¿Quién descubrió primero América?


¿QUIEN LLEGO PRIMERO?
Los múltiples descubrimientos de América

POCAS tierras han sido descubiertas tan reiteradamente como las de América.
Antes de que Cristóbal Colón llegase
a la isla de  Guanahaní en 1492, se dice que fenicios, irlandeses, vikingos, egipcios, e incluso chinos habían desembarcado en el Nuevo Mundo.

Sin embargo, ninguna de estas teorías ha sido científicamente demostrada y no empañan, por consiguiente, la gloria del  gran Almirante y la visión de los Reyes Católicos, patrocinadores de la epopeya.
Al servicio de Hiram

Hace poco tiempo, un arqueólogo de la Universidad de Quebec anunció haber descifrado unas inscripciones descubiertas en la provincia canadiense. En una de ellas se leía supuestamente: «La expedición ha atravesado el mar al servicio de Hiram» (rey de la ciudad fenicia de Tiro y amigo de los israelitas).

Según su descubridor, tal inscripción fue redactada en la lengua hablad a en Libia  5.000 años antes de nuestra era. Los fenicios, por consiguiente, deberían ser considerados los primeros descubridores de América. Sin embargo, la posibilidad de que marinos fenicios hubiesen arribado a las costas americanas con anterioridad a la guerra de Troya y a los viajes homéricos resulta bastante improbable, aunque hay quienes asocian aquellas lejanas costas con la Atlántida propuesta por Platón.

Barcos egipcios
Otro científico, e! doctor Barry Fell, del Museo de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), ha querido aportar también su hipótesis personal. Afirma· que barcos egipcios arribaron a América, por el Pacífico, en los años 230 ó 231 antes de J.C.; que el viaje fue planeado por Eratóstenes (de quien se sabe que calculó por un sencillo procedimiento trigonométrico la circunferencia de la Tierra), y que las naves venían capitaneadas por Rata y Mawi.

Todas estas suposiciones se basan en el presunto desciframiento de antiquísimas inscripciones que habrían dejado escritas los viajeros en las cavernas de West Irian, en Nueva Guinea, y en la cueva de Tinguiririca, en los contrafuertes montañosos del centro de Chile.

Al parecer, en la caverna chilena se había encontrado una leyenda en escritura libia (maorí antiguo), en la que se expresa que llegó hasta allí la flotilla de barcos de Mawi y que «el navegante reclama esta tierra para el  rey de Egipto, para su reina y para su noble hijo. Agosto, día 5 del año 16 del Rey» (en ésa fecha lo era Ptolomeo  III).

La teoría de! profesor estadounidense fue rotundamente desautorizada por e! profesor Mario Orellana Rodríguez, director del Departamento de Ciencias Antropológicas y Arqueológicas de la Universidad de Chile, quien afirma que la caverna de Tinguiririca es conocida desde hace muchos años en Chile. Las pictografías rupestres existentes en las paredes de la gruta «son de origen indígena y no corresponden a ningún tipo de escritura, ni pueden traducirse»,

También los monjes irlandeses

Otra teoría no menos arriesgada supone que monjes irlandeses exploraron la costa atlántica de América del Norte durante los siglos VI .y VII de nuestra era, llegando por el sur .hasta las Bahamas.

Se apoya esta hipótesis en el Navigatio Sancti Brendani, manuscrito que narra los supuestos viajes de San Brendano (484-577) hacia el año 570.

Tras la caída de! Imperio Romano, Irlanda se vio amenazada por las tribus teutónicas paganas que invadían Europa occidental y es muy posible que los fornidos navegantes irlandeses partieran en busca de un refugio para su redil cristiano.

Del Navigatio se ha deducido que sacerdotes y monjes irlandeses pudieron desembarcar en una tierra occidental 900 años antes del nacimiento de Colón. San Brendano, héroe del viaje legendario a la Tierra prometida en los mares de Occidente, debió de llegar a Madeira o quizá a Terranova (a la isla de San Brendano). Pero nada de esto puede probarse. En primer lugar, las frágiles embarcaciones de los irlandeses, de unos diez metros de eslora, con el casco forrado de pieles untadas de grasa, hacen poco verosímil una travesía tan
larga. Por- otra parte, la brusca terminación del
Nauigatio, considerado durante siglos como una colección de relatos imaginarios, plan tea serias dudas sobre la. Veracidad de su contenido.

Y, por último, los vikingos
Unos 400 años más tarde, hacia fines del siglo x, los intrépidos navegantes noruegos y daneses iniciaban sus viajes de exploración, que según algunas teorías les llevaron a descubrir y seguramente a colonizar la costa oriental de América del Norte.
Según antiguos documentos, los vikingos, conducidos por Bjarni Herjulfsson, fueron los primeros en llegar a América el año 985. Quince años después, una expedición mandada por Leif Ericson, «Leif el Afortunado», partió para establecer allí una colonia.
Por la descripción que del viaje figura en la crónica islandesa Flateyarbok, Leif y sus hombres pudieron desembarcar en la costa del Labrador y se abrieron camino hacia el sur, hasta la zona del cabo Codo Según el
Flatevarbok, vieron que allí crecían uvas silvestres, por lo que llamaron al país Vinlandia.

Sin embargo, es curioso que no existan vestigios de la comunidad vikinga en la costa americana ni en Groenlandia. A partir del siglo XIV las crónicas nórdicas dejan de mencionar Vinlandia. Si alguna vez existió una colonia vikinga permanente en América del Norte, lo cierto es que se ha esfumado en el olvido.

El falso mapa de Vinlandia
En 1965 un puñado de historiadores estadounidenses creyeron haber encontrado la prueba definitiva de la llegada al continente americano de Leif Ericson, y anunciaron a todo el mundo que un «mapa de Vinlandia»
recién descubierto apoyaba su teoría irrefutablemente.
El mapa en cuestión medía 25 por 40 centímetros y contenía claros dibujos de Europa,
Africa, Asia y las míticas islas del Atlántico. En su parte superior izquierda aparecía una inmensa isla llamada «Insula Vilanda». Sobre ella una inscripción latina reza: «Por voluntad de Dios, tras un largo viaje desde
la isla de Groenlandia hacia las partes más distantes al sur del océano occidental, navegando entre hielo, los compañeros Bjarni y Leif Ericson descubrieron una nueva tierra extremadamente fértil, que incluso tenía parras, por
10 que fue llamada Vinlandia.»
El mapa permaneció expuesto durante ocho años y medio en la Universidad de
y ale como el tesoro más valioso de su colección cartográfica. Sin embargo, a principios de 1974, la propia Universidad de Yale reconoció que el mapa era una falsificación.
Tras estudiar el mapa durante dos años con una técnica recién descubierta, los expertos advirtieron que la tinta parda del dibujo contenía pigmentos del siglo XX. El doctor Kurt Heinrich, especialista de renombre internacional en análisis de partículas microscópicas, confirmó el dictamen original.
La hábil falsificación fue uno más de los numerosos fraudes históricos que han pretendido restar mérito a la epopeya del descubrimiento de América. La figura heroica de Colón salió triunfante y continúa agrandándose con el transcurso de los siglos.


¿TESTIGOS DE LOS VIKINGOS? Los 50 kilómetros de arena del cabo Puercoespin, en la península del Labrador, pudieran ser las «playas maravillosas» de allende los· mares que los vikingos describieron en sus expediciones de Noruega a Vinlandia.          -



domingo, 1 de mayo de 2011

LOS PRIMEROS COLONIZADORES DE AUSTRALIA


Asesinos, amotinados y fugitivos

LOS primeros europeos que llegaron a Australia fueron quizá dos amotina-
dos holandeses
a quienes se abandonó a la deriva en 1629 cerca de la costa occidental. El hecho ocurrió 159 años antes de que los primeros navíos ingleses fondearan en Sydney Cave el 26 de enero de 1788.
En 1628 el mercante holandés Batavia, capitaneado por Francois Pelsaert, zarpó de Holanda en unión de otros barcos de la Compañía de las Indias Orientales que se dirigían al Asia austral. Transportaba un valioso cargamento formado por 12 arcones llenos de oro, plata, joyas y mercancías.
Los barcos se dispersaron durante una tormenta, e inmediatamente antes del amanecer del 4 de junio de 1629, el Batavia chocó contra un arrecife de coral en las islas Wallabi, en el archipiélago Abrolhos, próximo a la costa occidental australiana. Una semana más tarde se deshacía en pedazos.
Su pasaje formado por unas 300 personas, la mayoría aventureros que viajaban a las Indias en busca de fortuna, consiguió llegar hasta dos de las bajas y áridas islas. Se salvó la mayor parte de las provisiones, pero la escasez de agua era apremiante, y Pelsaert, después de buscarla en vano, partió a pedir ayuda en un pequeño bote salvavidas.
Lo acompañaban el patrón del Batavia, el contramaestre mayor, otros oficiales y marineros, dos mujeres y un niño. Después de un azaroso viaje de 2.000 millas y un mes de navegación, llegaron a la actual isla de Java el 5 de julio de 1629.
El gobernador de Batavia (hoy Yakarta) cedió a Pelsaert el yate Sardam para que volviera y salvara a los náufragos.
Pero entretanto en las islas Wallabi, un tripulante del Bataoia, Jerome Cornelius, tomó el mando de los supervivientes que estaban desperdigados en tres islas. Con varios cómplices, Cornelius se propuso apoderarse del barco de rescate y, con los arcones de dinero y las joyas, dedicarse a la piratería.
Quienes no se avinieran serían muertos.
Pero otro grupo de supervivientes, conducidos por un tal Webbye Hayes, habían encontrado agua en una isla lejana y encendieron tres hogueras para informar de su éxito. Ese mismo día, Cornelius organizó una matanza general en la que perdieron brutalmente la vida 125 personas: a unos segaron el cuello, a otros ahogaron y con otros acabaron a hachazos.
Los amotinados se vistieron unos terciopelos bordados en oro y plata y magníficas sedas, y bebieron ron y vino en grandes cantidades. Cornelius, que se nombró a sí mismo capitán general, llevaba una chaqueta roja con ribetes de oro.

El aviso a los fugitivos
Pero no se encontraba seguro y decidió eliminar a Webbye Rayes y sus hombres. Sin embargo, algunos fugitivos de la matanza, que se, habían escapado a nado o en las balsas de madera, alerta ron a Hayes, quien pudo rechazar dos ataques.
Entonces Cornelius trató de negociar un tratado de paz, con el que Hayes se mostró de acuerdo a condición de que le permitieran a él y a sus hombres abandonar la isla. En compensación, accedió a dejar una pequeña embarcación a Cornelius. Este rompió inmediatamente el tratado y envió en secreto cartas a los hombres 'de la isla, persuadiéndoles a que abandonaran a Hayes.
Pero estos hombres mostraron los mensajes a Hayes y cuando Cornelius arribó a la isla con algunos de los suyos, fue atacado y apresado.
Todavía duraba la lucha entre rebeldes y leales cuando Pelsaert llegó en el Sardam. Hayes le avisó y cuando los amotinados trataron de abordar el Sardam, fueron hechos prisioneros.
Cada uno de los insurrectos fue juzgado por los oficiales del Sardam; se les pusieron grilletes y se les sometió a tortura. A Comelius le fueron cortadas ambas manos  y fue ahorcado en la isla de Seal,
Dos de los amotinados, Wouter Loos y un muchacho llamado Jan Pelgrom de By, fueron abandonados a la deriva en un bote. Nunca se volvió a saber de ellos, pero llegó a decirse que habían logrado desembarcar en el continente. Lo cierto es que en la cos- ta occidental de Australia se vieron aborígenes de piel clara, posibles descendientes de los holandeses naufragados.
Se creyó durante muchos años que el lugar donde se hundiera el Batavia correspondía a la punta más alejada de los Abrolhos; pero el pescador Dave Johnson descubrió en 1963 los restos del naufragio, 45 millas al norte del archipiélago.
En las islas, aparecieron bajo el agua monedas, un sello, empuñaduras de espada, llaves, objetos de vidrio y dos macabras reliquias humanas: el hueso de un. tobillo, y un esqueleto con la mandíbula quebrada y con una hendidura en el cráneo, causada sin duda por una espada. 

LA ODISEA DE UNA FAMILIA


Tras el miedo y la desesperación llegó la esperanza

RUMBO A AUSTRALIA. Mary y William Bryant formaron parte del primer cargamento de reclusos deportados en barco desde Inglaterra a la colonia, a 20.000 kilómetros de distancia.


EL hambre invadió la zona australiana de Nueva Gales del Sur. La cosecha fue un desastre, los silos apenas guardaban grano y. en la penitenciaría de Sydney se racionaban rigurosamente los alimentos.
Muchos prisioneros hambrientos, que habían sido transportados hasta Sydney, Coveen 1788 para fundar la colonia, trataron de escaparse. Algunos pensaron que podrían caminar hasta China, a la que creían unida al continente australiano; pero murieron de agotamiento o a mimos de los indígenas. Otros eligieron el mar y pocos sobrevivieron.
Pero entre los que optaron por el mar y lograron llevar a cabo una de las fugas más audaces estaban William y Mary Bryant.
Antes de casarse, los habían condenado por separado en Inglaterra en 1786: a ella por apoderarse de una capa y por robo con violencia en la calle; a él por «interrumpir a los recaudadores de impuestos en el cumplimiento de su deber».
Mary Broad, como se llamaba de soltera, tenía entonces 21 años de edad y fue condenada a muerte; pero la sentencia le fue conmutada por siete años de presidio en Australia. William Bryant, que era pescador de Cornualles y había cumplido 27 años, tam- bién fue deportado para cumplir la misma condena.
Se les embarcó en el Charlotte y durante los ocho meses de travesía ella dio a luz una niña a la que puso el nombre del barco. A los cuatro días de su llegada al penal de Australia, la pareja contrajo matrimonio. Un año después, Mary dio a luz un niño al que llamó Emanue1.

Inspirados por el capitán Bligh

Asustados por la inminente carestía decidieron huir hasta la isla de Timar, a 3.254 millas de distancia. Bryant se inspiró en la asombrosa hazaña del capitán William Bligh, que cruzó a remo el Pacífico en un bote después de que en su barco, el Bounty, se amotinara la tripulación.
Gracias a su oficio de pescador, Bryant consiguió una embarcación de un solo mástil, y con sus hijos y otros siete reclusos izaron vela el 28 de marzo de 1791, amparados por la oscuridad de la noche.
Siguieron hacia el norte, bordeando la costa oriental de Australia y navegando con prodigiosa habilidad por turbulentas aguas azotadas por galernas. Sus múltiples intentos de desembarco para efectuar reparaciones o buscar alimentos fueron impedidos por la hostilidad de los indígenas.
Los fugitivos atravesaron el mar de Arafura, bordearon la costa de Timar y el 5 de junio desembarcaron en Kupang, después de una aventura de más de dos meses. Bryant se dirigió al gobernador y le dijo que eran supervivientes de un bergantín que había naufragado cerca de Nueva Gales del Sur.
Pero surgieron desavenencias en el grupo y el gobernador abrigó sospechas. En septiembre del mismo año, llegó a Kupang el capitán y algunos miembros de la tripulación del buque de guerra Pan dora, que habían naufragado en el estrecho de Torres mientras buscaban a los amotinados del Bounty.

El gobernador ordenó que Bryant, su esposa y sus compañeros fueran arrestados. Se les llevó encadenados a Batavia, en la isla de Java, y allí murieron Bryant y su hijo de unos meses. El resto prosiguió hasta la Ciudad del Cabo, pero otros tres fallecieron agotados por la aventura.
Quedaban cuatro presos, entre ellos la esposa de Bryant y su hija, que fueron embarcados en un buque que se dirigía a Londres. La niña murió en la travesía, y cuando el barco atracó en Portsmouth (Gran Bretaña), en junio de 1792, los supervivientes fueron enviados a prisión.
Casi un año después y gracias a la insistencia del escritor James Boswell, que conocía la odisea de los encarcelados, Mary Bryant fue perdonada. Los hombres recobraron su libertad seis meses más tarde.

LOS VIAJES DE MARCO POLO


Una aventura de 25 años hasta el imperio de Catay

AVENTURERO PRODIGIOSO. Marco Polo reapareció en Venecia, después de su aventura de 25 años, con este atuendo tártaro. Al morir afirmó: «No he contado ni la mitad de lo que he visto.»







FLORECIENTE VENECIA. Los Polo, familia de comerciantes, partieron de Venecia (aq, en un manuscrito de 1338) hacia Catay (China), atraídos por los productos de Oriente.


LA visión' resultaba asombrosa para aquel muchacho que apenas alcanzaba los veinte años. Delante de él se hallaba la ciudad más esplendente que jamás se hubiera visto. Y pensó que los habitantes de tanta belleza 'se considerarían en el paraíso. Tea caminos elevados, parques y jardines, paisajes marinos, canales con centenares de puentes de amplias arcadas; tan altas muchas de ellas, que las naves cruzaban por debajo con las velas desplegadas.
La ciudad
dispoa de red de alcantarillado, servicio de policía e incendios, y un eficaz sistema de correos.
Algo sorprendente... sobre todo para un joven que vivió en el mundo de hace 700 años. Aquel joven era Marco Polo, uno de los mayores aventureros de la historia; y la ciudad, la fastuosa Hangchow, una de
las muchas glorias del imperio de Catay, nombre con que la Europa de entonces de- signaba a la China.

Marco Polo encomia en su diario las excelencias de Hangchow sobre el resto de las ciudades del mundo. Según él, era aún más bella que Pekín, capital del emperador.

Marco pertenecía a una familia de grandes viajeros venecianos. Antes de su llegada a Catay en el año 1275, Nicolo, su padre, y Maffeo, su tío, habían visitado el imperio

11 años antes. Al partir de nuevo hacia Venecia, el emperador les hizo prometer que regresarían. Así lo hicieron y llevaron con ellos a Marco, que a la sazón contaba 17 años de edad. El viaje, que dutres años, fue arduo.
Navegaron por el Adriático hasta Ayas, pueblecito del golfo de Iskenderun, y luego, por tierra, hasta Ormuz, en el golfo Pérsico. A continuación atravesaron Persia hasta Balkh, desde donde remontaron el Oxus superior hasta Wakhan y seguidamente atravesaron la meseta de Pamir. Desde Pamir viajaron hacia Kashgar, Yarkand y Khotan, cruzaron el desierto de Gobi y entraron en China por Su Chou.
Marco anota en su diario las penalidades que él y los suyos soportaron al cruzar heladas cadenas de montañas y hacer frente a lluvias torrenciales, tormentas de arena, inundaciones y avalanchas. En Afganistán estuvieron detenidos durante un año, mientras Marco yacía enfermo. Los bandidos y las rivalidades de los naturales le obligaron a dar numerosos rodeos, a hacer y deshacer sus planes, pero Marco registraba todo en sus valiosos cuadernos.

Piedras ardientes
El relato hablaba de visiones maravillosas y de gentes extrañas. Contemplaron con sorpresa cómo unas «vetas de piedra negra, al ser encendidas, ardían como ascuas y des- pedían un calor considerable». Marco vio una «sustancia que emanaba del suelo y que se empleaba para quemar en las lámparas», y examinó detenidamente un «material que podía hilarse y tejerse y que no ardía si se le arrojaba al fuego». Ante sus ojos aparecieron cocodrilos del tamaño de «enormes serpientes de diez pasos de longitud, con unas fauces tan desmesuradas que podrían tragarse a un hombre»; los yaks eran «ganado salvaje que podía compararse con los elefantes»; los cocos semejaban «nueces como la cabeza de un hombre, de grato sabor y blancos como la leche».

El emperador, impresionado por el porte y las maneras del joven veneciano, le invitaba a solemnes cacerías sobre elefantes reales, y le concedía habitar con entera .libertad en sus opulentos palacios de mármol y en sus residencias de verano. Marco con- templaba atónito las tallas doradas, los tesoros artísticos y los elegantes cortesanos cercanos al emperador. Escribque cada dos años partían diversos emisarios en busca de 100 bellas concubinas para renovar el han.

Pero Marco disponía de poco tiempo, pues había decidido estudiar detenidamente las costumbres de Catay. Fue el primer occidental en describir con detalle el imperio y sus países limítrofes, y tambn el primero en establecer una ruta a través del continente asiático.
Mientras su padre y su tío amasaban una fortuna con el comercio, Marco dedicó 17 años al servicio del emperador, quien le erigió en emisario personal suyo y le envió a cumplir misiones por todo el imperio.
Durante esta época visitó lugares como Cochín, Birmania y la India. Más tarde fue durante tres años gobernador de la rica ciudad de Yangchow, centro de fabricación de armas, con 24 villas bajo su jurisdicción. Por
último, fue comisario del consejo imperial en la capital. Sin embargo, el emperador había ya cumplido los 70 años de edad, y los Polo temieron no estar seguros bajo cualquiera de sus rivales si el anciano muriera. A principios del año 1292 partieron del puerto de Zaitun en naves especialmente preparadas, según las instrucciones del
emp
erador.
Cuando llegaron a Venecia, tras una- ausencia de 25 años, nadie los reconoció, Sus propios servidores, que hacía mucho tiempo les consideraban muertos, les negaron la entrada en su propia casa creyéndoles unos suplantadores.

Para convencer a los venecianos de que no eran impostores, los tres Polo celebraron un banquete. Cuando sus invitados, que aún dudaban de la identidad de sus anfitriones y de los relatos de sus aventuras, hubieron comido y bebido, los Polo se vistieron sus imperiales ropas de Catay y ante los ojos de todos rompieron teatralmente las costuras para que se derramara un rutilante río de piedras preciosas. Esto se consideró como prueba decisiva de la veracidad de sus palabras, ya que nadie pudo haberles
cedido esas ri
quezas sino el emperador oriental.
Durante tres años los Polo vivieron felices en Venecia. Pero, acontinuación, la ciudad se enfrentó a Génova, su feroz rival en el comercio, y Marco no tardó en verse envuelto en la guerra. Servía como capitán de una galera, cuando fue capturado con su barco y enviado a unas mazmorras en nava.

Pero aún pudo aprovechar el tiempo. Sirviéndose de sus diarios manchados por el tiempo y los viajes, dictó sus memorias a un compañero de calabozo. Así llegó a publicarse, por vez primera, «El libro de Marco Polo» al que muchos acusaron de ser un cúmulo de falsedades.

En 1324, cuando estaba en su lecho de muerte, algunos le pidieron que se retractara de ciertas narraciones, que parecían inverosímiles. Pero Marco Polo expidiciendo: «No he contado ni la mitad de las cosas que he visto.»

viernes, 29 de abril de 2011

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