UN SUEÑO IRREALIZABLE
A la búsqueda del movimiento continuo
LA primera ley de la termodinámica dice que no es posible obtener algo de nada, pero ello no ha impedido que mucha gente lo intentase. Resulta científicamente imposible construir una máquina que funcione sin una fuente de energía externa; a pesar de ello, los inventores han perseverado durante siglos en diseñar máquinas de movimiento continuo.
Entre las más comunes, figura una rueda movida por la gravedad. Si se coloca un peso en la parte alta de una rueda en posición vertical, ésta gira hasta que el peso llega abajo. Si se colocan varios pesos alrededor de la rueda, de modo que los que bajan estén más alejados del centro de la rueda que los que suben, parece que el resultado sería una rueda desequilibrada que giraría constantemente.
Leonardo de Vinci
Tal ingenio fue diseñado en el siglo XIII por el arquitecto francés Villard de Honnecourt. Su rueda tenía siete martillos, montados sobre ejes, que se desplegaban al caer y se recogían al subir.
En el siglo XV, Leonardo de Vinci diseñó otra rueda con cuatro brazos radiales. Al extremo de cada uno de ellos había una esfera de metal con un poco de mercurio. El desplazamiento del peso del mercurio mantenía la rueda girando.
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En realidad, todas estas ruedas se mantienen girando durante algún tiempo; pero, debido a los rozamientos del sistema, su velocidad disminuye muy lentamente, y al cabo se detienen.
Ello explica el éxito que tuvo en su tiempo una rueda de este tipo, de cuatro metros de diámetro, construida en el siglo XVII por el inglés Edward Somerset, marqués de Worcester. Se ponía en marcha a mano y luego giraba por su propio impulso durante los minutos en que se permitía comparecer a los observadores. Cuando éstos se habían marchado, complacidos de la experiencia, la fricción hacía remitir la velocidad de la rueda y finalmente la detenía del todo.
Y vuelta a empezar
Otras máquinas de «movimiento continuo» emplearon líquidos. Un invento ingenuo, propuesto por el Abbé de la Roque en 1686, consistía en un embudo cuyo largo conducto se curvaba para revertir el líquido sobre aquél.
El inventor esperaba que el peso del agua del embudo haría salir el líquido por el conducto y revertir otra vez en el embudo sin solución de continuidad.
En realidad, la única forma de hacer volver agua del conducto al embudo es instalando una bomba, lo que descarta la idea del movimiento continuo.
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