de
los genocidios en la historia de la
humanidad.
En los tiempos que
vivimos han vuelto a recrudecer su actividad, manifestándose en las matanzas
constantes que escenifican por doquier.
El 22 de diciembre de
1997, en los Altos de Chiapas, el mal se despertó en una población de indígenas
tzotziles, fueron atacados un grupo de
personas que se encontraban orando en la iglesia de la comunidad de Acteal;
matando a 45 personas, entre ellos niños y mujeres embarazadas. Imagínense la
barbarie y la maldad necesaria para asesinar 16 niños y niñas, 20 mujeres y nueve
hombres. ¿Cuánta maldad es necesaria, me
pregunto? Para realizar acto tan espeluznante. El hombre es capaz de hacerlo si
tener ningún remordimiento.
El 28 de junio de 1995,
se repite el bárbaro acto de atacar a
los más pobres y desvalidos, en el poblado de Aguas Blancas, en un lugar
conocido como el Vado, en el estado de Guerrero, policías motorizados sin entrenamiento,
abatieron a balazos a un grupo de campesinos
que viajaban a bordo de una
camioneta de tres toneladas, asesinando a
17 personas. Fueron destrozados a tiros, fue una carnicería que
escandalizó al país y causó la caída del gobernador del Estado Rubén Figueroa.
Ahora el mal está
presente en cada lugar, en cada calle, nadie está a salvo, los monstruos, los
criminales emprendieron acciones de exterminio en masa; los medios de
comunicación dan noticias de ejecuciones
y asesinatos masivos, cuerpos desmembrados, sin cabeza, como muestra de un
oscuro ritual. Las fosas comunes con decenas de
cadáveres son encontradas a lo largo y ancho del país, muertes sin
razón aparente, donde el motivo señalado, son el ajuste de cuenta.
¿Acaso? ¿Me pregunto?
¿No existirá, en esa clase de crímenes? El más viejo motivo de la creación, ¡la
lucha, entre el bien y el mal! De ser así, de escenificarse la más vieja de
las batallas; ¿Dónde está Dios?
Seguramente, muy lejos de México, en un lugar, donde las oraciones y quejas de
los mexicanos, nunca llegan.
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