El recuerdo que tengo del momento en que me picó el bicho es
muy confuso, recuerdo haber bajado al sótano por mi abrigo, siempre lo he
hecho, he jugado con mis hermanos en el lugar que utiliza mi papá como bodega,
es el lugar donde guarda las cosas
viejas. Recuerdo que al salir sentí la mordida en el hombro, lo único que hice
fue sacudir el abrigo y rascarme; no pasó nada, lo peor fue durante la noche,
cuando ya me había olvidado del piquete
y me disponía a dormir. Recién cumplí
quince años y mi madre todavía puede
verme con el torso desnudo, ella me preguntó que me había pasado en el hombro,
yo le dije que nada, me revisó y encontró una hinchazón en la que yo no había
reparado, fue a partir de eso que empezó la pesadilla; media hora después, el
dolor era tan intenso que tuvieron que llevarme al hospital.
Una araña violinista me había picado y en el hospital no
contaban con el antídoto, a la mañana siguiente se apreciaba una protuberancia
asquerosa, una lesión que horrorizó a mis padres y a
mí me puso al borde de la muerte.
Fueron días terribles, sudores y fiebre y el dolor que no me dejaba en paz, hubo
momentos en que quería morirme, darme por vencido para poder descansar de la
terrible dolencia. Al mes de internado
me dieron de alta, pude vencer al veneno
de la terrible araña violinista o
Loxosceles laeta, la araña más peligrosa de México; ahora tengo mucho cuidado
de los rincones y las telarañas, la ropa la reviso de manera enfermiza, al
grado que debe parecer anormal, es el
trauma que me ha quedado, detesto a las arañas
y no soporto verlas, menos rozar la escalofriante y pegajosa seda.
Para los que no saben, esta araña es peligrosa, muy
venenosa, tiene en la cabeza una mancha en forma de violín, es minúscula, mide
apenas 1.25 centímetros y tiene un gran
abdomen, su telaraña es holgada y de color blanco; si te pica te pegará fiebre
y orinarás sangre, hay que acudir al hospital porque puedes morir.
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