El primer hombre Homo erectus


EL HOMBRE EXISTIÓ HACE 2,800.000 AÑOS

Recientes y sensacionales hallazgos en África del Sur
Poco después de 1970 se han hecho dos descubrimientos en África que han conmovido al mundo de la antropología, pues desafían las hipótesis establecidas acerca del origen y evolución de la especie humana.       .
El primero fue el hallazgo de un cráneo y huesos humanos en Kenya, bajo un estrato de hace unos 2,800.000 años. El segundo fue la noticia de que en el sur de África, en la frontera entre Swazilandia y la República de Sudáfrica, existía una cueva que había estado habitada por hombres del tipo actual, 100.000 años antes del nacimiento de Cristo.
Según la teoría de la evolución, el primer primate que puede considerarse como hombre, el Hamo erectus, no apareció hasta hace aproximadamente un millón de años. Sin embargo, los huesos extraídos de la cuenca situada al este del lago Rodolfo, en Kenya, tenían una antigüedad más de dos veces superior a la del Hamo erectus e incluso mostraban un desarrollo notablemente mayor.
Los textos de biología y paleontología señalaban que probablemente los únicos seres humanos que existieron hace 100.000 años fueron los hombres de Neanderthal, de cejas prominentes y piernas cortas y arqueadas. No obstante, los restos hallados en la cueva Border, del sur de África, pertenecían sin duda al Hamo sapiens sapiens, la genuina especie humana que se supone que no apareció hasta el año 35,000 antes de J.C., unos 65,000 años más tarde.

El arte de la minería
Igualmente desconcertantes fueron los objetos hallados junto a los fósiles. Indicaban que el hombre había desarrollado su inteligencia y había emprendido el camino de la civilización miles de años antes de lo que se pensaba. Los habitantes de la cueva Border ya conocían el arte de la minería.
Elaboraron una serie de herramientas complicadas, entre ellas cuchillos de ágata excelentemente fabricados, tan agudos que cortaban el papel.
También poseían convicciones religiosas y creían en la otra vida. El cadáver de un niño había recibido un ceremonioso entierro. Es evidente que hablaban una lengua desarrollada, ya que ideas abstractas como la inmortalidad no pueden transmitirse mediante gruñidos y gestos.
El inspirado trabajo detectivesco de dos prehistoriadores  jóvenes sudafricanos, Adrian Boshier y Peter Beaumont, condujo al descubrimiento de la cueva Border. En diciembre de 1970 desenterraron en 50 días unos 300.000 objetos fabricados por el hombre y huesos calcinados de animales, muchos de ellos pertenecientes a criaturas hoy extinguidas.
El carbón vegetal correspondiente a un estrato superior de cenizas, más moderno que el estrato donde apareció el esqueleto del niño, superó el límite de la antigüedad del carbono radiactivo, cifrado en unos 50.000 años. Hasta la base misma de la roca se hallaron herramientas de piedra y ocre molido, lo que· hace pensar que la caverna estuvo ocupada desde hace 100.000 años.

Los mismos lechos

El ambiente de la cueva había sido ideal para la conservación de tan antiguas reliquias. Incluso se habían preservado las ramillas, hojas, hierba y plumas que sirvieron de lecho. «Prácticamente todo lo que hallamos tenía tres veces la edad que los libros indicaban», observó Boshier. El hallazgo de cabezas de flecha de piedra sitúa la invención del arco hace más de 50.000 años, mientras que su aparición en Europa no se supone anterior al año 15000 antes de j.C.
En un estrato de 35.000 años de antigüedad se encontraron unos huesos con unas muescas cuidadosamente labradas que indicaban que el hombre había aprendido a contar.
Hasta el momento, los científicos estaban convencidos de que el hombre hizo su primera aparición en Asia y más tarde se desplazó hacia el oeste. Se creía además que África no había participado en este esquema evolutivo. Esta teoría se fundaba en unos cráneos de 500.000 años de antigüedad hallados en Java y cerca de Pekín.

Africa, ¿cuna de la humanidad?
Ya en 1924 el profesor Raymond Dart había descubierto en África restos de una criatura, situada entre el hombre y el mono, mucho más antigua que el hombre de Java y el de Pekín. Pero la hipótesis asiática se mantuvo firme hasta que fue relegada ante los numerosos descubrimientos efectuados
por los antropólogos británicos Louis y Mary Leakey en el cañón de Olduvai, en Tanzania. En 1959, los Leakey asombraron al mundo al hallar un cráneo cuya antigüedad ascendía a casi dos millones de años, emparentado con la critura de Dart. En 1960 encontraron parte del cráneo y la mandíbula inferior de otro prehumano parecido, junto con unas herramientas talladas en piedra que indudablemente había utilizado para fabricar sus armas. Por ello le designaron con el nombre de Hamo babilis (hombre ma
ñoso),
Más tarde, en el mismo año, hallaron fragmentos de un ser más avanzado, el Horno erectus, primer hombre del que se sabe con seguridad que empleó el fuego. Pertenecía a la misma especie que el hombre de Java y de Pekín, pero había nacido más de medio millón de años antes.
Hoy, por tanto, la ciencia se inclina a pensar que fue en África y no en Asia donde hizo su aparición el hombre. Quizá sea posible seguir la evolución humana hasta los huesos de 2.800.000 años, descubiertos en Kenya por Richard Leakey. Aunque el cráneo de los Leakey es reducido, su forma es
muy semejante a la que presenta el hombre moderno.
Quizá se sucedan muchos años antes de que los prehistoriadores puedan valorar adecuadamente el significado de estos hallazgos. Pero por las pruebas de que ahora disponemos parece claro que el hombre moderno evolucionó mucho antes de lo supuesto, y es muy probable que el misterioso origen del hombre se halle guardado en alguna caverna africana.

martes, 28 de junio de 2011

Las aves más grandes del mundo


AVES TAN ALTAS COMO ELEFANTES
Fuertes, pero no voladoras ... y ahora extintas

EL «DODO» DE NUEVA ZELANDA. La moa gigante, Dinornis maximus, medía cuatro metros de altura. No volaba, pero sus armas eran la fuerza y la velocidad.

UN viejo jamelgo, cuyo corazón dejó de latir bajo su carga de leña, dio origen a. uno de' los más sorprendentes descubrimientos paleontológicos del universo.
El hecho ocurrió en 1936 en Pyramid Valley, en North Canterbury (Nueva Zelanda). El agricultor Joseph Hogden y su hijo Rob comenzaron a cavar una fosa para enterrar al animal, cuando hallaron numerosos huesos de aspecto extraño. El hallazgo resultó corresponder a restos de varias aves no voladoras, llamadas moas, extinguidas en Nueva Zelanda hace unos 500 años.

Cuando los arqueólogos excavaron el lugar encontraron unos 2.000 esqueletos por cada hectárea de pantano, y estudiaron concienzudamente una hectárea y media. Jamás se habían hallado anteriormente tantos esqueletos íntegros de esta ave.

Esto permitió a los expertos determinar detalles estructurales que aún no estaban confirmados, y clasificar este tipo de aves con mayor exactitud ..

Pérdida de la capacidad de vuelo
Hasta hoy se han identificado unas 25 especies de aves moas: desde una del tamaño de un pavo hasta el enorme Dinornis maximus, que, con sus cuatro metros de altura, era el cuarto gigante del orbe, después de la ballena, del elefante africano y de la jirafa.

En alguna etapa de la evolución de la vida, los antepasados de las moas sobrevivieron debido a su fortaleza y a su velocidad en la carrera. Entonces perdieron su capacidad para el vuelo y se transformaron en aves corredoras.

Durante el primer año de excavaciones, los numerosos arqueólogos que se dirigieron al valle recogieron unos 50 esqueletos, a los que faltaba cuello y cráneo. Algunas de las aves de Pyramid Valley, que quedaron atrapadas en los barros del pantano, se hundieron hasta el fondo. Es posible que águilas gigantescas hicieran presa en las cabezas y cuellos de estas aves mientras desaparecían en la ciénaga. Las aves halladas a mayor profundidad aún conservaban el cuello y el cráneo.

También aparecieron fragmentos de un huevo que no llegó a ser puesto, desprendido de los restos de una moa en descomposición y roto en 200 pedazos. Al cabo de unos meses se logró reconstruir y pudo saberse que medía 18 centímetros de longitud por 13 de diámetro.

Se ha comprobado que vivían dos especies de moa en Nueva Zelanda cuando los primeros colonos polinesios llegaron a las islas hacia el año 1000 después de C. Avala este hecho la aparición de huesos diferentes en antiguos campamentos maoríes.

Al principio del siglo XIX, los colonos europeos encontraron moas de menor tamaño que habitaban zonas arbustivas en los confines del sur. Pero pronto se extinguieron, convertidas en fácil presa.


lunes, 27 de junio de 2011

Restos de iguanodontes


Restos de iguanodontes
Muchos restos  iguanodontes  se han encontrado en Gran Bretaña, sobre todo en la zona de Weald en el condado de Kent y en la isla de Wight, que antiguamente fueron terrenos fluviales fértiles donde estas bestias enormes sucumbieron anegadas en inmensos barrizales.
Durante los siglos siguientes la acción de las mareas deshizo los esqueletos y dispersó sus fragmentos a considerables distancias. Este- puede justificar el hecho de que en Inglaterra no se haya encontrado ningún esqueleto en su integridad.
Entre 1853 y 1854 se construyó una efigie del iguanodonte, basada en los dientes hallados por la señora Mantell, que fue colocada en los terrenos del Crystal Palace, el sur de Londres, donde todavía se conserva. Entonces se pensaba que la antigua criatura caminaba sobre cuatro patas y lucía un cuerno en el extremo de la nariz. Pero los hallazgos de la mina de carbón belga demostraron lo erróneo de esta creencia.

En la actualidad existen dos enormes vitrinas de cristal en el Museo Real de Ciencias Naturales de Bruselas donde se exhiben más de 20 esqueletos de iguanodonte, algunos erguidos y otros en las diferentes posiciones en que la muerte les sorprendió. Han sido reconstruidos correctamente como criaturas de dos patas. El cuerno no pertenece a la nariz sino que constituye una especie de dedo pulgar en sus manos, con el que desgarraban las plantas y los árboles que en la antigüedad les servían de sustento.
IGUANODONTES

VERDADEROS IGUANODONTES. Por los esqueletos hallados en una mina de carbón belga en 1878, los paleontologos pudieron llegar
a esta reconstrucción más exacta de un reptil de hace 120 millones de anos.

Un trozo de relámpago


Fulgurita

Un trozo de relámpago
La fulgurita, es el resultado de uno de los fenómenos más asombrosos de la naturaleza: la caída de un rato a tierra. Principalmente en arena, donde la descarga eléctrica eleva la  temperatura por encima de los 1,800 grados centígrados, fundiendo instantáneamente los granos de sílice  de una superficie conductora. Al enfriarse queda como resultado un  tubo de vidrio, todo este procesos ocurre en apena un segundo, dejando la evidencia  de la distribución del rayo sobre la superficie y un objeto con aspecto de raíz que a menudo muestra agujeros y un aspecto vítreo.

Imagínense la potencia que tendría el rayo que produjo una fulgurita de 4,9 metros de longitud encontrada en el norte de Florida.
La formación de fulgurita es un fenómeno de poca  frecuencia, las anécdotas y consejas populares, consideran a la fulgurita como “centella”, y  dicen, se le encuentra en  las raíces de los árboles partidos por el impacto de un relámpago.






miércoles, 22 de junio de 2011

Asombrosa historia de supervivencia en el Antártico


Una historia verdadera de hombres que sobrevivieron al mar más peligroso del mundo.
Espero que la disfruten.


TODOS CONFIABAN EN UN HOMBRE
Seis expedicionarios, a merced del Antártico

TENAZAS DE HIELO. La fuerza inexorable del hielo del Antártico atrapa al Endurance, capitaneado por el científico Ernest Sbackleton. La presión de millones de toneladas de hielo quebró sus cuadernas como si fueran frágiles palillos.


EN marzo de 1916, en una isla desierta del océano Antártico cubierta por  los hielos, se hallaban 28 británicos, ateridos de frío y sumidos en la desesperación. Desde hacía dos años, formaban parte de una expedición a la Antártida, y se encontraban exhaustos y enfermos después de haber recorrido 2.900 kilómetros enfrentándose a la nieve y a los monstruosos glaciares que habían destrozado y hundido su barco, el Endurance, hacía ya cinco meses.
Días antes habían zarpado, en los tres botes que les quedaban, del bloque de hielo flotante donde habían sobrevivido; su jefe había puesto rumbo a la isla de los Elefantes, al sudeste del cabo de Hornos. Pero ahora debían abandonar este rincón desolado.
Las galernas que batían la indefensa orilla destrozaban sus tiendas de campaña; las existencias de carne de pingüino y algas comenzaban a agotarse. Hambrientos y traspasados por el frío, los expedicionarios ponían de nuevo su esperanza, como en todos los momentos de aquella pesadilla, en el hombre cuyo valor y sangre fría les había protegido hasta entonces.
Sir Ernest Shackleton era de elevada estatura, anchos hombros y rostro anguloso con cejas oscuras. Parecía un gran bloque de piedra pensativo: la roca a quien se aferran los humanos cuando ven perdidas sus esperanzas.

«Hemos de llegar a un punto donde un barco pueda recogemos», dijo con calina. Parecía imposible realizar en un bote un viaje largo, pero todos se ofrecieron a acompañarlo.

Se eligieron cinco hombres que con Shackleton navegarían los 1.500 kilómetros que les separaban de Georgia del Sur, por el mar más peligroso del mundo, en un bote de siete metros de eslora. Eran Worsley, capitán del barco destruido; Tom Crean; Timothy MCCarthy; McNeish, el carpintero, y Vincent, el contramaestre. Entre todos calafatearon y lastraron el James Caird, embarcación ligera, ágil y de doble proa, y reforzaron la quilla con el mástil de otro bote. Después se dispusieron a zarpar.

Al deslizar la embarcación al mar, dos hombres salieron despedidos por la borda, y seguidamente una roca abrió el casco. Lograron taponar la rotura con un pasador y, por último, cargaron los víveres y desplegaron las velas.

La travesía era penosa. Surgió una galerna que rechazó a la embarcación casi hasta el punto de partida. El contratiempo fue grave, y Shackleton afirmó: «Si algo me ocurre mientras los demás nos esperan, me sentiré como un asesino.»
No obstante, siguieron avanzando. Bajo la cubierta de lona sólo había el reducido espacio que dejaban las provisiones, donde los hombres se apretaban en sus sacos de dormir saturados de humedad.
«Cada ola que se dirigía a nosotros-se elevaba como si fuera una pared cóncava», escribiría Shackleton después. «Nos empapábamos cada tres o cuatro minutos. Las olas rompían sobre nosotros como 'si estuviéramos debajo de una catarata. Pero antes de que rompiera la siguiente, otras más pequeñas cubrían la embarcación y nos calaba n de nuevo. Esto ocurrió noche y día. El frío era intenso.»      I
Shackleton, que padecía terriblemente de ciática, se mostraba alegre. Mientras Worsley tomaba la situación con su sextante, tenía que ser sujetado por dos hombres para no salir despedido por la borda. Un día, a última hora de la tarde, a través de la bruma constante que difuminaba el sol, descubrió tierra: ¡Georgia del Sur!  
Esa noche un violento temporal los precipitó hacia la costa. La espuma saltaba del barco a gran altura, y el viento aullaba sin piedad. Se acercaban a una isla minúscula y se les planteó la disyuntiva de acercarse a ella con riesgo de estrellarse o de costearla hasta encontrar aguas más tranquilas. Mientras tanto los hombres tenían tanta sed que sus labios estaban hendidos y sus gargantas no admitían un solo bocado. «Conseguiremos desembarcar», dijo Worsley. «No queda otro remedio», añadió Shackleton.

.Al amanecer decidieron ir a tierra y atravesar la isla hasta el puesto ballenero que existía al otro lado. Nadie podía adivinar lo que les aguardaba entre aquellos glaciares y montañas cubiertas de hielo de Georgia del Sur. Pero Shackleton necesitaba atravesarlos; si trataba de rodear por mar la isla, el peligro de naufragio resultaba ahora mayor y, en este caso, los hombres que habían quedado en la isla de los Elefantes morirían sin remedio.
Desembarcaron en el estuario de King Haakon donde hallaron una cueva. Cazaron varios alba tras jóvenes' y se los comieron. Tenían tanta hambre que devoraron hasta los huesos. Cerca discurría un riachuelo, y el agua les supo a néctar. Con hojas y musgo formaron un amplio lecho sobre las piedras, donde por vez primera en dos semanas pudieron descansar y dormir.
El 19 de mayo de 1916 mejoró el tiempo, salió la luna y Shackleton, Crean y Worsley se dispusieron a cruzar la isla, dejando tras sí a los otros tres hombres que no estaban en condiciones de viajar. Worsley orientaba al grupo con su brújula, mientras avanzaban atados a una soga. Se internaron en barrancos sin salida, desandaron el camino y volvieron de nuevo casi hasta el mar; estuvieron a punto de caer en una sima gigantesca de 60 metros de profundidad por 60 de anchura.
Por último llegaron a un risco tan agudo que podían sentarse en él con una pierna para cada lado. La niebla y la oscuridad les impedían la retirada, pero si no se movían morirían congelados. Practicar escalones en las paredes heladas sería lento e inútil. Al cabo de unos momentos, Shackleton decidió: «Hay que afrontar el riesgo. Nos deslizaremos.»
«Cada uno de nosotros enrolló el trozo de cuerda que le correspondía' hasta formar una especie de almohadilla», recordaba después Worsley. «Shackleton se sentó en un escalón que había cortado, y yo me sujeté por la espalda a su cuello. Crean hizo lo mismo detrás de mí, de forma que los tres quedamos unidos como un solo hombre. Y entonces Shackleton nos arrastró.
“Pareció como si nos hubieran disparado al espacio. Durante unos instantes se me pusieron los pelos de punta. Pero de repente la emoción me entonó y me hizo sonreír. Bajábamos disparados por una montaña semejante a un precipicio, a una velocidad de casi una milla por minuto. Grité de excitación y comprendí que Shackleton y Crean gritaban también. Aquello era divertido y seguro hasta el absurdo. ¡Al diablo con las rocas!
Poco a poco nuestra velocidad disminuyó y terminamos en el fondo de un barranco de nieve. Nos pusimos en pie y nos dimos solemnemente la mano.”
Cuando los tres hombres llegaron al fin al puesto ballenero, después de haber atravesado Georgia del Sur en 36 horas, tenían un aspecto tan lamentable que el comandante, de quien habían sido huéspedes hacía dos años, no los reconoció. El cabello de Shackleton se había vuelto blanco. Cuando la expedición de socorro llegó al estuario de King Haakon, los tres que allí permanecían tampoco conocieron a Worsley, limpio, afeitado y con nueva ropa.
Todos los hombres de la isla de los Elefantes se encontraban bien, con la excepción de un muchacho a quien habían tenido que amputar los dedos de los pies. Habían vivido durante cuatro meses y medio debajo de dos barcas vueltas del revés, permanentemente azotados por los huracanes e invadidos por los hielos de las montañas. De este modo, concluyó la última y prolongada expedición de Ernest Shackleton.
El recuerdo de su odisea por mar y por tierra, 'una de las más dramáticas aventuras del Antártico, queda certera mente reflejado en los escritos de un protagonista: «C0mo científico prefiero a Scott, como rápido y eficaz, a Amundsen; pero cuando la situación sea completamente desesperada,
sólo cabe hincarse de rodillas y rezar porque venga Shackleton.»

EL ULTIMO DESCANSO. Shackleton murió de un ataque al corazón en el Antártico. Fue enterrado en Georgia del Sur.









Puede dejar su comentario, respecto al valor y resistencia de algunos hombres.

LA EPOPEYA DEL OESTE


LA EPOPEYA DEL OESTE
Dos hombres trazaron la ruta del Pacífico

EL ANCHO MISSOURI. La expedición, al mando de Leuiis (izda.) y Clark (dcba.), pasó el invierno de 1804-5 en este poblado mandan, en las riberas del helado Missouri. Aun diezmados por la viruela, llevada por los tramperos blancos, los indios se mostraron amistosos.

CARRETAS... ¡adelante! Con este conocido grito, orquestado por una nutrida descarga de latigazos, comenzaron innumerables aventuras por la ruta de Oregón. Era el tiempo en que familias enteras rompían con todo su pasado y partían en busca de una nueva vida en el desconocido Oeste. Pero hubo un viaje que fue sin duda el más famoso de todos: la primera expedición que salió en busca de un camino por tierra hasta el Pacífico. Todo comenzó el 14 de mayo de 1804, con un simbólico disparo de revólver en la ribera del río Missouri. La aventura duró dos años y cuatro meses y en ella se recorrieron 13.000 kilómetros. Su fruto fue la anexión de nuevos e inmensos territorios a los incipientes Estados Unidos de América.  
El presidente Thomas Jefferson había solicitado del Congreso 2500 dólares para organizar una expedición que siguiera el río Missouri hasta su nacimiento, atravesara las imponentes Montañas Rocosas y descendiera por el río Columbia hasta el Pacífico. Al frente de la misma, Jefferson colocó a su secretario particular, el capitán Meriwether Lewis, veterano del territorio del noroeste, naturalista y experto navegante, y al teniente William C1ark. Habían de reunir numerosos datos geográficos y tomar nota de los recursos minerales, de las costumbres y lenguas de los indios, de la vida animal y vegetal, y del clima.
Durante el invierno de 1803-4 se congregaron con los suyos en el río Mississippi, cerca de San Luis. Eran 43 hombres, la mayoría avezado s a la dura vida de las zonas fronterizas. Seis toneladas pesaban municiones y víveres, que fueron cargados en tres embarcaciones.
Según consta en los diarios de Lewis y Clark, la expedición se puso en movimiento al disparo de un revólver.
Se navegó a través de unos territorios ricos, bien provistos de caza, sobre todo búfalos y alces. Lewis opinaba que «dos buenos cazadores bastaban para aprovisionar a todo un regimiento».
Al cabo de cinco meses de un viaje sin complicaciones llegaron al territorio indio de los mandans, actualmente en el centro de Dakota del Norte. Los mandans los acogieron sin reservas, y los exploradores invernaron entre ellos.
En abril de 1805 emprendieron de nuevo el camino y remontaron el Missouri hasta Three Forks, cerca de la actual Butte, en Montana.
Ante ellos se hallaban las Montañas Rocosas. Por fortuna, un trampero del Canadá francés llamado Toussaint Charbonneau y su esposa india, Sacagawea, se habían unido a los exploradores y actuaban de guías. Sacagawea llevaba consigo un niño, pero su naturaleza era asombrosamente fuerte y pertenecía además a la tribu cuyo territorio estaba atravesando.
Gracias a ella, los indios se mostraron propicios y les cedieron cabalgaduras para cruzar la imponente cordillera. Pero el camino era tan tortuoso y difícil que los caballos sólo servían para transportar los escasos víveres.
Estos pronto empezaron a faltar y el frío se hizo tan agudo que los expedicionarios estaban a punto constantemente de congelarse y desfallecer.
En los diarios se dice: «Acampamos cerca de un banco de nieve de tres pies (unos 90 cm) de profundidad. Derretimos parte de ella y cenamos el potro que sacrificamos ayer. Hoy sólo hemos cazado dos faisanes; y los caballos, a los que recurriremos como último recurso, han empezado a fallamos: dos de ellos estaban tan agotados que no tuvimos más remedio que abandonarlos a su
suerte.
“El camino de hoy ha sido como el de ayer: junto a montes escarpados, obstruido continuamente por maderos caídos, bajo un bosque espeso con pinos de ocho especies diferentes. La nieve cae de las ramas sobre nosotros y nos cala hasta los huesos, con tal sensación de frío que nos preocupa que los pies se nos congelen, apenas protegidos por delgados mocasines.”
Los aventureros apretaban los dientes y sostenían el paso. Al cabo del tiempo, su valor halló recompensa. De nuevo alcanzaron abiertas llanuras y al fin acamparon junto a unas aguas que se dirigían al oeste. Era el río
Columbia, por el que realizaron la última etapa de su viaje en sencillas canoas construidas por ellos mismos.
Sin embargo, el Pacífico los recibió con una tromba de agua, en un riguroso invierno en que apenas dejó de llover.
En la primavera de 1806 iniciaron el viaje de regreso, y esta vez se dividieron en dos grupos con objeto de ampliar sus exploraciones. Se reunieron en la confluencia de los ríos Yellowstone y Missouri, y descendieron sin contratiempos río abajo hasta San Luis. El 23 de septiembre del mismo año
fueron recibidos por una entusiasta y
enfervorizada multitud.
Una sentida ilusión no pudo hacerse realidad: hallar un camino fluvial hasta el océano, por el norte de los Estados Unidos.
Aquellos hombres habían descubierto feroces osos pardos y serpientes de cascabel; habían sobrevivido al hambre y a toda clase de privaciones; Lewis tenía una pierna herida por una bala errante...
Pero sólo habían perdido a uno de sus hombres. Habían demostrado que los peligros del Oeste no podrían detener a los capaces y decididos. Seguirían muchos años en que las carretas roturarían miles de caminos donde acechaba la muerte, la calamidad o el desastre. Estaba inaugurada la epopeya del
Oeste.

lunes, 20 de junio de 2011

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