Los cuentos tradicionales y maravillosos han despertado siempre un inusitado interés en los humanistas y estudiosos, por sus características peculiares de encantamientos que hacen referencia a lejanos mitos y a una conciencia colectiva histórica de los pueblos. El escritor y recopilador español Antonio Rodríguez Almodóvar expone, en el siguiente fragmento, la función histórica y social de los cuentos maravillosos por lo que tienen de simbólicos y recordatorios, razones por las que se prestan a interpretaciones psicoanalíticas.
Fragmento de Cuentos al amor de la lumbre (I).
De Antonio Rodríguez Almodóvar.
Introducción.
La función histórica y social
La función histórica y social de estos cuentos [tradicionales] ha debido evolucionar, como no podía ser menos, desde la mágico-religiosa que sin duda tuvieron, en contacto con la primitiva realidad, es decir, con el contexto de los ritos propiciatorios o de iniciación en las distintas etapas de la humanidad, anteriores a la sociedad matrimonial y de propiedad privada hereditaria. Los elementos del cuento maravilloso, por consiguiente deben tener raíces históricas, conocidas o no por nosotros, en costumbres muy antiguas (tales como las de recluir a las princesas casaderas; la existencia de «casas para hombres», donde los adolescentes se iniciaban en las prácticas sexuales con una mujer, viviendo una suerte de matrimonio poliándrico temporal; o las prácticas sexuales endogámicas, entre miembros de una misma familia, hasta que se estableció el tabú del incesto); muchas de estas costumbres adquirieron forma ritual, sobre todo en torno a las ceremonias principales de la tribu o del clan, como eran las de la iniciación del neófito en los secretos de la comunidad, haciéndole creer que pasaba algún tiempo en el reino de la muerte, del que emergía ya adulto, y con grandes sacrificios personales; o como la ceremonia de consagración a los dioses, donde muchas veces se ofrecía alguna parte del cuerpo del niño, como un trozo de dedo meñique, que a su vez podía sustituir a la circuncisión.
Así, todos los elementos de un cuento maravilloso, supone la tendencia antropológica, pueden ser explicados como formas más o menos simbólicas de aquellas prácticas. La simbolización de tales elementos, con el paso de los siglos, fue el proceso más normal que experimentó el cuento, si bien algunos quedan como vestigios no transformados de los ritos tal cual se daban. No siempre es fácil la interpretación de estos símbolos; por ejemplo, el viaje iniciático al reino de los muertos, que se convierte en el viaje que nuestra heroína de El príncipe encantado ha de realizar, andando hasta gastar siete pares de zapatos de hierro, se interpreta como símbolo de la muerte, por la lejanía del más allá que ello implica, y en castigo a su curiosidad, que ha interrumpido el proceso de desencantamiento del príncipe. Pero el viaje es otras veces de carácter sideral, como el de Lucio en El asno de oro, de Apuleyo, como parte del rito dionisíaco de la deificación del hombre, y que en los cuentos maravillosos está representado por el viaje por los aires, sobre un águila o un caballo volador o pasando por las casas del sol, las estrellas y el aire. También puede el viaje ser un simple símbolo del viaje al otro mundo.
A menudo lo simbólico de los cuentos maravillosos provoca fuertes discusiones, en las que se suele apelar a las leyendas de la antigüedad clásica para subrayar este o aquel otro sentido, o, yendo más lejos, se piensa que estos cuentos recogen ya los símbolos del inconsciente colectivo, formado con el mismo devenir de tales historias, e incluso que claramente representan los complejos de castración, de Edipo y otros conceptos propios del psicoanálisis. (Tal es el caso del dedo cortado, como símbolo de la «envidia de pene» en las niñas.) Estas interpretaciones, que parten de una cierta identidad entre el sueño y el mito o el cuento maravilloso son vistas con recelo por la escuela soviética. Sin embargo, el mismo V. Propp ha recurrido a ellas, cuando a algún elemento no le encuentra explicación en su sistema.
Sea como fuere, parece claro que, a lo largo de cientos y de miles de años, la función del cuento maravilloso, puesto que éste ha pervivido mucho después de que desaparecieran las religiones arcaicas y la sociedad de clanes o de tribus (cuya fuente principal de vida era la caza), es guardar memoria de sus orígenes, en forma más o menos figurada; tal vez con ese recordatorio, consciente o inconsciente, quiere impedir un retorno a aquellas formas de vida, como las que podrían derivarse si se rompiera el tabú del incesto, pongamos por caso, o se tolerasen el rapto y la violación. Tal vez, en una semiología más cercana, el pueblo se da a sí mismo esas visiones fantásticas del mundo, para no perder, por contraste, la conciencia del mundo real. Las formas del cuento maravilloso pueden encubrir, en este caso, ciertos mensajes latentes sobre la sociedad estamental y clasista, sobre la formación de clanes (léase, en nuestro mundo, los grupos de presión) y sobre la libertad misma, como quiere Greimas. En este punto, lo más difícil es interpretar el sentido que tiene la forzosa utilización del objeto maravilloso por el héroe, después de haber elegido libremente la peligrosa aventura de salvar a la princesa. Se diría que es una referencia a las limitaciones humanas impuestas por los dioses, es decir, una reflexión acerca de la grandeza del hombre, en sus propios límites, el mayor de los cuales es la muerte, y la necesidad de que sea el hombre mismo el que llene de sentido el mundo.
Fuente: Rodríguez Almodóvar, Antonio. Cuentos al amor de la lumbre (I). Madrid: Ediciones Generales Anaya, 1983.
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