LA CAPILLA SIXTINA DEL ARTE CUATERNARIO
Descubrimiento impresionante de una niña
DON Marcelino Sanz de Sautuola, gran aficionado a la arqueología, escarbaba arrodillado a la entrada de la cueva de Altamira, cerca de la costa cantábrica española, cuando su hija María, de nueve años, se adentró en el interior. De pronto, le llegaron los gritos de la niña desde una de las cámaras de la cueva: «¡Papá, ven en seguida! ¡Toros! ¡Toros!»
El señor Sautuola interrumpió inmediatamente su labor y corrió hacia la cueva. Allí estaba su hija, señalando nerviosa hacia el techo.
Alzó la linterna y contempló, en un techo de 20 por 10 metros, sorprendentes retratos del bisonte prehistórico, pintados en tonos castaños, rojos, amarillos y negro: una excelente creación artística de hace decenas de miles de años.
Plasmados en la roca se contaban hasta 17 bisontes en actitudes pasmosamente realistas: golpeando el suelo con la pezuña, tendidos, bramando y agonizando heridos a lanzadas. A su alrededor había representaciones de jabalíes salvajes, un caballo, un corzo y un lobo.
Cuando Sáutuola exploró con mayor detenimiento las intrincadas galerías halló otro gran número de pinturas de animales, muchos de ellos extintos o desaparecidos hacía siglos del occidente de Europa.
Corría el año 1879. Al principio, los arqueólogos consideraron falsos los hallazgos de Sautuola, pues suponían que se trataba de un plan para desacreditar la teoría de la evolución de Darwin. Por entonces nadie podía creer que un arte tan inspirado pudiera ser obra de un pueblo primitivo, considerado salvaje y poco más desarrollado que el mundo de los monos.
Sin embargo, aquellas pinturas constituyeron uno de los mayores descubrimientos de arte prehistórico, con una antigüedad de 3, 000 a 10,000 años antes de J.C,
En 1902, a los 14 años de la muerte de Sautuola, el joven abate Henri Breuil, distinguido arqueólogo, visitó las cuevas y desenterró numerosos huesos de animales, con grabados que parecían ser esquemas y se correspondían perfectamente con los realizados en los techos.
La autenticidad de las pinturas quedó científicamente demostrada y las cuevas de Altamira fueron enaltecidas en todo el mundo como «Capilla Sixtina del arte prehistórico». Llamaba asimismo la atención el excelente estado en que aquellas imágenes se habían conservado. Aunque se han descubierto más de otras 100 grutas decoradas con pinturas y grabados de la antigua Edad
de Piedra en el norte de España, Pirineos franceses, Dordoña, sur de Italia y los Urales, muchas se han descolorido y deteriorado por efecto del tiempo y del clima.
de Piedra en el norte de España, Pirineos franceses, Dordoña, sur de Italia y los Urales, muchas se han descolorido y deteriorado por efecto del tiempo y del clima.
Pero las pinturas de Altamira se han preservado en cuevas totalmente oscuras,
abiertas poco antes de la visita de Sautuola, cuya temperatura y humedad han permanecido constantes. La ventilación era buena pero no excesiva, y la humedad del aire ha evitado que se secaran y descarnaran los colores. Además, estas cuevas se hallaban selladas desde tiempo inmemorial por des-
prendimientos de tierras. Las pinturas de Lascaux, en el sur de Francia, emparentadas con las de Altarnira, sufrieron más deterioros durante los 15 años en que estuvieron abiertas al público (debido a la sudoración, calor corporal y microorganismos llevados por los visitantes) que en los 15.000 años anteriores.
abiertas poco antes de la visita de Sautuola, cuya temperatura y humedad han permanecido constantes. La ventilación era buena pero no excesiva, y la humedad del aire ha evitado que se secaran y descarnaran los colores. Además, estas cuevas se hallaban selladas desde tiempo inmemorial por des-
prendimientos de tierras. Las pinturas de Lascaux, en el sur de Francia, emparentadas con las de Altarnira, sufrieron más deterioros durante los 15 años en que estuvieron abiertas al público (debido a la sudoración, calor corporal y microorganismos llevados por los visitantes) que en los 15.000 años anteriores.
Los jóvenes también desempeñaron un papel decisivo en el descubrimiento de las cuevas de Lascaux, la otra gran galería de arte prehistórico.
Allí, en 1940, Marcel Ravidat, de 18 años, condujo a tres de sus amigos hasta una oquedad que había dejado un árbol arrancado de raíz. Los muchachos agrandaron el agujero y Marcel descendió por él hasta el suelo de una gruta, a cinco metros y medio de profundidad.
El mejor arte primitivo
A la luz de unos fósforos atisbó unas bellas pinturas rupestres. Al día siguiente, los muchachos, provistos de linternas, descubrieron una serie completa de caballos, toros, bisontes, ciervos y otras criaturas.
Los chicos informaron de su hallazgo al abate Breuil, y en la actualidad las cuevas de Lascaux son consideradas, junto a las de Altamira, corno una de las más valiosas muestras de arte primitivo jamás descubiertas.
Albergan una cámara conocida con el nombre de Sala de los Toros, con magistrales dibujos de vivos colores: negros de ébano, rojos de ladrillo y amarillos de cromo. En otros recintos se pueden admirar manadas de caballos y cabezas de ciervo con sus cornamentas, representado todo con excepcional verismo.
Como en Altamira, resulta evidente que no es una labor de seres primitivos, sino de auténticos artistas, muy distintos de la imagen que se tenía del hombre de hace 15,000 años. El arte de Altamira y de Lascaux es obra de magdalenienses, un pueblo así llamado porque sus primeros restos fueron hallados cerca de las ruinas de La Madeleine, en el departamento francés de Dordoña.
Recolectores de alimentos
Estos hombres vivieron en el último período del paleolítico, en plena Edad de Piedra, y su morfología se corresponde con los restos de esqueletos hallados en Cre-Magnon, asimismo en Dordoña.
Eran posteriores al hombre de Neanderthal y vivían de la recolección de alimentos y de la caza.
Primeramente grababan los contornos de sus pinturas con un agudo 'pedernal, y después añadían el color. Carecían de verdes o azules, pero es posible que obtuvieran los negros y los violetas oscuros del carbón vegetal o de la grasa quemada. Los tonos castaños, rojos, amarillos y anaranjados procedían del mineral de hierro, que molían, hasta formar polvo, entre dos piedras; mezclaban el conjunto con sangre o grasa de animales y el jugo de ciertas plantas.
El dedo como pincel
Aplicaban la pintura de diversas maneras: con el dedo, o con brochas a base de piel, plumas o ramas. También la extendían con líquenes y musgos o la soplaban a través de tallos huecos.
En Altamira se han encontrado lápices acres fabricados con sebo.
Las pinturas se realizaban con exquisito cuidado en los oscuros recintos donde apenas penetraba la luz del día. Ello indica que los artistas disponían de algún material incandescente de larga duración. Las pinturas en el techo precisaron de algún tipo de andamiaje.
Las últimas pinturas se concluyeron probablemente hacia el año 10000 antes de J.C., cuando se retiraron los postreros glaciares de la Edad del Hielo y los hombres del paleolítico se trasladaron a latitudes más septentrionales al amparo de la temperatura y de la vegetación.
Ritual mágico
Opinan numerosos arqueólogos que las pinturas rupestres representan alguna forma de ritual mágico; el animal, cuya imagen se plasmaba en la pared, dejaría de resistirse al cazador. Posiblemente, los pueblos primitivos también pensaran que parte del poder y la fuerza de sus presas pasaba a ellos si los representaban en las paredes.
Pero también es posible que las pinturas sirvieran para instruir a los jóvenes cazadores en el arte de la caza: en muchas de ellas, las lanzas están clavadas en los puntos más vulnerables del animal.
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